Hace 17 años, Jordi Soler tomó la decisión de ir a Europa en busca de una parte de su identidad: su madre nació en Barcelona y la mitad de su familia vive en esa atmósfera. Pero también es cierto que durante más de 35 años habitó México.
Es una infancia que ha buscado recuperar en el libro Usos rudimentarios de la selva (Alfaguara, 2018), a pesar del tiempo que lleva fuera de nuestro país.
“Como la vida va en fase de salida, empiezas a buscar el principio. Digo esto un poco por coquetería, pero la verdad es que es un territorio literario en el que me siento herméticamente cómodo, más que en otros que he ido visitando en mis últimos libros.
“En la selva de Veracruz me siento muy cómodo. No sé si en el caso de todos los escritores, pero todos mis libros tienen algo de autobiográfico. La memoria me sirve como músculo para narrar las historias”, cuenta Soler.
Es una distancia geográfica y temporal que le ha dado al escritor la libertad de revisar lo que tiene en la memoria: a veces sale un político veracruzano que patrocina a una enanita en Estados Unidos, en otras el viaje es tan poderoso que lo lleva a sus propios orígenes en La Portuguesa, una plantación de café en Veracruz.
CONTAMINACIÓN
El literato añade: “Mi madre nació en Barcelona, la mitad de mi familia es de aquí. Cuando decidí radicar aquí, me di cuenta de que tenía bastantes tics catalanes, pero a veces me siento de Irlanda, punto emocionalmente equidistante entre Barcelona y Veracruz”.
El escritor nació en México en 1963, donde se mantuvo hasta los 37 años de edad, por lo cual se considera mexicano; pero sus hijos ya crecieron en Europa, donde lleva 17 años, por lo que “son herméticamente europeos, con una querencia hacia México que les hemos inculcado.
“Nunca he visto conflicto en tener a dos países, aun cuando se trata de algo más hiperbólico, porque en realidad soy mexicano… con un historial en Barcelona, algo que siempre he visto como una ventaja. He formado durante 20 libros una especie de archipiélago que reivindico como mi patria: soy de mis libros”.
“No me gusta decirle ‘cuentos’ a lo reunido en Usos rudimentarios de la selva por el alto grado autobiográfico que tienen; prefiero una definición inventada por la escritura, ‘cuadro’. Son 12 cuadros extraídos de la memoria pero, como es natural, la memoria se decanta, se contamina a lo largo de los años, para quedar un producto altamente literario, jerarquizado de una manera en que la ficción ordena a la realidad. Tampoco son fotografías; son cuadros en el sentido de la reinterpretación de un paisaje que ofrece un pintor con su obra”.