“Quien piense que la ópera es aburrida es porque no la ha escuchado en un teatro”, asegura Javier Camarena (Xalapa, 1976). El tenor mexicano no tiene resguardo al contar los entretelones que encierra una función. Desde su debut en Bellas Artes, en 2004 no ha dejado de ir in crescendo, al punto de que hoy es uno de los intérpretes más respetados en su género. Dejó los estudios de medicina para dedicarse a la música. Se graduó con honores de la licenciatura en música de la Universidad de Guanajuato. Ha ganado el Concurso de Canto Carlo Morelli y el certamen Juan Oncinas, en Barcelona. Es el tercer cantante en los últimos setenta años del Metropolitan Opera House en ofrecer un bis y por si fuera poco ha grabado los discos Serenata, Recitales y Javier Camarena canta a Cri-Cri.
Ya cantó a Cri-Cri, ¿se ve cantando cumbias o rancheras?
Lo hice, con eso pagué la universidad. Trabajaba en un grupo versátil, cantábamos lo que estuviera de moda, en bodas, bautizos, etcétera.
¿Lo volvería a hacer?
Sí, por diversión en karaoke, claro.
¿Canta en el baño?
No, jamás canto en mi casa. Si tengo espacios donde puedo estudiar tranquilamente y cantar con la voz plena, prefiero irme a otro lugar. Respeto mucho la necesidad de tranquilidad de los vecinos.
¿Cómo cuida la voz?
Duermo mucho y bebo mucha agua.
¿Alguna vez le ha salido un gallo durante un concierto?
Sí, y no te queda más que seguirle. El primero fue cantando la Cenicienta, de Rossini, en el Teatro de la Moneda, en Bruselas. El director y yo nos emocionamos. Me pidió más y más hasta que ya no llegué y salió el gallo. La cosa no es tenerle miedo al “gallín”, sino saber dónde está para buscar otro camino, es parte del desarrollo técnico vocal. De repente se nos puede ir el texto y la puedes librar diciendo algo que suena a italiano, nadie se da cuenta. El chiste está en no espantarse.
¿Cuál es el mito más grande alrededor de la ópera?
Que es aburrida. La ópera es un mundo de emociones y pasión; de cosas extraordinarias. Quien la considera aburrida es porque no la ha escuchado y vivido en un teatro. Es como el futbol, no es lo mismo verlo en casa que ir al estadio. Hay que verla en vivo.
¿Hay algún rito dentro de la ópera?
Hay una tradición que no tiene por qué notar el público: en la última función se juegan bromas a los demás colegas; es algo sutil. Haciendo La finta giardiniera, de Mozart, mi colega tenía que sacar una diadema de una caja, pero le pusimos un brasier y tuvo que improvisar con ello. En Zurich, haciendo El viaje a Reims, de Rossini, había una escena donde yo siempre era el último en salir, pero me cerraron la puerta y tuve que tocar para que me abrieran.
¿Pavarotti o Plácido Domingo?
Los dos, ambos tienen cosas que admiro. Pero si me das a escoger, me voy por Fritz Wunderlich.
¿Ha llevado serenata?
Sí, de joven y mi esposa me llevó una vez serenata a la casa.
¿Es verdad que una copa se puede romper con la voz?
Sí, es una cuestión física, pero necesita un cristal especial, para ello se necesita que el cantante esté en la misma frecuencia que la copa y hacerla vibrar de tal manera que se estrelle. No me ha pasado, pero sí se me han caído muchas copas, mucho Rioja.
¿Qué hace antes de salir al escenario?
El día anterior duermo mucho, tomó mucha agua; como temprano, por lo menos cinco horas antes de empezar. Procuro llegar temprano al teatro para hacer mi rutina de ejercicios para expandir mi registro.
¿Ha sentido miedo en el escenario?
Sí, la primera vez que hice un concurso internacional de canto, ese sí fue pánico. Iba a entrar al escenario y por los nervios la boca se me resecó. No sentía humedad ni en la boca, ni en la faringe.