En un reciente viaje a Argentina coincidí con Renata Salecl, una filósofa eslovena a la que por desgracia no conocía, y su inteligencia y amabilidad me causaron un gran impacto, así que me hice de inmediato de su libro Angustia (publicado por Ediciones Godot): ha sido una de esas lecturas tan estimulantes que se quedan reverberando en la mente, y de alguna manera quedan incorporadas como filtro para pensar (y repensar) tanto la cotidianeidad, como numerosos aspectos de la realidad circundante.
Es un libro tan vasto (no por extensión, pues es relativamente breve, poco más de 200 páginas) que es imposible abarcar en un espacio reducido sus aristas más significativas, así que por el momento quiero mencionar un punto en específico: Salecl menciona algunos recientes experimentos de gente (Barbara Ehrenreich, Fran Abrams) que se obliga a vivir temporalmente bajo condiciones de pobreza, ganando un salario ínfimo y apañándoselas con él, y luego escribe un libro al respecto, un poco como recreando un reality show personal, en condiciones de miseria. Si bien en un principio parecería un intento por ponerse en el lugar de un otro radical, para después compartir su experiencia con otros que son muy distintos de ese otro radical, Salecl encuentra que sucede casi lo contrario, y que más bien se puede leer como una expresión de la angustia que experimenta la clase media (o alta, para el caso), ante la creciente precarización de la economía neoliberal bajo la cual vivimos, de la posibilidad de que esa vida dejara de ser un experimento y se convirtiera en realidad. No es en absoluto que se trate de una falsa empatía con la gente que vive bajo condiciones de pobreza, pero esa (artificial) recreación no sólo no permite saber realmente qué significa vivir de esa manera, sino que “también puede leerse esa necesidad de exponer a los trabajadores como objetos de arte decorativo como una forma particular de enfrentar las divisiones de clase”.
Al leer este pasaje, me vino a la mente el fenómeno de los recorridos turísticos que se llevan a cabo en las favelas brasileñas, o incluso los tours que se organizan en Tepito para que los asistentes puedan ver cómo transcurre la vida ahí. Ya encarrerados, es también muy difícil no asociarlo con los despliegues de preocupación, indignación y solidaridad que manifestamos sin cesar en nuestras redes sociales. Es cierto que se puede argumentar que son inocuos y que en algunos casos pueden ayudar a producir acciones concretas que beneficien a personas específicas pero, como muestra el agudo libro de Salecl, también vale la pena preguntarse si a nivel sistémico no producen otro tipo de efectos, como podría ser el de paliar las abominables desigualdades e injusticias, pues al nombrarlas con tanta insistencia sin que hagamos algo al respecto en la vida real, bien podríamos estar contribuyendo a normalizarlas, como bien lo expresa Susanita en una tira de Mafalda, cuando después de leer las noticias manifiesta: “Ah, por suerte el mundo queda tan, tan lejos”.
La pobreza de aparador
México /
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