Cómo ser un ateo

Extracto de libro

Este fragmento forma parte del libro Siete tipos de ateísmo, del filósofo británico John Gray, publicado por la editorial Sexto Piso.

John Gray, autor de Siete tipos de Ateísmo. (Milenio Digital)
Laberinto
Ciudad de México /

Siete tipos de ateísmo, el nuevo libro de John Gray, describe el complejo legado de la tradición atea, considerada en muchos sentidos igual de fértil y valiosa que la de la religión misma.

El ensayo de Gray es sugerente y se acerca a una heterogénea galería de pensadores y escritores —desde el marqués de Sade y su furibundo “odio a Dios” hasta Schopenhauer y su ateísmo místico, a Dostoievski, Nietzsche, Conrad, entre otros— que, en diferentes momentos y lugares, se esforzaron por comprender mejor las cuestiones de la salvación, la razón, el progreso y el mal y, en último término, el sentido mismo de lo que es ser humanos.

FRAGMENTO

Cómo ser un ateo

El ateísmo contemporáneo es una huida de un mundo sin Dios. La vida desprovista de un poder que pueda asegurar el orden o cierta justicia suprema es una posibilidad aterradora y, para muchos, intolerable. En ausencia de un poder como ése, el devenir humano podría terminar volviéndose caótico y no habría relato posible que lograra satisfacer la necesidad de darle sentido. Empeñados en huir de esa perspectiva, hay ateos que buscan sustitutos del Dios que han desechado. El progreso de la humanidad reemplaza entonces a la creencia en la divina providencia. Pero esa fe en la humanidad sólo tiene sentido si da continuidad a ciertos modos de pensamiento heredados del monoteísmo. La idea de que la especie humana va haciendo realidad unas metas comunes a lo largo de la historia es un avatar secular de cierta noción religiosa de la redención.

El ateísmo no siempre ha sido así. Junto a los muchos que han buscado una Divinidad suplente para rellenar el hueco que ocupaba el Dios que nos ha dejado, ha habido quienes han abandonado el marco del monoteísmo por completo y, con ello, han hallado la libertad y la realización personal. En lugar de buscarle un sentido cósmico, se dan por contentos con el mundo tal como lo encuentran.

No todos los ateos, ni mucho menos, han pretendido convertir a otras personas a su visión de las cosas. Algunos han sido respetuosos con las confesiones tradicionales, pues han preferido el culto a un Dios que consideran ficticio antes que una religión de la humanidad. La mayoría de los ateos actuales, sin embargo, son liberales que creen que la especie está avanzando gradualmente hacia un mundo mejor; pero el liberalismo moderno es un brote tardío de la religión judeocristiana, y lo cierto es que, en el pasado, la mayoría de ateos no eran liberales. Algunos se deleitaban en la majestuosidad del cosmos. Otros, en los pequeños mundos que los seres humanos crean para sí mismos.

Aunque hay ateos que se autodenominan librepensadores, para muchos el ateísmo es hoy un sistema cerrado de ideas. Tal vez sea esa su característica más seductora. Cuando revisamos otros ateísmos más antiguos, nos damos cuenta de que algunas de nuestras más firmes convicciones —laicas o religiosas— son harto cuestionables. Si esa posibilidad nos molesta, puede que lo que andemos buscando no sea libertad de pensamiento, sino libertad para no pensar. Pero si estamos dispuestos a dejar atrás las necesidades y esperanzas que muchos ateos actuales han arrastrado consigo desde el monoteísmo, a lo mejor llegará un momento en que nos daremos cuenta de que, con ello, nos estamos quitando un peso de encima. Algunos ateísmos antiguos son opresivos y claustrofóbicos, como lo es buena parte del ateísmo presente. Otros pueden ser refrescantes y liberadores para cualquiera que quiera adquirir una perspectiva nueva del mundo. De hecho, por paradójico que parezca, algunas de las formas más radicales de ateísmo pueden no diferir mucho, en última instancia, de ciertas variedades místicas de la religión.

Definir el ateísmo es como intentar condensar la diversidad de las religiones en una única fórmula. Siguiendo lo que escribiera el poeta, crítico y exaltado ateo William Empson, yo sugeriré que un componente esencial de conceptos como “religión” y “ateísmo” es el hecho de que pueden poseer múltiples significados. Ni la religión ni el ateísmo poseen elemento alguno que pueda considerarse una esencia. Por tomar prestada una analogía formulada en su día por el filósofo austrobritánico Ludwig Wittgenstein, se parecen más a familias extensas en las que se aprecian parecidos reconocibles entre sus miembros, pero en las que éstos no poseen una sola característica en común. En esta idea se inspiró el pragmatista estadunidense William James para escribir Las variedades de la experiencia religiosa, el mejor libro sobre religión jamás escrito por un filósofo y una obra de la que Wittgenstein era gran admirador.

Aun así, quizá sea útil aventurar una definición provisional de ateísmo, aunque solo sea por señalar cuál será más o menos el derrotero de este libro. Pues, bien, yo postulo de entrada que un ateo es alguien para quien la idea de una mente divina creadora del mundo no tiene utilidad ni sentido alguno. Visto así, el ateísmo no quiere decir gran cosa. Simplemente significa la ausencia de la idea de un dios creador. Hay precedentes de concepciones parecidas. Hay precedentes de concepciones parecidas del ateísmo. En el mundo europeo antiguo, el ateísmo significaba la negativa a participar en las prácticas tradicionales con las que se honraba a los dioses del panteón politeísta. Los cristianos eran considerados “ateos” (del griego atheos, es decir, “sin dioses”) porque rendían culto a un solo dios. Entonces, como ahora, el ateísmo y el monoteísmo eran dos caras de la misma moneda.

G.O.

ÁSS

LAS MÁS VISTAS