El desdén de los muertos

A fuego Lento

"En el principio hay entonces una culpa. Luego viene el retrato del padre: un borracho pendenciero que antes de morir ha traído la orfandad y la desgracia a sus hijos", 'Ausencio' ganadora del Premio Primera Novela Juan Rulfo 2017

Qué buena elección la del jurado integrado por Bibiana Camacho, Jaime Mesa y David Miklos, y qué telúrica revelación
Roberto Pliego
Ciudad de México /

Por Ausencio (Almadía, México, 2018), Antonio Vásquez recibió el Premio Bellas Artes Juan Rulfo para Primera Novela 2017. Qué buena elección la del jurado integrado por Bibiana Camacho, Jaime Mesa y David Miklos, y qué telúrica revelación.

Ausencio tiene la forma de un viaje descendente hacia la autodestrucción. “Aparece la luna como un gran ojo que se abre en el cielo”, leemos, y de inmediato reconocemos la señal amenazadora de estas palabras inaugurales. Ese gran ojo escruta al protagonista —un joven estudiante, Arturo— quien sobrelleva una culpa. Su padre, Ausencio, ha muerto, y no puede “llorar como los demás”. Caminamos por las calles desoladas de un poblado cercano a la capital oaxaqueña.


En el principio hay entonces una culpa. Luego viene el retrato del padre: un borracho pendenciero que, aun antes de morir, ha traído la orfandad y la desgracia a sus hijos. No es, sin embargo, el recuerdo de este padre el que anticipa la ruina del personaje sino su influencia devoradora. Vásquez lo condena a repetir los pasos del padre transformando su amable sobriedad en una vorágine alcohólica. El lector mira esta metamorfosis con espanto, narrada con una riqueza poética hecha de imágenes sorprendentes y lacónica precisión. Una vez que se rompe la rutina estudiantil y amorosa, una vez que Arturo toma la decisión de aceptar el llamado de su vocación de abismo, se extiende una atmósfera de pesadilla a la que entramos como si lo hiciéramos a un museo de cera donde las figuras se mueven, hablan y pelean con un hálito fantasmal.

Fantasmales son los escenarios del centro de la Ciudad de México, de sus parques, calles y cantinas, y aún más fantasmales los de ese poblado oaxaqueño —estación de partida y también de último arribo— que hace tiempo ha dejado de mirar hacia adelante. Constructor de insomnios y temblores, Vásquez exhibe el ritmo y la paciencia suficientes para conducir a su personaje hacia la indigencia espiritual y sumarlo a la corte de almas en pena que se multiplican a medida que avanza la novela.

Desde las primeras hasta las páginas definitivas, Ausencio contiene una energía vital y escritural de la que, no obstante sus empeños, no se benefician muchos narradores. Estremece por lo que dice y, sobre todo, por lo que está a punto de llamar por su nombre. 


Ausencio
Antonio Vásquez
Almadía
México, 2018



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