En una entrevista con estudiantes de la Universidad de Virginia, William Faulkner dijo: “Soy un poeta fracasado”, y agregó que todos los escritores empiezan creando poesía, y que, cuando comprenden que han fallado, escriben novela corta, “la forma más exigente después de la poesía”. Y concluía: “Sólo cuando fracasan también en esto, es cuando se lanzan a escribir novelas”.
Aunque no lo puedo probar, casi estoy seguro de que estas palabras de Faulkner podrían haber sido asumidas de manera absoluta por el gran escritor que fue Juan José Arreola y que, si él las hubiera comentado, habría agregado, en su modo elocuente e intenso, que en la cadena de la inspiración, cuando falla el poema, la posibilidad inmediata de realización no es la estructura contenida de la novela corta sino la forma más sintética y precisa del cuento.
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Adivino que Arreola coincidiría con Faulkner en el hecho fundamental de verse a sí mismo como poeta y de hallar la fuente de su creación en la poesía. También diría, como Faulkner dijo, que él era un poeta fallido y afirmaría —lo puedo vislumbrar— que el contacto con las ecuaciones y los números propios de la fuerza lírica era imprescindible para concebir una verdadera acción dramática donde el lenguaje produce, en el crecimiento ralentizado de la prosa, una metáfora súbita y orgánica, y no noticias sensibleras, coyunturales y “escandalosas”.
En el contexto de esta charla imaginaria sobre las relaciones entre poesía y prosa, la recuperación de la memoria poética, en verso, del autor de Confabulario tiene un gran valor. ¿Qué nos muestra Perdido voy en busca de mí mismo (FCE, 2018) de Arreola? Tres cosas: una conciencia profunda de las implicaciones del uso del verso, un dominio del soneto y la décima y un gran conocimiento de la poesía universal y mexicana.
Todo esto no sería relevante o lo sería de otro modo si estuviéramos hablando sólo de un poeta, pero todo ello, cuando corresponde a un gran narrador, adquiere un significado especial y nos habla de una manera de escribir ya desaparecida. Si muchos poetas hoy no saben bien a bien qué es el verso, la inmensa mayoría de los narradores lo ignoran casi por completo. Es algo en lo que ni siquiera piensan —la excepción, Daniel Sada—. Pero para Arreola —y creo también para Rulfo, Del Paso y Elizondo— la comprensión del verso y su interrelación con la prosa jugaba un papel esencial en la creación de cuentos y novelas.
La poesía —y el verso es una puerta secreta de entrada a ella— aseguraba no solo su oído sino la creación de hondas imágenes cifradas en las Correspondencias. Es posible hacer una lectura ingenua de Perdido voy en busca de mí mismo y pensar que es un libro curioso; pero cuando lo leemos con cuidado emerge un poder de convocatoria espiritual rigurosa y abierta que nos permite explicarnos no solo por qué son tan originales los poemas-cuentos de Arreola incluidos en Poesía en movimiento sino por qué surgieron Farabeuf, Terra Nostra y Noticias del Imperio.
ÁSS