Lille es una hermosa ciudad minera y textil del norte de Francia, que desde 2001 vota por la alcaldesa socialista Martine Aubry. Al declarársele “capital europea de la cultura” en 2004, instituyó un festival que atrae a franceses y vecinos belgas, holandeses, alemanes e ingleses. Aquella primera edición acogió la memorable exposición México-Europa ida y vuelta, curada por el erudito historiador de las vanguardias Serge Fauchereau. Nuestro país fue invitado de honor este año, bajo el lema “Eldorado”: traslape geográfico aparte, aquella comarca fabulosa que encandiló a los conquistadores españoles reactiva la reflexión sobre la felicidad ante el cataclismo del cambio climático, los estragos del capitalismo, las migraciones, y abre vías alternas en el viejo continente en medio de tensiones entre Estados Unidos y América.
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Una inversión de 9 millones de euros, locales en su mayoría (municipio, EDF, Auchan, Air France…), financió 50 exposiciones de arte e incontables encuentros y talleres de literatura, música, cine, teatro, artesanía, gastronomía y hasta lucha libre, intra y extramuros. México delegó a autoridades culturales a la inauguración, pero escatimó el patrocinio económico. La iniciativa prosperó gracias al Museo de Arte Popular, que multiplicó esfuerzos de coordinación, envió contingentes de artesanos para intercambiar saberes y colocó 28 alebrijes monumentales en avenidas de arquitectura renacentista, que alternaban con calaveras gigantes customizadas por las pompas fúnebres García López.
La kermesse, fiesta campesina que permitía todos los desenfrenos, se inventó hace siglos en esa región de Flandes. El lanzamiento de Lille 3000 recuperó esa venia popular con un megadesfile de carros alegóricos dedicados a Frida Kahlo, la Catrina, la lucha libre, el baile, que animaron 3 mil voluntarios al ritmo de mariachis, bandas de Oaxaca y el acordeón de Celso Piña. No hubo desmanes: aun en Carnaval, el europeo no pierde la compostura: gritaba “olé” al paso de las carrozas, bailaba una despistada mezcla de salsa, cumbia y reggae. La interpretación local de vestuario y gestualidad era fantasiosa, con retoques de Coco y Pokémon, sin superar nuestra idiosincracia del oropel.
Oaxaca tuvo una presencia tan preponderante que ahora el francés confunde este estado con todo México. Dio la nota el colectivo Tlacolulokos (Darío Canul y Cosijoesa Cernas), no sólo por evocar a la juventud chicana de Oaxacalifornia en ocho inmensas telas de estilo punk-gótico, sino por el mural callejero Para entrar al barrio, en el que tuvieron que borrar el acrónimo ACAB (All Cops Are Bastards) bajo la presión de la policía municipal: Francia lleva nueve meses inmersa en manifestaciones de chalecos amarillos que ponen en jaque a Macron y provocan despliegues de las fuerzas del orden. “México es el paraíso de la pintura mural, el grafiti y el fresco”, reza el programa oficial del festival. En una coyuntura adversa, hasta el street art debe callar. “No hay publicidad mala”, concluyó Cernas.
Predominó el arte popular en las calles, y en los museos el arte contemporáneo, cuya escenificación acusa una tendencia generalizada al escarceo inofensivo y a la bulla de patio de recreo. Entre los curadores independientes, Jerôme Sans (1960), cofundador del Palais de Tokyo en París, buscó autores en los cuatro puntos cardinales (de México, Francis Alÿs, Teresa Margolles y Stefan Brüggemann) para armar megainstalaciones transitables con mucho color, mucha imagen en movimiento, mucha teatralidad. La gallarda Dorothée Dupuis (1980), editora en México de la revista Terremoto, trasladó en La diosa verde las alucinantes Pozas de Edward James a una jungla pop de alta tecnología y ciencia ficción (de México, Calixto Ramírez). Ana Elena Mallet (1971), una de nuestras especialistas en diseño, llevó US Mexico Border, que transforma la realidad física de la frontera en terreno de experimentación. Hubo muestras alternas: dibujos in situ de Carlos Amorales y, en fotografía, La Bestia de Alfredo Durante y los superhéroes ridículos de Dulce Pinzón.
Guste o no, la consentida de Lille 3000 fue Betsabeé Romero, quien ambientó varios recintos con seductores objetos dorados, penachos de plumas blancas y trajineras (las vimos en 2017 en el Zócalo capitalino).
La exposición que curé, Intenso/ Mexicano, a invitación de Lille 3000 en el Hospice Comtesse, agregó una nota clásica al conjunto. Cincuenta obras del acervo del Museo de Arte Moderno guían a un público no familiarizado con nuestra historia por la cultura visual del siglo XX, obsesionada por el pensamiento y el arte prehispánicos, las tradiciones populares y étnicas, y la voluntad de imponer paradigmas identitarios y estéticos propios, que en la posrevolución combinaron el rechazo al cosmopolitismo de las vanguardias europeas y el temor de quedarse a la zaga de las innovaciones del momento.
Quise transmitir aquel sentido del exceso y de lo irracional que priva en la pintura y la fotografía desde la Escuela Mexicana hasta la etapa preglobalizada, y subrayar la vitalidad de la plástica a través de tres temas recurrentes: la tierra (naturaleza dadivosa u hostil, Zapata y el EZLN), la belleza (retrato burgués e indigenista, emancipación sexual) y el sueño (ritos arcaicos, surrealismo y evasión). Orozco, Rivera, Kahlo, Siqueiros, Tamayo, Olga Costa, Julio Castellanos, pero también Ignacio Aguirre, José Chávez Morado, Lola Álvarez Bravo, Xavier Esqueda, Francisco Toledo, Graciela Iturbide, Nahúm Zenil, Germán Venegas, Daniel Lezama, Francisco Mata y Pablo López Luz: 31 autores, patrimoniales o no, que desde la década de 1920 hasta los años noventa producen obras de gran impacto emocional que oscilan entre la tradición ancestral y la sátira nacionalista, la introspección y la postura crítica. La exposición viaja a Ámsterdam en octubre.
Las elecciones municipales se acercan, Aubry se jubilará y no ha preparado su relevo en la izquierda. ¿Acaso México habrá encarnado el ocaso del festival? Más allá de su trasfondo político, Lille 3000 convoca a México para jugar a la parafernalia romántica: contra la publicidad y el turismo global que prometen paraísos perdidos y prosperidad material, la cultura y el arte recuerdan que Eldorado radica no en el afuera sino en el adentro, simplemente en la búsqueda del goce, la libertad y lo espiritual. Al promover la riqueza de las culturas autóctonas, intenta neutralizar la polaridad social mediante una fugaz convivialidad.
ÁSS