Fue el único miembro del Consejo Nacional de Huelga que era de Guadalajara. A treinta años de que el Batallón Olimpia lo detuviera en un balcón del edificio Chihuahua, en Tlatelolco, reflexiona sobre cómo el 2 de octubre marcó al país y lo marcó a él. Habla de democracia, del nuevo país que ve ahora y de los lastres que aún no ha logrado sacudirse.
Nunca recuerda esa tarde. “Estoy en el presente”, dice. Pero las palabras le salen a borbotones, como escapando al encierro, como si fuera ayer. Su conversación es animada y se llena, en los momentos más inesperados, de una risa contagiosa, franca, que esconde, en el hombre de 53 años, al muchacho que hace 30 cayó sobre un reguero de sangre en Tlatelolco y se tocó el cuerpo, pensando que estaba herido.
Risa explosiva, resultado, quizá, de repasar y repasar lo vivido: las marchas, los días en el Consejo Nacional de Huelga, la detención a manos del Batallón Olimpia, las noches en Lecumberri, el exilio en Chile, la fe en el cambio.
Dice que aunque el 68 impulsó la democratización del país, es una marca que se ha diluido en el tiempo. Que fue un conflicto de dos partes que no supieron negociar. Que no hacía falta una masacre para que México avanzara.
Tres decenios después, a González de Alba ya no lo llaman el “Lábaro”. Del estudiante de Psicología en la UNAM al hombre que vive en Guadalajara la distancia se adivina en el cuerpo, fuerte y delgado; en el bigote cano; en los ojos acorralados por las arrugas, pista de la sonrisa que le gusta pasearse por el rostro y que desaparece cuando asegura: “El 2 de octubre está perfectamente olvidado”.
¿El movimiento del 68 es realmente un parteaguas en la historia del país?
Creo que partir del 68, aunque no como expresión directa, se aceleraron los cambios democráticos. Si comparamos lo que era México en los años sesenta y lo que es ahora vemos una enorme diferencia. Tenemos partidos auténticos, que compiten realmente por el poder. En los años sesenta tampoco había prensa auténtica. Ahora no solo hay muchos medios, sino que son muy diferentes. Antes todo era una planicie gris.
¿Habríamos llegado a este punto sin el 68?
El 68 aceleró el proceso. Nuestro mayor acierto fue que conseguimos expresar lo que era un malestar vago: la sociedad; un malestar difícil de poner en palabras. Por supuesto, un aspecto muy claro eran las elecciones, el voto no era respetado nunca. Pero había, además, una opresión general que se extendía a todo. En la práctica, las manifestaciones estaban prohibidas. Me han dicho que a veces lo expreso en frivolidades, pero no creo que lo sean: no había posibilidad de hacer un concierto de rock, estaba prohibido. Tampoco podía uno poner una obra musical. ¿Por qué? Porque papá gobierno dice que no.
Ustedes, los dirigentes, ¿tenían como objetivo acelerar la democratización del país?
No, todo empezó por una casualidad. Además que se golpeara a la manifestación, hubo otro elemento: que fuera presidente Díaz Ordaz. Cualquier otro presidente de México, anterior o posterior, no importa cuál, resuelve el conflicto. Era un problema de demandas elementales. Queremos que les paguen las curaciones a los heridos que golpearon. Que despidan a los jefes de policía responsables y a los granaderos. Eran cosas absolutamente sencillas. En ningún país hay un conflicto por eso. Se fue complicando porque el presidente era un hombre absolutamente cerrado ante cualquier demanda.
¿Cómo fue posible el avance democrático si el movimiento fue “derrotado”?
Porque se hizo evidente la impunidad cotidiana. Decir no pueden golpear a la gente, eso ya era un avance democrático… [Además] no todo el mundo se convenció de que era inútil. Lo que surgió después fueron dos grandes corrientes. Una, la guerrillera, que permeó todos los años setenta y que polvos de aquellos lodos es la guerrilla de Marcos. La otra fue la de los que dijimos por qué no hacemos una revista, un partido.
¿Y cómo se explica que esas opciones no se hayan aniquilado el día de la matanza?
Bueno, en parte ocurrió. Hubo gente que quedó aplastada por años, excepto los que se fueron con el rifle al hombro. Pero germinó la semilla de que se podían hacer más cosas.
¿Estaríamos más atrasados en el aspecto de la democracia sin la masacre de Tlatelolco?
No. Yo no soy cristiano y no creo que la sangre de los mártires sea necesaria para alcanzar la gloria. Tenemos eso muy arraigado: que la lucha, la sangre, la muerte. Estoy convencido de que el 68 arreglado, negociado, aunque hubieran sido solo las tres demandas, habría entrenado más a la gente. Si la enseñamos a negociar le hacemos un mayor bien en el entrenamiento democrático que si le demostramos que es inútil levantar la voz porque, entonces, te pegan más fuerte.
¿Cuáles fueron los errores de ustedes?
Un problema nuestro, que sigue siendo un problema en México, fue la negociación. Todos los grupos sociales que tienen un conflicto lo escalan: estoy pidiendo uno y dos, pero en lo que estoy negociando digo, ¡ah, no me acordaba, también tres y cuatro!, y luego vienen cinco y seis. Vean ahora Chiapas, así ha sido. Y los prerrequisitos. Estoy dispuesto a negociar, pero primero sueltas a los presos de tal cárcel. Nosotros hicimos lo mismo, dijimos que queríamos negociar en público y nunca especificamos qué era eso. Fueron dos partes que no sabían negociar. Esencialmente porque en este país nunca se ha negociado nada. Eso es lo grave, por eso México no es un país democrático. El malo debe conceder cien por ciento, y el bueno, cero, porque un solo paso que dé atrás y ya está el clamor: ¡transa, canalla, miserable! Pasa todos los días.
¿Qué le quedó del 68 a la sociedad civil? ¿Dónde ve esta marca en la gente?
La marca ya no importa. La gente no quedó marcada por el 68. Lo que se abrió fue la idea de la democracia.
¿Qué pensó el 3 de octubre en la mañana?
Que me iban a matar. Estaba en el campo militar y dije, no me mataron ayer, pero hoy, mañana, cualquiera de estos días. O que si no, pues que iba a pasar muchos años en la cárcel.
¿No sintieron venir la represión?
No a ese grado. Habían detenido gente; de la detención era de lo que uno se cuidaba. Pero no piensa uno que porque exige que les paguen las curaciones a unos muchachos que molieron a palos lo vayan a matar.
De la tarde del 2 de octubre, ¿qué olor le queda?
A tierra mojada, como Guadalajara.
¿Es un recuerdo frecuente?
No. Ni frecuente ni no frecuente. No es algo en lo que piense. Tampoco es un trauma, han pasado 30 años, me dedico a divulgación de la ciencia, he escrito novelas. Estoy en el presente.
Pero fue un momento decisivo para su vida…
Ah, claro. Fueron casi tres años en la cárcel. Ahí escribí mi primera novela. De ahí vinieron otras publicaciones. A mí me cambió por completo. Nunca ejercí mi carrera, di clases de psicología, pero sin el 68 ahorita, quizá, sería un psicoanalista y nada más, quién sabe…
En términos de convicciones, ¿lo cambió también?
Sí. En los grupos donde yo había andado era muy abundante el coqueteo con la revolución armada. Y aunque a muchos la respuesta del régimen los convenció de que efectivamente no había más, a muchos otros no. Dijimos: fue un acto criminal, pero el país presenta muchas alternativas.
¿Qué ve en los jóvenes de ahora que le recuerde la fuerza que tenía su generación, o ya no se necesita esa fuerza en este país?
No es que no se necesite, pero no la veo. Creo que los padres de los jóvenes actuales los vacunaron, nacieron hartos de estar perseguidos por el 68, la lucha, la canción revolucionaria. Los últimos movimientos estudiantiles de la UNAM han sido muy de derecha. Todas son demandas estrictamente estudiantiles y por ventajas: no queremos examen de admisión, no queremos pagar los veinte centavos que nos cobran porque la Universidad debe ser gratuita. Todo es pedir ventajas: quiero más, quiero que me den.
En el 68 los estudiantes lograron impulsar la vida democrática y hoy, dice usted, los estudiantes no están en ese canal. ¿Quién está dando el impulso ahora?
Los partidos.
¿Los jóvenes de entonces?
Claro. Ahora en todos los partidos, incluido el PRI, los dirigentes son los que en una forma u otra vivieron el 68. Hasta Zedillo estuvo, y ahí están las fotos. El 68 no fue un movimiento de izquierda, entró gente del PRI, mucha, del PAN. De los grupos religiosos católicos.
¿Es necesario que una Comisión de la Verdad diga lo que tantas veces se ha dicho?
Tienen que encontrarse los detalles. La narración gruesa la sabemos, el Ejército nunca ha negado que llegó a Tlatelolco, nunca ha dicho “no estuvimos”, tampoco ha dicho “no disparamos”. Lo que el Ejército ha dicho es: “nos dispararon primero”. Y es cierto, al Ejército le dispararon primero, sabemos muy bien quién.
¿Quién?
Ellos dicen: “nos dispararon unos de civil que estaban en el tercer piso del Edificio Chihuahua, por lo tanto, fueron los muchachos”. Excepto el por lo tanto, todo lo demás es cierto: les dispararon unos que estaban de civil y que fueron los primeros en usar las armas. A ese fuego respondió el Ejército. Lo único que no es verdad, pero es fácil equivocarse, es decir, puesto que en ese piso es donde los muchachos habían puesto los micrófonos para el mitin, fueron ellos. Pero no fuimos nosotros, nos acababan de detener los que dispararon, que es el batallón Olimpia.
Que era parte del Ejército.
Claro, pero el Ejército regular no sabía que iban a estar ahí. Iban de civil y con un guante blanco. Eso lo negaron el gobierno y el Ejército, pero se descuidaron en un punto. Cuando yo en mi declaración, en el Campo Militar 1, dije esto, uno que estaba al lado del que escribía a máquina, respondió: “Eso no lo escribas”. Yo insistí: “Oiga, es mi declaración”. ¡Eso no se escribe!, contestaron. En donde sí lo escribieron fue donde menos se esperaban: en el Hospital Militar porque hubo militares heridos, y cuando les preguntaron que por qué estaban ahí, dijeron: “Yo formo parte de un destacamento llamado Batallón Olimpia y nos dieron órdenes de presentarnos a tales horas vestidos de civil y de llevar un guante blanco, para podernos identificar entre nosotros”. ¡Dijeron todo!, y eso no está en los expedientes secretos que ahora están abriendo, eso ha estado siempre, yo lo he publicado no menos de unas quince veces.
¿Ellos llevaban la orden de disparar o algo los obligó?
Les dijeron: ustedes se presentan a tales horas y rodean el Edificio Chihuahua. Ellos eran los encargados de detenernos a los dirigentes. Ellos dicen, en las actas, que sus órdenes eran rodear el edificio y “disparar al aire”. Lo único que no es cierto es lo de disparar al aire, porque dispararon hacia abajo. Quitémosle lo del aire y todo es cierto. ¡Que no es cierto que hubo ningún batallón! ¿Cómo no, si ellos lo dijeron?
Si a la consigna “2 de octubre no se olvida”, tuviera que agregarle una segunda parte, ¿qué sería?
No la usaría, nunca la he usado. Creo que está perfectamente olvidado, se han hecho multitud de demostraciones. Sale alguien con una cámara de televisión a la calle y le pregunta al azar a la gente, ¿qué ocurrió el 2 de octubre? Y responden: “creo que mataron gente, ¿no?”.