Uno de los periodos mejor estudiados, o cuando menos más conocidos, de la prensa cultural mexicana es el que tiene a Fernando Benítez como protagonista. No es necesario decir que es el padre de los suplementos culturales en México y que, siendo director de El Nacional, en 1947 fundó La Revista Mexicana de Cultura, cuya dirección encargó al poeta español Juan Rejano. Después hizo los célebres México en la Cultura, La Cultura en México, Sábado y dirigió La Jornada Semanal.
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En abril de 1992, en una entrevista con Carlos Marín, Benítez le dijo:
“En México en la Cultura mi primer colaborador fue Alfonso Reyes. También trabajaron conmigo los más eminentes refugiados españoles, como Adolfo Salazar, Moreno Villa o Luis Cernuda. Le di entrada a los muy jóvenes, que tenían entonces 18 años, como José Emilio Pacheco, Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska y Juan García Ponce. Después llegaron Gabriel Zaid, Carlos Fuentes, Víctor Flores Olea y los mejores escritores de esa lejana época”.
Ésta es nuestra historia y estos son los antepasados de una especialidad —el periodismo cultural— con frecuencia desdeñada. En los medios, la cultura cada vez tiene menos espacio, es cierto, ¿pero qué hacemos nosotros para que esto no suceda?
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He sido testigo de la aparición y desaparición de varios suplementos culturales. Entre los desaparecidos recuerdo El Heraldo en la cultura, de El Heraldo México, dirigido por Luis Spota, con Eduardo Lizalde y José de la Colina en su mesa de redacción; El Sol en la cultura, de El Sol de México, con colaboradores como Julio Cortázar y Carlos Fuentes; El Gallo Ilustrado, del periódico El Día, dirigido por Emmanuel Carballo; Comala, de El Financiero, dirigido por Humberto Mussachio; Ovaciones en la Cultura, dirigido por José María Espinasa; El Nacional Dominical, de El Nacional, dirigido por Fernando Solana Olivares; Lectura, de El Nacional, dirigido por Arturo Cantú; La Jornada Libros, dirigido por José María Pérez Gay; La Crónica Semanal y posteriormente La Crónica Dominical, del periódico La Crónica de Hoy, dirigidos por Rafael Pérez Gay; Posdata, de El Independiente y Confabulario, de El Universal, dirigidos por Héctor de Mauleón; El Búho y Arena, del periódico Excélsior, dirigidos respectivamente por René Avilés Fabila y Miguel Barberena; El Semanario de Novedades, dirigido por José de la Colina, y el ya legendario Sábado, de Unomásuno, fundado por Benítez pero conducido temerariamente durante más de veinte años por Huberto Batis.
Todos estos suplementos, forman parte del obituario del periodismo cultural mexicano. Esto también es parte de nuestra historia, una parte nada luminosa, por cierto.
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En la actualidad, en los periódicos de la Ciudad de México se publican sólo cuatro suplementos culturales: La Jornada Semanal, en La Jornada, El Cultural, de La Razón, Confabulario, de El Universal y Laberinto, de MILENIO.
Entre todos no suman las páginas de, por ejemplo, El ABC Cultural, del periódico español ABC. Y sin embargo, la cultura mexicana está más viva que nunca, en todos los ámbitos. La contradicción no deja de ser evidente y se hace necesario encontrar salidas a esta crisis de nuestro periodismo cultural.
Una de ellas es la correcta utilización de las nuevas tecnologías, de perderle el miedo al cambio, de profesionalizar los espacios periodísticos en el ciberespacio, de ser más responsables con lo que publicamos en internet, porque no hay que olvidar que el principal patrimonio de un periodista es su prestigio, su credibilidad.
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A finales de los años 1970, el linotipo —traído a México en 1896— agonizaba; ya sólo Excélsior y El Día lo utilizaban. Lo nuevo era la compuser, donde una persona —llamada capturista— transcribía los textos que se le entregaban para después imprimirlos en la tipografía y en las medidas indicadas por los editores y diseñadores para las columnas y cabezas. Los formadores recortaban este material y lo pegaban en hojas del tamaño (del formato) de la revista o el periódico de que se tratara, para luego regresarlo a la mesa de redacción para una última corrección en la que el círculo volvía a comenzar en el departamento de captura.
En 1990 el fax comenzó a desplazar al telex (por el que personal especializado mandaba los textos de corresponsales y enviados especiales) y poco después las computadoras desplazaron a las máquinas de escribir de las redacciones. Luego todo ha sido muy rápido, con la aparición de los celulares y del correo electrónico, de los blogs y de Twitter, de Google, Instagram, Wikipedia, han cambiado las herramientas y, en muchas ocasiones, la manera de ejercer el periodismo, no sólo en el área cultural sino en todas.
De nuestro vocabulario han desaparecido algunos términos y otros se han incorporado. Pero la esencia del oficio se mantiene: informar a los lectores de la mejor manera posible, y en este sentido la fuente cultural ofrece ventajas insoslayables no solo por los temas que aborda sino por los personajes que tiene como interlocutores: intelectuales, escritores, artistas, entre otros.
Las secciones culturales permiten ensayar todos los géneros —de la nota informativa al reportaje— y desplegar esa condición indispensable de todo buen periodista: la creatividad, a la que tantos renuncian arrastrados por la marea incesante de los lugares comunes, de los boletines de prensa, del mal entendido compañerismo que les impide disfrutar siquiera una vez en su vida el placer de la información exclusiva, el privilegio de abrir caminos, de marcar rumbos.
(JCV)
ÁSS