¿Talento o engaño?: las falsas atribuciones en la música

Desmetáfora

¿Qué es genial y que es común en el arte?, ¿cuál es la capacidad real de los conocedores para distinguir lo que es un clásico de lo que es ordinario?

El destacado pianista Paul Badura Skoda. (Especial)
Gerardo Herrera Corral
Ciudad de México /

Paul Badura Skoda es un pianista prominente, para muchos el más grande de nuestro tiempo. Este gran concertista austriaco es también un académico de la música, conocedor y editor de los grandes compositores y un apasionado de los pianos Bösendorfer, originalmente vieneses, que ahora fabrica Yamaha.

En 1993, un supuesto flautista llamado Winfried Michel le hizo llegar la copia única de un manuscrito con la partitura de seis sonatas para piano de Joseph Haydn desconocidas hasta ese momento. El documento provenía de la colección de una anciana enferma que no quería ser molestada. Después de numerosos intentos de Paul Badura Skoda por encontrarse con ella para examinar el material, el musicólogo se dio por vencido. Las repetidas cancelaciones le hicieron ver que el encuentro no se daría nunca. Entonces, en un arranque de emoción por semejante hallazgo, Paul Badura, su esposa Eva —quien también es una reconocida melómana— y el musicólogo norteamericano Robbins Landon, especialista en la vida y obra de Joseph Haydn, decidieron que se trataba de una pieza auténtica e inédita del gran compositor. Landon, como gran conocedor de la música de Haydn, expresó que podría tratarse del más grande descubrimiento musical del siglo.

La revista de la BBC publicó una nota sobre la revelación artística en su número de enero de 1994, pero el ejemplar de febrero ya incluía la retractación: “La escritura en la partitura parecía ser del siglo XX; quien la escribió debió haber usado una pluma acanalada de acero que solo comenzó a usarse en el siglo XIX, los pentagramas eran peculiares…”.

Winfried Michel, el supuesto flautista, es un compositor alemán que además de las piezas musicales en cuestión ha escrito numerosas obras musicales con el estilo del siglo XVIII bajo el seudónimo de Giovanni Paolo Simonetti. Fue él quien elaboró la estratagema para convencer a los expertos de que las sonatas compuestas por él mismo eran de Joseph Haydn. Con esto generó una controversia sobre el significado mismo del arte: ¿qué es genial y que es común?, ¿cuál es la capacidad real de los conocedores para distinguir lo que es un clásico de lo que es ordinario?, ¿hasta dónde tienen sentido los superlativos que usamos para describir lo formidable de los grandes clásicos cuando carecemos de lo necesario para definir y apreciar una obra en el mundo subjetivo de lo artístico?

Las falsificaciones musicales son más comunes de lo que uno podría pensar. Hace poco, el “Beethoven japonés”, Mamoru Samuragochi, conmocionó al país entero al revelar que no es él quien compone las obras que lo han hecho famoso. La sinfonía número 1, Hiroshima, y otras obras musicales, en realidad son de un profesor de música de medio tiempo llamado Takashi Niigaki, quien ha sido el autor fantasma de Samuragochi durante 18 años.

En febrero de 1945, Dresde fue bombardeada por las fuerzas aéreas inglesas y estadunidenses. En sólo dos días, cuatro ataques aéreos destruyeron la ciudad por completo. Así moría la “Florencia del Elba”, como se la llamaba para describir el auge cultural de esta ciudad situada a la orilla del segundo río más largo de los que desembocan en el Mar del Norte.

Las 4 mil toneladas de bombas y artefactos incendiarios desencadenaron una tormenta de fuego que consumió por completo el centro histórico, pero el musicólogo italiano Remo Giazotto afirmó toda su vida haber encontrado una pieza de papel en lo que quedó de la biblioteca estatal. El fragmento que nunca fue encontrado mostraba sólo el bajo continuo y seis compases de la melodía. Se ha llegado a suponer que se trataba del movimiento lento de una sonata.

Al inicio de la guerra, los alemanes habían puesto a salvo muchos documentos valiosos trasladándolos a castillos y oficinas alejados de los objetivos militares. Aun así, con la destrucción del edificio se perdieron más de 200 mil volúmenes de manuscritos e impresos. Entre ellos la música inédita del compositor italiano Tomaso Albinoni (1671-1751).

Giazotto, siendo biógrafo de Albinoni, consideró que este fragmento correspondía al Adagio en Sol menor y se dedicó al arreglo de la obra. Cuando hubo terminado, la publicó atribuyendo la autoría a Tomaso Albinoni. Según Giazotto, el compositor barroco debió haber escrito esta sonata en 1708. Hoy se la considera una obra enteramente de Giazotto, creada en 1945 y publicada en 1958. El fragmento de papel que contenía los seis compases de la melodía ha sido negado por la Biblioteca de Dresde. Giazotto murió en agosto de 1998 sin haber recibido el reconocimiento por la composición de la obra.

En 1940, tuvo un hijo llamado Adalberto Giazotto que se convertiría en un físico notable y padre fundador de la colaboración Virgo que ahora registra eventos de ondas gravitacionales y que estuvo cerca de ser el primer experimento en hacerlo. Resulta curioso que el hijo de un musicólogo se dedicara por tanto tiempo a construir un instrumento que pretendía escuchar los latidos del universo. El físico Adalberto Giazotto, hijo de Remo Giazotto, autor del famoso Adagio en Sol menor, murió en noviembre de 2017.

​​Estas historias nos plantean dos preguntas fundamentales: ¿en dónde podemos ubicar a la genialidad artística?, ¿cuándo es talento y cuándo es engaño? Quizá la respuesta está en la reflexión de Michael Beckerman, quien en 1994 publicó la vergonzosa historia de las sonatas de Haydn en el New York Times

“La sabiduría convencional dice que si se trata de falsificaciones no son dignas de ser amadas; sin embargo, la sabiduría convencional dice muchas tonterías. Quizá debemos darle más peso al impulso estético y menos a la fetichista autenticación del objeto que genera ese impulso”.

​​ÁSS​

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