• Abrir la mesa de las mujeres del cine: sin miedo a no 'caer en gracia'

Las nominaciones al Ariel incluyen a 69 mujeres, pero todavía no son suficientes para que el cine sea incluyente. Lejos de reducirnos a cifras sin claroscuros, ¿qué sigue para nosotras?

Ciudad de México /

Era un 18 de junio de 1990 y en la edición de los Premios Ariel de ese año, una joven Busi Cortés le entregaba el Premio a Mejor Ópera Prima a otra mujer cineasta, su colega María Novaro por la cinta Lola. Como ha contado la propia Novaro, Busi le susurró quedito al oído cuando le entregaba la estatuilla: “aprovecha que todavía les caes en gracia”.

No era difícil saber a quiénes se refería la directora de El secreto de Romelia (1988), frente a ellas estaba reunida la industria cinematográfica de México: un par de mujeres, claro, pero sobre todo hombres, esos hombres que aplaudían su victoria. Novaro continuó filmando a lo largo de los años y sus películas se estrenaron en espacios como el Festival de Cannes, el Festival Internacional de Cine de Venecia y el Festival Internacional de Cine de Berlín; 18 años después la misma Novaro sería designada directora del Instituto Mexicano de Cinematografía (IMCINE).

Me pregunto cuántas advertencias suavizadas se han intercambiado las mujeres que trabajan en esta industria –la que vio nacer a Cuarón, a Iñárritu, a Del Toro–, una que ha minimizado el valor de su presencia, particularmente detrás de cámaras. Estos intercambios se han hecho a puerta cerrada, en entrevistas y pláticas en la intimidad, al oído, en un susurro. Son anécdotas que, al ser compartidas, generan emoción, complicidad y una tristeza diluida con orgullo. Pero sólo eso. Por supuesto no pretendo que este texto coloque sobre nosotras el peso de la palabra “víctima”. Siempre nos he imaginado como sujetas desbordadas de agencia, pero en un contexto lo suficientemente hostil para seguir hablando quedito.

'La dama del silencio' de María José Cuevas. | Especial

Han pasado más de 30 años desde la imagen de Busi y María recibiendo un Ariel, y casi un siglo desde que Adela Sequeyro debutó como directora con La mujer de nadie (1937), lo que significó ser la primera directora que usó el sonido en el país. ¿Ha cambiado algo?

En primera instancia, este escrito tiene como objetivo generar algún tipo de reflexión a partir de las nominaciones femeninas al Premio Ariel, en su edición 2024, que la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas entregará el próximo 7 de septiembre. Podría llenar los caracteres con ideas vagas y sencillas del girl power, del empoderamiento, de la mujer líder y guerrera pero, antes, quisiera contestar la pregunta que hago. Poco o nada ha cambiado para nosotras en el cine.

El cine que hacen las mujeres

Este 2024 las nominaciones al Ariel incluyen a 69 mujeres, entre directoras, guionistas, cinefotógrafas, maquillistas, vestuaristas, sonidistas, actrices, editoras, encargadas de efectos especiales y diseñadoras de arte. Desde hace menos de una década, dar números duros o al menos una cifra que sea mayor a cero abre la gran narrativa de las mujeres dominando al mundo. En esa línea discursiva, 69 mujeres –de 186 nominaciones– son suficientes para decir que el cine mexicano es incluyente, aliado y a veces feminista, si nos ponemos audaces. Y aunque sin duda 69 es mejor que cero, hay algo incompleto en este razonamiento.

Lo primero es que nos vemos reducidas a una cifra uniforme, sin claroscuros, sin temas o estilos propios; y lo segundo es que pareciera como si la obra y el trabajo de todas estas mujeres hubiera aparecido por generación espontánea. Hay una desmemoria tremenda con las que estuvieron antes que nosotras. Mimi Derba dirigió La tigresa en 1917 y fue la primera mujer en la historia de México que pudo ser productora, actriz, guionista… es decir, una figura activa, con voz y voto. Cien años después, estamos aquí haciendo cuentas.

'A cielo abierto' de Mariana Arriaga. | Especial

De las 69 nominaciones a los próximos Premios Ariel, destacan tres nombres en las categorías de Mejor Dirección y Película (de ficción), consideradas los máximos reconocimientos en esta y otras premiaciones cinematográficas alrededor del mundo: Lila Avilés por Totem, Elisa Miller por Temporada de huracanes, y Tatiana Huezo por El eco. Tres trabajos que, con una particular sensibilidad nacida desde el punto de vista infantil-adolescente, hacen un acercamiento al ciclo que comprende la vida y la muerte.

En el caso de la categoría de Mejor Largometraje Documental, un terreno de suma importancia y muchas veces preferido por las mujeres directoras, vuelve a aparecer el nombre de Huezo por El eco, pero también están presentes María José Cuevas por La dama del silencio, un ejercicio cinematográfico que nombra a las víctimas de Juana Barraza Samperio La mataviejitas, y Leonor Maldonado por M20 Matamoros Ejido 20, una poderosa pieza que, en un inteligente y fresco acercamiento, explora la relación entre el cuerpo masculino, la danza y los efectos que deja tras de sí la violencia en el país.

Además, en estos Arieles destacan los nombres de Mariana Arriaga (A cielo abierto), Sofía Auza (Adolfo), Laura Baumeister (La hija de todas las rabias) y Lorena Padilla (Martínez), que presentan al mundo sus óperas primas, su primer largometraje. Ese momento debutante en el que puede vislumbrarse el camino que todas han tenido que recorrer en la industria, los ires y venires, algunos de índole burocrático y otros más delicados y definitorios, para bien y para mal.

La tempestad por sortear

Las mujeres estamos haciendo cine. A pesar de todo. Hace cinco años escuchábamos y leíamos sobre el MeToo en Estados Unidos. Recuerdo que ese marzo de 2019, leímos decenas de señalamientos públicos por acoso y abuso sexual en México. Primero fue en la industria editorial y, pronto, en un lapso de días, en otros ámbitos, entre ellos, por supuesto, el cine. Quizá fue la primera vez en que fui verdaderamente consciente de lo descomunal, de lo inmenso, del dolor atroz que decenas de compañeras, conocidas y desconocidas, habían tenido que sobrellevar, esas advertencias suavizadas como consejos.

'M20 Matamoros Ejido 20' de Leonor Maldonado. | Especial

El MeToo Cine Mexicano abrió un hoyo negro e inauguró una profunda herida en muchas de nosotras. Del desconsuelo y la tristeza pasamos a la acción, a la rabia, al ingenuo y genuino deseo de transformar. Me llevaría el resto del texto enumerar los encuentros y desencuentros que tuvimos entre nosotras, mujeres diversas de la industria. Fue duro ver que todos los movimientos son imperfectos y que, por supuesto, son propensos a ser devorados por el capital, las instituciones políticas y los discursos oficialistas.

Y aquí regreso a eso incompleto, falso y superficial que nombré con anterioridad, qué tanto ha cambiado los espacios para las mujeres dedicadas a la cinematografía. Después del MeToo, al poco tiempo comencé a ver aparecer y crecer listas del tipo Diez mujeres que hacen cine en México“análisis” de las que rompen el techo de cristal, textos que aplaudían cualquier película hecha por una mujer, los premios y las secciones “especiales” para nosotras, para ese cine que hacen ustedes las mujeres. Era imperioso tapar el sol con un dedo y la evidente violencia estructural en la industria.

Así que pienso en la encomienda inicial para este texto: tener respuestas a preguntas como qué cine están haciendo y cómo es la mirada y la labor de estas 69 mujeres nominadas este año al Ariel. Y mi honesta respuesta es que no lo sé y tampoco estoy segura de quererlo saber en esos términos. No porque no me interese, más bien todo lo contrario.

Me emociona tanto lo que hace cada una de ellas –y otras más– que la manera más honesta de pensar, reflexionar y reconocer su trabajo es empezar por no verlas como “eso otro que no es creado por un hombre”. Categorizarlas dentro de un texto sobre lo que hacen porque son mujeres, sí, pero ¿qué más? Es difícil llegar a este punto sin sentir que me contradigo o niego el trabajo de toda la teoría crítica fílmica feminista que inició en los años sesenta, o que incluso mis reflexiones pueden ser interpretadas como un argumento conservador del tipo: “más que hombres y mujeres, somos personas”. Y es que si pudiera decir cuál es mi mayor frustración como espectadora y mujer que escribe (sobre) cine, diría que es este impasse, callejón sin salida.

El Eco de Tatiana Huezo. | Especial

Por supuesto que existen particularidades y especificidades en las obras y el trabajo de las mujeres cineastas porque la experiencia de género afecta la producción artística. Hay un contexto vivo, tangible y material que atraviesa sus experiencias. El análisis sobre la representación, la categorización y el imaginario de las creadoras en la historia del cine es importantísimo, pues a través de los relatos construidos nos vemos a nosotras mismas y a las otras. No dudo y nunca dudaré que este proceso de conceptualización es y será innegable… pero ¿qué sigue?

La mesa de los hombres adultos

Hace unos años me encontré con la propuesta que hizo Griselda Pollock, profesora de Historia Social y Crítica de Arte en la Universidad de Leeds: el museo feminista virtual, un concepto que problematiza el análisis y representación artística hecha por mujeres a lo largo de la historia –que es occidental–. Para Pollock, el museo, en su significación más amplia y metafórica, no debería ser un depósito de objetos” que exhiben algo feminista
algo hecho por una mujer. Por el contrario, el museo debería ser una práctica, un laboratorio que interviene y negocia.

¿Por qué me interesa colocar esto? Porque el impasse que me tortura es la ausencia de una imaginación crítica que nos permita pensar y reconocer la obra y el trabajo que han hecho cientos y cientos de mujeres en la industria del cine mexicano, latinoamericano y mundial. Después del MeToo, nos hemos convertido en ese depositario. Para mí, la categorización tajante y desmedida ha estancado la discusión, haciendo que todo lo ideado, problematizado y propuesto por teóricas como Márgara de Millán, Teresa de Lauretis, Maricruz Castro Ricalde, Pastora Campos, entre otras, se reduzca a algo que no es: una prisión conceptual.

Recuerdo la conversación con Alejandra Márquez, una querida amiga directora de películas como Las niñas bien (2018) y El norte sobre el vacío –esta última ganadora del Ariel como Mejor Película en 2023–, en donde me habló de esas ganas de sentarse en “la mesa de los hombres adultos”, esos directores hombres consagrados y admirados por todo el mundo, y de lo frustrante que era sentir que a veces su trabajo era acomodado en la mesa de la esquina, donde sólo deben sentarse los seres delicados como la mujer con sus temas y sus problemas que sólo a ellas y a un grupo reducido de espectadoras les importaba.

'Temporada de huracanes' de Elisa Miller. | Especial

Claro, ella quería su propia mesa y de paso, ser parte de la de ellos. Navegar en ambos espacios sin sentir que no pertenecía o que debía pertenecer a algo.

La respuesta paternalista y condescendiente puede ser abrumadora y particularmente tramposa. Habría que pensar nuevas formas de desmontar los espacios de premiación como los Arieles y lograr que su valor simbólico alcance un efecto en el campo de la acción: que detrás de cada estatuilla, cada aplauso, cada foto en la alfombra roja, exista la plena consciencia del camino andado y el futuro que merecemos.

Este año el Ariel de Oro, un reconocimiento que se otorga por la trayectoria en la industria, será entregado a Brigitte Broch (directora de arte), a Angélica María (actriz y cantante) y, paradójicamente, a Busi Cortés. Busi falleció en junio de este año, pocos meses antes de volver a pisar el escenario de los Premios Ariel, como aquel junio de 1990 y, quizá, ahora sí y merecidamente, sin tener que advertirle a ninguna mujer sobre los peligros que podían acecharla, dejar de caer en gracia. Al igual que Busi y cientos de mujeres más, mi deseo es poder nombrar mi condición como mujer creadora sin convertirla en una muletilla sin eco.

Empecé con la anécdota de Busi Cortés y María Novaro porque sé que, al liberarnos de la repetición, aquello que vivieron esas mujeres hace 30 años o casi un siglo atrás, será, al fin, el punto de partida, jamás el de llegada.

GSC/AMP

  • Arantxa Luna
  • Arantxa Luna es guionista y crítica de cine. Ha colaborado en espacios como Cine Premiere, Letras Libres y la Cátedra Bergman. Es escritora de proyectos de ficción para cine y televisión.

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