La pintora Helene de Beauvoir solía definir a Portugal como “un maravilloso país medieval”. Un “maravilloso país medieval” que, después de 40 años, tiene un nuevo rostro, lo que supone una transformación estoica de un pueblo, “que ha adquirido una libertad que no tenía, que ha suplantado una violencia escondida que había y ahora es un país libre”.
“Claro que sigue siendo uno de los países más pobres de Europa, pero muy digno y muy democrático, que ha erradicado mucho de la violencia, incluso la violencia de género. Me parece que todo transcurre en la literatura portuguesa de una forma poética, con gran respeto por los recursos lingüísticos imaginativos de la lengua”.
Es la palabra de la escritora Lídia Jorge, ganadora del Premio FIL Literatura en Lenguas Romances, y una de las más reconocidas autoras portuguesas en la actualidad, con títulos como Los memorables (Elefanta Editorial, 2018) y La costa de los murmullos, cuya traducción al español se acaba de mandar a imprenta por este sello independiente mexicano.
En entrevista con MILENIO, la autora asegura que en la literatura portuguesa hay una especie de mensaje de ese pequeño pueblo que ha resistido muchas cosas y que hoy está de pie, “desafortunadamente en medio de una catástrofe económica”, pero los últimos años han sido de resistencia, de adaptación, de gente estoica: “hablar de ese estoicismo portugués, de una forma tan literaria, tan poética, es un mensaje artístico que uno envía para México.
“Somos creadores de una sociedad muy particular, que es la nuestra, repartiendo una experiencia que puede responder a una curiosidad: cómo los países pobres pueden cambiar dignos, pueden seguir dignos. Eso me parece que es muy importante, porque la historia de los últimos 40 años de Portugal es esa: somos un país tan pobre que la hermana de Simone de Beauvoir, Helene, decía que era un maravilloso país medieval”.
La mirada de los otros
Definida por la crítica como “la escritora del rescate de los humillados”, Lídia Jorge está convencida de que en la literatura portuguesa se puede encontrar una voz particular, aunque al mismo tiempo se tenga una dificultad: “somos muy poéticos en la narrativa, lo que la vuelve una narrativa no muy popular.
“Me parece que los grandes lectores nos leen a sabiendas de que hay una literatura seria, que no tiene campo para la literatura fútil, porque nosotros sufrimos mucho y seguimos siendo muy pobres. Sobre todo, hay un respeto que me parece muy importante: el relato que mi generación hizo y está haciendo aún sobre las relaciones con los antiguos de África y de las antiguas colonias: cuando se habla de una literatura lusófona, me parece que existe no solo porque es la misma lengua, sino por el deseo de hablar del otro como el dialogante de la historia que estamos construyendo”.
El 28 de noviembre, Lídia Jorge recibirá el Premio FIL Literatura en Lenguas Romances, consolidada como una de las figuras contemporáneas de las letras portuguesas, pero también como una de las más críticas y autocríticas; en parte, por ello confiesa en la entrevista que hay una historia de resentimiento de ciertas comunidades, que apenas va a venir: el tema del racismo, de la esclavitud, de la incomprensión del otro.
“Ese resentimiento es algo que va a alimentar nuestras vidas. Una especie de contraste muy profundo de la gente que viene de las antiguas colonias y que vive muy mal en Portugal: hay jóvenes que están escribiendo sobre eso, pero es un tema que va a seguir y que toca a toda Europa, porque nosotros seguimos con un sentimiento de culpa que sigue siendo muy fuerte”.
Los libros, agentes para el cambio
“Cuando la literatura habla de cuestiones nacionales o internacionales, y lo hace de forma muy sincera, cambia la sensibilidad –dice la autora–. No tenemos un aparato para medir el cambio, pero los libros cambian todo”.