Maestra en Estudios Latinoamericanos por la UNAM y doctora en Literatura Hispánica por la Universidad de Cambridge, Liliana Chávez Díaz, originaria de Sonora, publicó recientemente Viajar sola. Identidad y experiencia de viaje en autoras hispanoamericanas en la colección Periodismo activo, de la Universitat de Barcelona. Sobre sus hallazgos en esta investigación y su experiencia como viajera, sostuvimos la siguiente conversación con ella.
¿Por qué la decisión de emprender una investigación sobre las experiencias de viaje de las escritoras hispanoamericanas?
La razón académica es que tengo mucho tiempo estudiando el género de la crónica y siempre me ha sorprendido que no haya más mujeres escribiendo o que las que lo hacen no formen parte del canon reconocido de la literatura de viajes y quise saber a qué se debía esto. Aún falta mucho por investigar sobre la historia literaria de las mujeres y abordar la categoría del viaje me permitió relacionar su escritura con el contexto sociocultural y político en que se produce. También hay una razón personal: en uno de mis viajes de investigación para mi tesis de doctorado llegué antes de lo previsto a Santiago de Chile y tuve que hospedarme unos días en un hostal donde ofrecían la opción de compartir habitación sólo entre mujeres y decidí quedarme ahí. Resultó que todas las huéspedes ahí andábamos viajando solas y preferíamos esa habitación por seguridad; no teníamos mucho más en común que eso; recuerdo a una enfermera estadounidense en sus cincuenta, dos abogadas brasileñas en sus treinta, una argentina que era trabajadora social en la Patagonia y una alemana que acababa de terminar la prepa y viajaba para encontrar su vocación. Durante esos días recorrimos juntas Santiago y compartimos historias de viaje, que terminaban siempre en reflexiones sobre los riesgos (la enfermera había hecho su primer viaje sola a Argentina en plena dictadura, por ejemplo), pero también los placeres y aprendizajes de viajar. En esos días surgió la idea inicial para este proyecto, que finalmente requirió de mucho trabajo teórico, archivístico y análisis literario durante los dos años de investigación posdoctoral nacional Conacyt en el Departamento de Humanidades de la Universidad Autónoma Metropolitana, Unidad Azcapotzalco.
En el prólogo, recuperas las anécdotas de Elena Garro y Rosario Castellanos en España. ¿Podrías describirlas brevemente? ¿Qué tanto han cambiado las cosas desde entonces con respecto a las mujeres que viajan solas?
Aunque viajan en periodos distintos (Garro durante la Guerra Civil y Castellanos ya durante la dictadura franquista), es curioso que relatan experiencias similares (entre otras, ser confundidas con mujeres que ejercen el oficio de la prostitución por andar paseando solas de noche en la calle). Cuando realizan ese primer “grand tour” fuera del México conservador y represivo al que estaban acostumbradas, pero no resignadas, ambas eran jóvenes en sus veinte, de clase media, con educación universitaria y ese viaje tan lejos de casa las transforma. Comparando sus experiencias con las que relatan autoras actuales como la argentina María Moreno, la chilena Cynthia Rimsky o la chicana Susana Chávez Silverman, a quienes también analizo en mi libro, me parece que ha habido tres cambios sociales muy evidentes: ya no necesitamos casarnos para viajar solas (que es lo que hizo Garro; el Congreso de Intelectuales Antifascistas fue su viaje de luna de miel, digamos, con Octavio Paz), ni tenemos que hospedarnos como Castellanos en una “casa para señoritas” administrado por monjas para salvaguardar nuestra reputación (una experiencia que incluso hasta la generación de mi madre era común) y, finalmente, hemos perdido cierta “inocencia” respecto al lugar al que viajaremos, lo cual nos hace enfrentarnos con mayor seguridad a la experiencia. Esto es algo que ni Garro ni Castellanos tuvieron y por eso son tan fascinantes sus relatos de viaje: nos muestran una mirada de total sorpresa y una actitud de incertidumbre radical ante lo inesperado. En gran parte debido al internet, ahora podemos investigar mucho más sobre el destino y prepararnos en consecuencia: hay guías de viaje y sitios web que dan recomendaciones muy útiles para mujeres que viajan solas según el país al que planear ir; podemos incluso hacer un recorrido virtual por las calles que en el futuro recorreremos físicamente.
¿Cuáles fueron tus principales hallazgos y aprendizajes en esta investigación, a través de las cartas, las memorias, las crónicas de las autoras seleccionadas?
El principal hallazgo es que para que una mujer pueda desplazarse por territorios desconocidos (como lo han hecho los exploradores, conquistadores, científicos y periodistas hombres por siglos) se requiere, entre muchas otras cosas, una condición esencial que no se adquiere tan fácilmente, aún en la actualidad: libertad. Irónicamente, la fase final de escritura de este libro coincidió con el encierro a causa de la pandemia, lo cual me obligó a escribir sobre viajes bajo la imposibilidad del viaje mismo. El aprendizaje que me queda es haber confirmado mi intuición de que viajar es un derecho y un privilegio; y como pasa con otros actos de libertad, sólo reconocemos su enorme importancia cuando los perdemos.
Dices: “pocas mujeres viajan solas en México”. Y también: “El viaje es un derecho que pocas (mujeres) experimentan como tal, aun en el siglo XXI”. ¿Siempre ha sido así? ¿Podrías extenderte en estas aseveraciones?
Con base en mi investigación me parece que siempre ha sido así y antes era peor. Mi libro comprende desde la segunda mitad del siglo XX a la actualidad y solamente se basa en producciones textuales realizadas por mujeres que se consideran autoras literarias, así que no puedo hablar en mayor profundidad de otras épocas, pero se sabe que en el siglo XIX las pocas mujeres que viajaban en México solían ser extranjeras y de clase alta; tampoco solían viajar solas, sino acompañadas de esposos o padres. En países con pocas oportunidades de independencia económica y altos niveles de violencia hacia las mujeres como México, el viaje por placer sigue siendo una actividad determinada no sólo por el género, sino por la clase social. Y bueno, también depende de la definición misma de “viaje”, porque se habla de viaje cuando alguien se va de vacaciones, pero no para el desplazamiento o la migración forzada, que en la práctica también es un viaje, una experiencia de movilidad, aunque se viva distinto.
Dedicas un capítulo a las memorias, otro a la crónica y uno más a los archivos, lo llamas “Los viajes perdidos”. Háblame de este capítulo, de las historias que encierra, de lo que has encontrado en tu investigación.
Ese capítulo podría ser el inicio de otro libro; quise explorar de manera incipiente la forma en que las experiencias de viaje femeninas se ignoran o se guardan sin ser publicadas, para lo cual revisé documentos privados (cartas, diarios, borradores inéditos y hasta recibos de hoteles o vuelos) en los que ellas dejaron testimonio de su desplazamiento. Algunos de estos documentos ya han salido a la luz, aunque muy editados, como es el caso de los diarios de Elena Garro y de Alejandra Pizarnik que exploro en mi libro; otros todavía están a la espera de que se les preste la atención merecida. Este capítulo está basado en mi investigación en los archivos de autoras latinoamericanas en las universidades de Columbia y Princeton, pero también en mi propia experiencia, física y emocional, con estos lugares que albergan archivos de todo el mundo y todas las épocas. Para tener acceso a estos materiales debes estar vinculado a universidades estadounidenses, por lo que competí por un financiamiento del Institute of Latin American Studies de Columbia y pude estar ahí como académica visitante entre enero y febrero del año pasado. Sin saberlo entonces, este sería mi último viaje antes de la pandemia.
Tú has viajado mucho, ¿cuál ha sido tu experiencia cuando viajas sola?
Yo empecé a viajar sola desde que fui a Colombia como periodista, a un taller de crónica de la Fundación Gabo, y de ahí no he parado. Hubiera querido viajar sola antes, pero como muchas mujeres en las sociedades tradicionales latinoamericanas en la mía -en la frontera norte de México- eso no era una práctica femenina común por el riesgo que implicaba (y también por los prejuicios sociales, claro). Viajar sola es una forma única y liberadora de enfrentarse al mundo; sin embargo, con frecuencia me he enfrentado a preguntas curiosas como “¿por qué viajas sola? ¿no te da miedo?”, que pocas veces los hombres reciben cuando hacen lo mismo. Tengo muchas anécdotas que no tienen lugar en una investigación académica, pero me las reservo para un futuro libro de crónicas de viajes personales.