Esther Seligson (25 de octubre 1941-10 de febrero 2010, Ciudad de México) fue una autora versátil, enigmática, disciplinada, mística, de voz y escritura enérgica. La memoria resultó ser un instrumento indispensable que nutrió su bitácora lúcida e insatisfecha regida por principios cabalísticos: “Nombrar a las cosas por su nombre es sacarlas de la oscuridad y elevarlas hacia la luz”. Prefería que su escritura no fuera etiquetada con epítetos y clichés que responden más a los intereses comerciales de una determinada editorial que a su intención como autora.
Seligson frecuenta la poesía y la prosa, también se pasea del ensayo-crónica-artículo de opinión al cuento, y de este último al aforismo; utiliza estas herramientas para ocuparse de la reelaboración de mitos de diversas tradiciones, como si esa práctica fuera parte de un ejercicio en constante movimiento. También fue traductora de Edmond Jabès y de Emil M. Cioran, entre otros autores; además de crítica y maestra de teatro. En la fuerza de su escritura convergen el tiempo, el mar, las hojas secas, los sueños y las cicatrices. Hace que sus personajes vivan a su manera siendo Electra, Antígona, Tiresias, Penélope, Ulises, Orfeo, Euriclea y Eurídice. En ese mundo desgarrador y, a la vez, idílico, su prosa queda sostenida por tres ejes esenciales: sueño, mito y renovación.
La prosa de Octavio Paz, Mi vida con la ola, halla eco en la escritura de Esther Seligson, así como la manera de elaborar descripciones y crear personajes en atmósferas intimistas y reflexivas al estilo de Clarice Lispector, de quien fue atenta lectora. Como refiere Elena Poniatowska, “emparejó su paso al de Marcel Proust, Rainer Maria Rilke y Samuel Beckett. Los estudió, los evocó, los esculpió con su pluma, rastreó su escritura en el tiempo, desmenuzó su lenguaje y su realidad. En una ocasión dijo: ‘No creo que ninguna obra de arte esté absolutamente separada de la vida interior de su autor, no solo de sus sentimientos, sino también de sus ideas, de su concepción del mundo, de sus prejuicios y aspiraciones, sus fobias y sus sueños’”.
Cicatrices genéticas
Esther Seligson y su ramillete de cicatrices insepultas remiten a pasajes bíblicos, instantáneas del judaísmo, de la identidad y del caos. El desasosiego resulta ser una constante, un delirio “por las heridas que va sajando la cotidianidad”. Escribe la autora: “Uno creería que toda cicatriz implica una herida previa. No siempre es así: hay cicatrices genéticas. Algunas otras se heredan con la nacionalidad”. Según estudios médicos existen varios tipos de cicatrices: atróficas, hipertróficas, queloides y contracturas. ¿Acaso hay un nombre para la cicatriz que se le formó a Seligson tras la muerte de su hijo Adrián?
La forma que Seligson eligió para despedirse de su hijo queda consignada en su poemario Simiente (Ediciones Sin Nombre. México, 2004). El kadish del doliente es una oración que rezan los judíos en honor del difunto para conmemorar su vida y cuando se cumple un año del descenso recurren al yahrzeit. Ella, a través de su escritura, empezó a intentar reconstruirse: “Columpia tu vuelo entre/ mis versos más que un recuerdo/ quiero el tono de tu voz/ sonriente travieso burlón y si llora/ agua de riego el llanto/luz de mediodía la tristeza./ Retoma/ como sea que fuere/ devuélveme tu voz.” (pág. 61). Entre sus aciertos está la manera que tuvo de darle otro sentido a la tragedia, a través de la palabra.
Simiente fue la manera que eligió para exorcizar su dolor. Lo escribió durante una estancia en Israel, frente al mar de Ashkelón. Simiente, como contó en una entrevista, “es la semilla que siembras, la simiente espermática, es origen, génesis. Es simiente de luz y también de caos. El caos está lleno de semillas, simiente de la creación. Y es libro de luz porque, aunque suene paradójico, la muerte es la otra forma de vida, la verdadera simiente, la luz”. En el libro también figuran cartas y dibujos de Adrián Joskowicz Seligson.
A los intelectuales de su época siempre les asombró la manera que tenía de hablar, de una forma clara y puntual, en ocasiones hiriente porque decía la verdad. Poniatowska la define como una mujer “definitiva, difícil y rotunda”. En su momento pocos críticos literarios comprendieron su valor, la pulcritud de su estilo y la coherencia con su poética.
Nació bajo el signo de escorpión, en Ciudad de México. Era estudiosa de la cábala, la astrología y el tarot. Al final de las presentaciones de sus libros, antes de que el público se levantara de sus asientos, les pedía que alzaran la mano para saber quiénes eran escorpión como ella; y les solicitaba que hicieran una fila para entregarles una rosa roja, flores que se multiplicaban como por arte de magia, pues al parecer todos la habían visto llegar con solo un par de docenas de rosas. Al resto de los asistentes les obsequiaba chocolates que contenían “un breve mensaje de las fuerzas benéficas del azar”. El tarot que solía leer —a personas que apreciaba— era introspectivo, al margen de premoniciones, un examen de experiencias acumuladas y de cómo era la persona ante tal o cual adversidad. ¿Cómo habría celebrado su cumpleaños número 80?
Y además...
Para celebrarlaEl lunes 25 de octubre, a las 19:00 horas, la Casa Estudio Cien Años de Soledad convoca a la mesa redonda a distancia Travesías de Esther Seligson, a 80 años de su nacimiento.
Participan José María Espinasa y Mary Carmen Sánchez Ambriz.
bgpa