Los primeros pasos del arte de la novela

Habitualmente desdeñado por la Academia Sueca, Kundera ha sabido modelar una obra en la cual la narración convive con la reflexión filosófica y el ensayo. Inició con La broma, publicada hace 50 años

Nació en República Checa, en 1929
Christian Muñoz Contreras
Ciudad de México /

A 50 años de la publicación de la primera novela de Milan Kundera, La broma (1967), la República Checa aún vive un proceso de reconciliación con uno de sus escritores más célebres. Censurada por el régimen comunista, La broma marcó el estilo que seguirían las novelas de Kundera y también el rumbo de una ríspida relación con el gobierno que culminaría con el exilio en 1975.

A medio siglo del debut narrativo de Kundera, conversamos con Miroslav Balastík, editor de sus ensayos en Host (una de las revistas literarias más influyentes en la República Checa y en cuyas páginas han escrito autores como Jiri Woker, Vitezslav Nezval y Frantisek Halas), con Fernando Valenzuela, su traductor, y con Allison Stanger, especialista que ha encontrado diferencias significativas en las traducciones al francés e inglés de La broma.

Para Miroslav Balastík, Milan Kundera es un clásico: “Alguien de la talla de Karel Čapek o Franz Kafka. Sus libros ya forman parte de los cánones de la literatura. Su obra no puede apreciarse con los mismos valores que se emplean en la crítica en general. Los críticos no se detienen a dilucidar si cierta figura está bien descrita, si la trama está bien concebida o si el estilo resulta insuficiente o sobrado. Sus libros no se valoran, se interpretan. Lo que hoy se escribe sobre los libros de Kundera responde mucho más a los problemas de nuestro tiempo que a los libros mismos”.

En 1997, Prague Post, Literární Noviny y ABC publicaron una entrevista con Allison Stanger, politóloga estadunidense que se ha especializado en los regímenes de Europa del Este, colaboradora de CNN y The Washington Post, y gran lectora de las obras de Kundera, quien advertía de los cambios que había en algunas traducciones de La broma.

Stanger asegura que después de leer La broma en francés, inglés y checo, comprobó que Kundera realizó cambios sustanciales en las traducciones. Reescribió el libro para lectores no checos. Stanger envió una misiva al autor pidiendo una explicación puesto que en sus ensayos Kundera critica las malas traducciones.

La carta se quedó sin respuesta y Stanger dice: “Creo que Kundera estaba creando trabajos para diferentes audiencias, lo que contradice la precisión en la traducción de la que habla en El arte de la novela. No me siento engañada. Sigue siendo un libro estupendo. Solo estoy interesada en saber por qué hizo esos cambios”.

Cuando se le pregunta a Balastík si es permisible que un escritor escriba diferentes versiones del mismo libro para distintos públicos, responde: “Si ignoramos que el autor puede hacer con su texto lo que le venga en gana, entendería por completo esa actitud. Adaptar una novela al contexto del público que lo va a leer no es más que un esfuerzo por acercar los fundamentos de su idea al lector. La Checoslovaquia comunista, como apéndice del Imperio Soviético y lugar donde se desarrollaba La broma, era, desde la perspectiva de los lectores de Occidente, un lugar relativamente remoto y exótico. Pero Kundera no es el tipo de autor para quien el ambiente y la realidad sean importantes. Ve la novela como sucesora de la filosofía y esto porque analiza la existencia del hombre. Lo demás es más bien escenografía. Es por ello que para él es tan importante la precisión en las traducciones, así como también es importante que el lector no vea sus libros como algo exótico, con descripciones de otros espacios culturales, sino que no pierda de vista el pensamiento y los actos de los personajes. Es en este tenor en el que modifica algunos rasgos particulares y específicos de la realidad checa, de manera que eviten que los lectores extranjeros pierdan de vista los ejes básicos de la historia y que interpreten el texto como ese informe del estado de un lugar y cultura distintos. Por eso, en determinadas escenas y en voz del narrador, piensa como un filósofo. Este es su original estilo de escritura: sus interpretaciones y comentarios hacen de cada novela una peculiar aventura intelectual que raya en el ensayo filosófico”.

Kundera, por otra parte, ha rechazado que sus novelas en francés (La lentitud, La identidad, La ignorancia, La fiesta de la insignificancia) sean traducidas al checo. Sobre esto, Balastík comenta: “Es conocido que Kundera supervisa estrechamente las traducciones de sus libros a otros idiomas y elige cada palabra con el traductor. Cuando se trata del checo, su lengua materna, es lógico que quien podría lograr una traducción más precisa sería él mismo. Una traducción de alguien más es siempre una interpretación del texto y estoy seguro de que acabaría por escribir una nueva versión de Kundera. Todo escritor tiene en su lengua materna su diccionario propio, su particular ritmo de la frase y sintaxis enfatizando el significado, lo que es un rasgo individual y que incluso el mejor traductor no lograría plasmar. En realidad, esto significa que, para Kundera, el checo es algo muy importante. Y por desgracia no tiene tiempo para traducir su propia obra. Desde su perspectiva, lo entiendo, pero como lector lo considero lamentable. Y aunque esos libros puedan leerse en inglés, no es lo mismo”.

Fernando Valenzuela, quien además de Kundera ha traducido a Bohumil Hrabal, Leos Janácek y Jaroslav Hašek, galardonado en 2007 con el Premio Gratias Agit otorgado por el Ministerio de Relaciones Exteriores de la República Checa por su labor en la difusión de la cultura de ese país, contradice a Balastík y dice: “Kundera no interviene en el proceso de traducción de sus novelas. Lo que sí hace es salir en defensa de sus traductores cuando las editoriales pretenden maltratarlos (a ellos o al resultado de su trabajo), cosa que es de lo más frecuente. Yo puedo dar testimonio de ello: sus respuestas a mis quejas por las estrafalarias intervenciones de los ‘correctores de estilo’, que suelen preferir las frases cortas y muy sencillas, fueron, esas sí, cortas y sencillas: ‘Fernando, búscame otro editor’. De lo que sí se ocupa es de conocer a sus traductores, de hablar con ellos, de establecer una estrecha relación. Traducir a Kundera es una delicia, hablar con él es un placer; ser su amigo íntimo, un privilegio”.

El 5 de diciembre de 1965, Kundera terminaba su primera novela, La broma, publicada en 1967 tras pasar medio año sobre la mesa del censor. Marcaría el comienzo de una historia de reconocimiento de parte de sus lectores y la crítica, y de represión por parte del régimen comunista, que culminaría con su exilio en Francia en 1975 y la pérdida de su nacionalidad en 1981.

Balastík afirma que la censura contribuyó a la fama de la novela de Kundera. “La censura crea la idea de que una obra contiene información política, o incluso moral, peligrosa, lo que despierta mucha más curiosidad que su calidad literaria. Es un hecho que la censura comunista después de 1968 provocó que la literatura de la década de 1960 se convirtiera en leyenda. Muchos libros mantuvieron vigente el interés de los lectores hasta la caída del comunismo, pero de haber sido otra la historia habrían quedado en el olvido. La censura del libro es, por eso mismo, muy peligrosa. Circunscribe una obra a lo político. Comparado con todo lo que se escribía sobre el régimen comunista en mi época de universitario, La broma me parecía muy mesurada, no tan crítica, y políticamente intrascendente”.

Balastík, crítico literario, autor de Posgeneración y Literatura en cazadores del tiempo y profesor de la Universidad Masaryk de Brno, en la que imparte clases de literatura checa en la carrera de filosofía, afirma que la comprensión de La broma ha cambiado entre las distintas generaciones de estudiantes. “Las obras canónicas son espejos de su época. Los lectores siempre encuentran en ellas la línea de la historia, la emoción o el problema que más se relaciona con su propia realidad. Y esto es evidentemente cierto para La broma y algunas otras obras de Kundera como El libro de los amores ridículos. Llevo ya casi 20 años analizando con mis estudiantes La broma y su interpretación ha cambiado en varias ocasiones. En la década de 1990, el tema que más resonaba era el comunismo y su interpretación se hacía precisamente en ese espíritu, es decir, la crítica al totalitarismo y cómo dichos regímenes temen al humor. Hacia el 2000, la novela se abordaba más por la incertidumbre existencial que toca. Para la siguiente generación, nacida en condiciones de libertad plena y que jamás experimentó el comunismo, La broma era, sin excepción, una novela histórica y se cuestionaba cómo había sido posible que el régimen comunista funcionara. Hoy el tema que los ocupa es la incertidumbre existencial de los personajes. De cualquier modo, cuando vuelva a considerarse una novela política significará que el contexto social estará modificándose de manera crucial. En otras palabras, significará que, en ese momento, estaremos amenazados por alguna forma de totalitarismo”.

Para Balastík, la polémica suscitada por La broma en la entonces Checoslovaquia tiene como origen el humor, pero también “lo expresado en forma no literal. Los regímenes totalitarios (el fascismo y el comunismo) generalmente tienden al realismo artístico en su forma más primitiva. Por eso aquí no se trata solo de que el arte sirva a la ideología, sino que deben ilustrarla con ejemplos, escribiendo historias digeribles y que ayuden a propagarla. Cualquier ambigüedad y alternativa artística obliga al lector o espectador a desarrollar cierta actividad y a ser capaz de realizar una determinada interpretación”.

Prohibidos durante largo tiempo en su país, los libros que Kundera escribió en checo están hoy disponibles en las librerías, dice Balastík: “Salvo uno, El libro de la risa y el olvido, que está a punto de salir. Sin embargo, los títulos que escribió en francés no están disponibles en checo”.

Sobre la decisión de Kundera de no digitalizar sus libros, Balastík asegura que su obra podrá sobrevivir sin el soporte de la tecnología. “El mercado de libros electrónicos representa en Europa menos de 10 por ciento del total de ingresos del mercado de libros y lleva varios años sin crecer. Y en Estados Unidos es lo mismo. Su rechazo a la digitalización significa que el autor es el dueño y señor de su obra y puede decidir sobre su destino”.

Las exigencias estéticas y de traducción, el desdén por la fama, el hermetismo que ha mantenido en su vida personal, le han valido a Kundera los cuestionamientos de quienes preguntan por qué no vuelve a su país, por qué no escribe más en su lengua natal o por qué no da entrevistas. Junto a ello, en 2008 salió a la luz la revelación de que Kundera había sido un delator de la policía secreta durante el régimen comunista.

Al respecto, Balastík dice: “El nombre Milan Kundera despierta sentimientos de orgullo nacional. Aun para quienes ni siquiera han leído su obra es evidencia de que la nación checa es extraordinaria y un ejemplo de excelencia. Sin embargo, la mundialización del escritor despierta emociones contrarias. Le echan en cara que odia a su patria, que ya no es checo, que no visita la República Checa y que escribe en francés”.

Valenzuela comparte una anécdota que resume el hostigamiento al que, tras alcanzar el éxito, Kundera ha quedado expuesto: “Poco después de regresar de Praga a Madrid con mi flamante diploma de doctor en filosofía bajo el brazo, me lo encontré sentado en el sillón más grande del salón, donde él apenas cabía. Traía una botella de slivovice (aguardiente de ciruelas) que nos bebimos hablando de literatura, de filosofía y de nuestros numerosos amigos comunes, entre otros, de mis dos profesores predilectos: Karel Kosík y Jan Patocka. Luego vinieron múltiples visitas a su casa de París, a la de una playa de Picardía, cuyo nombre no diré porque es difícil imaginarse el acoso al que someten a Milan cientos de periodistas y millones de posgraduados estadunidenses y de otros continentes, ávidos todos de obtener una entrevista que, como bien sabemos los periodistas, es un artículo que lo escribe uno y lo cobra otro”.

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