Antes de asesinar a cuatro taxistas, Ricardo Melogno vivió en la calle, caminó horas “como un perro”, fue maltratado por su madre y sintió una amenaza espectral, una presencia maligna a su alrededor.
En septiembre de 1982, a lo largo de una semana, en un radio de pocas cuadras de un barrio de Buenos Aires, Argentina, fueron encontradas sus víctimas. El libro Magnetizado de Carlos Busqued es producto de noventa horas de charla con Ricardo Melogno. El autor revisó lo publicado por la prensa, indagó en los archivos judiciales, entrevistó a quienes estuvieron a cargo de la investigación y el arresto. No hay juicios, no hay opiniones, somos testigos de la degradación de un ser humano. El formato de entrevista permite al lector conocer los pensamientos del homicida, sus palabras y sus temores.
Sin ninguna razón, sin ningún motivo aparente, un día decidió matar. Oprimió el gatillo y sintió una mirada dura, penetrante, que lo perturbó. Era la suya vista desde el retrovisor. Acomodó el cuerpo del taxista y fumó un rato antes de irse. Sin prisa, sin emociones: “En una época, para hablar de esto, para graficar la idea, usé la frase: ‘Si tenía ganas de comer comía, si tenía ganas de dormir dormía, si tenía ganas de matar, mataba”.
Ricardo cuenta a Busqued que cuando cometió los crímenes “sintió como si estuviera viendo una película, como si él fuera un observador. De ninguno recuerda el momento específico del disparo ni de la muerte de las víctimas, “tenía los ojos cerrados”. En todos los casos “tomó los documentos del chofer, apagó el motor y se quedó ahí un rato. Se llevó los documentos por las fotos, por un tema de defensa. Teniendo sus fotos, los espíritus de los muertos nunca volverían a molestarlo”.
Cuando era adolescente, recuerda Ricardo, intentó suicidarse: veneno, cuerda para ahorcarse y el vértigo de la azotea de un hotel. Nada funcionó. Y pensó: “Ojalá me muera mientras duermo. Que alguien se compadezca de mí y pasar de un mundo al otro, digamos, durmiendo, lo menos doloroso posible. Del sueño a la muerte”.
Con la reclusión vienen una serie de diagnósticos: síndrome esquizofrénico sobre una personalidad psicopática; en el momento de los asesinatos no podía comprender la criminalidad de los actos; personalidad anómala; psicópata esquizo, perverso histérico. Una terapeuta le dijo: “Ricardo, el esquizofrénico no nace, se hace. Y tu madre puso todo lo que pudo para que vos tengas un trastorno mental severísimo”. Y evocó: “Mi madre usaba la religión como arma: me recagaba a palos pero me decía que no me pegaba ella, era que Dios me castigaba a través de ella (…) Pegaba con furia, se sacaba. Yo me he llegado a mear del miedo en esas palizas”.
Temía estar en casa de su madre. Dormía con la pistola cargada y martillada debajo de la almohada: “Las presencias que yo sentía eran producto del entorno en el que se movía mi vieja…y también producto de la fuerza misma de mi vieja. Ella usaba toda la religión y todo el tema místico como un elemento de presión hacia mí”. Su madre repetía siempre que los hombres eran “un aborto mal hecho”.
Los años en la cárcel y el psiquiátrico están llenos de medicamentos, diagnósticos y negativas de libertad.
¿Qué pasa en la vida de un ser humano cuando es privado de su libertad?
La doctora Karla Salazar, del Centro Regional de Investigaciones Multidisciplinarias de la UNAM, responde a este cuestionamiento, a esta inquietud después de revisar este libro. Cuando un ser humano es privado de su libertad, señala, existen diversas implicaciones a nivel personal, familiar y social. “Su cotidianidad es transformada de forma radical e intempestiva. La finalidad de todo ingreso a prisión es la readaptación, no obstante, este objeto dista mucho de la praxis empleada en las prisiones. Asimismo, el proceso primario de adaptación a una nueva realidad con diversas privaciones es complejo debido por una parte a que toda referencia en las formas de vida es quebrantada e implica un distanciamiento físico y psíquico del entorno social, y por otra parte existe una disminución considerable de factores que permitan generar vínculos, desarrollar roles sociales y establecer proyectos de vida.
Además, el proceso de adaptación es heterogéneo y responde a las trayectorias de vida, redes de apoyo social y familiar, salud mental y física, tiempo de la condena, condiciones carcelarias, percepción de las adversidades que se viven y los procesos de resiliencia para hacerles frente”.
Horas después de haber matado a uno de los taxistas, Ricardo comió en un pequeño restaurante. El tenedor se queda pegado a una de sus manos. Cree que está magnetizado pero lo que en realidad sucede es que la sangre mantiene su piel unida al metal.
No sólo vive doblegado por el encierro, el aislamiento y la soledad. Está condenado al juicio, al señalamiento, a la condena: “El día que se encuentren con un monstruo, lo van a reconocer, porque un monstruo es esto que acaban de ver”. Fueron las palabras de un psiquiatra a sus alumnos después de ver a Ricardo.
DMZ