Magnus Carlsen: la poética del riesgo o asesinar en el tablero

Tras vencer a Sergey Karjakin en Nueva York en noviembre, el ajedrecista noruego de 26 años retuvo por tercera vez el campeonato mundial, por lo cual muchos lo consideran ya el mejor de la historia

Magnus Carlsen
Viswanathan Anand
Magnus Carlsen y Sergey Karjakin
Ciudad de México /

Sacrificó su Dama para garantizar la muerte del Rey enemigo; Magnus Carlsen, tras un mundial árido y técnico, retuvo el campeonato de la más romántica de las maneras: invocó a la poesía. Y el lirismo resultó inédito y gozoso; nadie lo esperaba, no es su estilo. Estamos ante un ajedrecista posicional: acosa implacablemente ―movimiento a movimiento, lenta y sutilmente, sin pasos en falso ni exabruptos― hasta que su enemigo se desespera, gasta sus últimos esfuerzos en berrinches y desfallece. Y eso, ver muerto a su oponente, hace que los ojos de Magnus se enciendan soberbios y triunfantes. A sus 26 años no hay otra cosa que lo haga sentir vivo; música, flirtear o andar en bicicleta… cualquier otra actividad que no sea trazar sobre el tablero un asesinato lo aburre hasta el hastío. Es un joven monomaniaco.

Genio sin música

Que le digan El Mozart del ajedrez es mentira. De niño y adolescente, Magnus nunca fue el mejor del mundo; siempre ―en rondas finales de mundiales y competencias europeas de menores de 14― jugó contra rivales que lo derrotaron sin mayores complicaciones (como el hoy desconocido Sergei Zhigalko). La verdad sobre su grandeza es que la alcanzó ―a diferencia de Mozart― ya adulto: a los 22 (2013), cuando venció al indio Viswanathan Anand y se convirtió en campeón del mundo. A los 23 (2014) retuvo el campeonato ―también contra Anand― y alcanzó el rating (2882) más alto en la historia del ajedrez; a los 26 (2016), hace dos meses (del 11 al 30 de noviembre), mantuvo el título por tercera vez consecutiva tras ganarle al ruso Sergey Karjakin.

Un joven robótico

Sergey Karjakin es el ajedrecista más joven de todos los tiempos en haber obtenido el grado de gran maestro: a los 12 años y siete meses. Su ajedrez es todo sobre resistencia y academia. Frío y estático. Apegado a los cánones. Niega los impulsos y evita situaciones ajenas a los libros de estrategias. A veces sus reacciones y planteamientos resultan tan mecánicos que uno se preguntaría: ¿es hombre o robot este joven?

Un joven robótico, además, adiestrado por el gobierno ruso. Cuando en marzo de 2016 Sergey Karjakin ganó el torneo de candidatos —contra el indio Viswanathan Anand, el ruso Peter Svidler, los estadunidenses Fabiano Caruana y Hikaru Nakamura, el búlgaro Veselin Topalov, el holandés Anish Giri y el armenio Levon Aronian— y obtuvo el derecho de enfrentar en Nueva York a Magnus por el campeonato del mundo, Vladimir Putin le financió a su compatriota una lujosa y abrumadora preparación de siete meses.

Los entrenamientos —que sucedían en hoteles y clínicas exclusivas a las afueras de Moscú y San Petersburgo— se centraron en estudiar, movimiento por movimiento, todas las debilidades teóricas en cada una de las 2608 partidas disputadas por Magnus del 2000 al 2016.

Dos Magnus

El primer Magnus, el adolescente, el del pasado, es un jugador táctico y agresivo que busca el rápido intercambio de materiales para liberar el tablero, y ahí, en los espacios abiertos, aventurarse hacia el espectáculo del arrojo y el ingenio, de la velocidad y los escaques vacíos… de la poética del riesgo.

El segundo Magnus, el actual campeón del mundo, es un jugador posicional preocupado por evadir a toda costa la academia y provocar posiciones inéditas, que no puedan resolverse con estudios —sino con instinto—, que desconcierten a sus adversarios, que los vuelva cautos y miedosos, que den pasos lentos, que desconfíen de sus propios pensamientos, que vean peligros en combinaciones inofensivas y sean ciegos cuando la muerte se les comienza a abrir frente a sus ojos, trágica, inexorable y profundamente cínica.

El campeonato del mundo

La estrategia de Karjakin: que Magnus, al principio, se sintiera libre de enrarecer las situaciones en el tablero; luego, cuando Magnus estuviera cómodo y confiado, dedicarse a convertir las posiciones inéditas en posiciones académicas. Una estrategia ñoña, astuta y paciente que —cosa insólita— desesperó a Magnus, quien por primera vez en un campeonato del mundo lució errático, soso e inarticulado.

Una y otra vez se repitió la misma dinámica: Magnus llevaba a Karjakin hacia la incertidumbre y sonreía, pero Karjakin revertía la incertidumbre para regresar a la teoría y Magnus bufaba de rabia. Así avanzaron las siete (de 12) primeras partidas; todas terminaron en tablas. La prensa comenzó a mostrarse mordaz y agria ante lo que se perfilaba a ser el campeonato más predecible del mundo.

Durante la partida 8, Magnus arriesgó con blancas. Regresó a su primera etapa, la del pasado: ser violento y matar o morir en espacios abiertos. Y también regresaron sus antiguos pecados: descuidar la posición y tomar riesgos insensatos. Karjakin —¡con negras!— lo despedazó y se fue un punto arriba en la serie: 4.5 contra 3.5. Empataron la partida 9 y en la 10, a dos del final, Magnus logró —con blancas— sostener a lo largo de la partida posiciones extrañas que no podían ser resueltas a través de la teoría, y Karjakin, entre caos y formaciones confusas, terminó por rendirse.

Magnus por fin había logrado derribar a Karjakin; lo tenía a merced para asesinarlo y, sin embargo, durante los dos partidos siguientes, en vez de ir a matar decidió ser precavido: cerrar dos tablas rápidas (marcador final: 6-6) y mandar el campeonato a la prórroga: cuatro partidas semirrápidas (25 minutos por jugador), una tras otra durante el mismo día.

Empataron las dos primeras, pero Magnus acertó: con el tiempo encima, ante la necesidad de decidir rápido, sin el espacio suficiente para visualizar cómo llevar las partidas hacia los libros, Karjakin lució inexacto y precipitado; durante la tercera partida calculó fatalmente mal: lanzó tontamente hacia el frente a su Torre blanca, descuidó la defensa y fue vencido.

Y Magnus, en el último partido, con un Karjakin iracundo y desesperado, invocó a la poesía: tras un mundial árido y técnico, que comenzó perdiendo, retuvo su campeonato (con marcador final de 9-7) de la más romántica de las maneras: sacrificó su dama para garantizar la muerte del rey enemigo.

  • Hugo Roca Joglar

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