Memorial de la política cultural en México

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Las herencias, y no un auténtico viraje, parecen marcar el rumbo de uno de los sectores más activos del país

Hasta estas horas, la nueva titular, Alejandra Fraustro, habrá de trasladarse a Tlaxcala como parte de una descentralización del gobierno (Foto. Jorge
Ciudad de México /

La memoria es hierba
El toque presidencialista ha caracterizado, en diferentes momentos, alguno de los escenarios de la política cultural. Álvaro Obregón dispuso de José Vasconcelos para fundar la SEP, e integrar al proyecto educativo, el cultural. A Lázaro Cárdenas le tocó cimentar el INAH, a Miguel Alemán el INBA, a Adolfo López Mateos instalar la Subsecretaría de Cultura, a Miguel de la Madrid impulsar el Programa Cultural de las Fronteras. Como sabemos, un punto de inflexión de la política cultural, de la intervención del Estado en el sector cultural, se dio con Carlos Salinas de Gortari. En Palacio Nacional, donde el mandatario Andrés Manuel López Obrador ofrece las conferencias de prensa mañaneras, en el otoño casi invernal de 1988 anunció la creación del Conaculta.
El anecdotario de esos años inscribe que Salinas tuvo la opción de favorecer la Secretaría de Cultura, que le fue consultada y puesta en bandeja, en diferentes momentos de cabildeo, a Octavio Paz y Carlos Fuentes. En el barullo ninguno de los dos quiso. Entonces, conforme con el Consejo, Salinas de Gortari lo dejó en manos de Víctor Flores Olea y extendió el invierno decembrino de 1988 al 2 de marzo de 1989. Así se vio realizado un vislumbre de octubre de 1975 al que la revista Plural dio página impresa. El poeta celebró el anhelo cumplido: “La creación del Fonca es un anuncio de los tiempos. Por primera vez en la historia de nuestro país se asocian voluntariamente el Estado y los empresarios para fomentar la creación y la difusión de las obras artísticas y literarias. Por primera vez también —cambio inmenso, radical— los escritores y los artistas tendrán la posibilidad de dirigir y orientar a la cultura viva de México, en el dominio del arte, la literatura y la historia, tanto en la provincia como en la capital”. El primer instrumentador del fideicomiso —un año de gestión— fue el actual senador morenista Héctor Vasconcelos.
El camino que conduce a AMLO y la política cultural registra numerosos sucesos. Uno de ellos tiene que ver con el conflicto que se desató entre los grupos representados en las revistas Vuelta y Nexos, entre Paz y Flores Olea. La trifulca del Coloquio de Invierno dispuso al frente del Conaculta a Rafael Tovar y de Teresa. El egresado de la UAM venía del INBA. En abril de 1992, arrancó una larga gestión a la vez que notable influencia en la política cultural entre los siglos XX y XXI. Por sus antecedentes en la cancillería, por estar en el origen del Consejo, al igual que debido a un meteórico cierre de la administración, Ernesto Zedillo decidió ratificar en su cargo al entonces esposo de Carmen Beatriz López Portillo y Romano. Dueña de una voz propia, Gigí guía la Universidad del Claustro de Sor Juana. En sus patios, Alejandra Frausto toma forma como gestora cultural.

Alternancia sin cambios
En campaña, y tras la elección de julio del año 2000, para el Conaculta fue Sari Bermúdez. En el diciembre sexenal llegamos hasta el patio del Templo de Santo Domingo, en la ciudad de Oaxaca. Al segundo día de actividades del mandatario de la alternancia, Vicente Fox compartió la comida con un numeroso grupo de la comunidad cultural. La oportunidad se diluyó en palabrería.
A Sari Bermúdez no le fue un paraíso pero transitó (con notable coincidencia tovarista) sus seis años de presidenta. Del legado, la Biblioteca José Vasconcelos marcó el empeño del propio Fox, quien la llamó “la Catedral de la lectura”. Para Bermúdez son también años de cruces oficiales y simpatías con el jefe de Gobierno del Distrito Federal, López Obrador quien, si bien crea la Secretaría de Cultura local, no lo hace de la mejor manera. Como nos alecciona la experta en este episodio, Patricia Chavero, el tabasqueño nunca destinó tiempo ni recursos para involucrarse en los asuntos culturales. A contrapelo, amplias corrientes de la comunidad cultural habrían de arropar al candidato AMLO, mientras que la agenda del sector apenas figura en la campaña del aspirante Felipe Calderón. En el complejo escenario poselectoral, Alejandra Frausto ve por la organización de varias actividades culturales en las vías públicas tomadas.



Calderón se despreocupa de significar el inicio de su administración con algún anuncio cultural. El 3 de diciembre de 2006, el jefe de la Oficina de la Presidencia, Juan Camilo Mouriño, le notifica a Sergio Vela de su designación como titular del Conaculta. El hombre de aliento tovarista venía de servir en la Ópera de Bellas Artes, en el Festival Internacional Cervantino y en la dirección de Música de la UNAM. En tanto que en la vía amloísta, Alejandra Frausto sigue su andar en la capital, en el equipo de Marcelo Ebrard y de Elena Cepeda, la secretaria de Cultura. En un ambiente crispado por diversos conflictos, Vela deja estrepitosamente el Conaculta. Corre marzo de 2009, año de la gran depresión económica. Consuelo Sáizar pasa del Fondo de Cultura Económica al Consejo. Gestión disruptiva, enfrenta el diciembre sexenal peñanietista de 2012: rubrica el tercer aterrizaje de Rafael Tovar y de Teresa a la casona de Arenal 40. El mexiquense, que en la FIL de Guadalajara de 2011 fue ridiculizado por falta de libros que nombrar, como mago instala la Secretaría de Cultura en diciembre de 2015. Su primer titular, absurdos del destino, fallece el 10 de diciembre de 2016. Para junio de 2017, Peña Nieto corona su versión de la Ley General de Cultura y Derechos Culturales.
A su manera, López Obrador pavimentaba sus nociones sobre política cultural. En la campaña de 2012 dice que, de ganar, crearía la Secretaría de Cultura, con Elena Poniatowska como titular. En aquellos años, Alejandra Frausto, tras ser empresaria cultural, se fue al estado de Guerrero. Ahí, con su gobernador Ángel Aguirre, tomó el Instituto de Cultura que después dejó convertido en secretaría. Iguala en llamas, la amiga de la familia Tovar-López Portillo es designada directora general de Culturas Populares al rayar 2013, oficina de donde salió en 2017 para un acomodo estratégico en el Seminario de Cultura Mexicana. Cuando el 20 de noviembre de ese año preelectoral López Obrador lanza el Proyecto de Nación, la escritora Laura Esquivel fue la encargada del nicho: “La cultura es el eje transversal de toda transformación revolucionaria”, soltó para después borrarse del panorama. El 14 de diciembre presexenal, la entonces por titularse como abogada de la UNAM aparece en el ceremonial como futura Secretaria de Cultura del gabinete amloísta.

Mucho ruido, algunas nueces
La carretera alegórica del 2018 facilita a Frausto meses de encuentros con los habitantes del sector cultural, lapso para perfilar en acto de fe, por escrito y en diversidad de foros, que vienen seis años de una consigna llena de incógnitas al escribir estas notas: El poder de la cultura. El bifásico enunciado (de la cultura del poder al) encierra una suerte de catálogo de intenciones de política cultural que se supone veremos pronto convertidas en un sistema de políticas públicas y en un documento denominado Programa Sectorial Cultura, que por ley (alineado con el Plan Nacional de Desarrollo) debe quedar listo el mes de abril. Hasta estas horas, la nueva titular del despacho de Arenal que habrá de trasladarse, de ir y venir a Tlaxcala como parte de una descentralización del gobierno federal (cuyos detalles desconocemos), tiene como colaboradores, entre otros, a Natalia Toledo como subsecretaria de Diversidad Cultural, a Edgar San Juan como subsecretario de Desarrollo Cultural, a Vianka Santana en el Cecut, a Lucina Jiménez en el INBA, a Diego Prieto en el INAH (hasta ahora el único ratificado), a María Novaro en el Imcine y a Mario Bellatín en el Fonca. La pertinencia y eficacia del grupo de funcionarios de la secretaría tiene que esperar a que sean designados los cargos faltantes, como es el caso de Canal 22 (pendiente el saber si hay otros planes con los medios públicos). Solo así, con el conocimiento de sus planes, podremos juzgar.

Sin duda, hasta ahora la joya de la corona cultural de la 4T es la promesa de conversión de la residencia oficial de Los Pinos en un complejo cultural. El desmembramiento marca el inicio de una rebatiña de profundos significados burocráticos e ideológicos, validado ya por miles de visitantes dispuestos a vivir sus fantasías como si se tratara del castillo de una monarquía. El alucine es tal que hasta ha corrido la descabellada idea de convertirle en sede del legado de Octavio Paz. Por ello, en el diciembre frenético y altisonante de López Obrador se sucedieron en esa porción de Chapultepec conciertos y la proyección de Roma, de Alfonso Cuarón. Sin embargo, es el día en que poco sabemos de lo que será Los Pinos en el conjunto de la política cultural, de las implicaciones presupuestales que no fueron previstas formalmente en el paquete económico de este año fiscal.
La integración del Ramo 48 del presupuesto de egresos (y de los anexos por dilucidar) ha sido rechazado unánimemente por la comunidad cultural, debido a la precariedad que impone. A la primera asignación pactada, de 12 mil 394 millones de pesos, el actor Joaquín Cosío, tuiteó: “Por más afinidad que uno pueda tener con @lopezobrador es innegable que su apreciación de la cultura y el arte es exactamente igual que la de sus antecesores”. En la puja se adicionan 500 millones más. Así, signada la cantidad de 12 mil 894 millones de pesos nada se ha sabido del diputado Hirepan Maya, quien ante las protestas a las afueras de San Lázaro arengó que si por defender los dineros “me corren de Morena, ¡pues chingue a su madre!” En postura punzante, la senadora Jesusa Rodríguez aleccionó de manera burlona a tirios y troyanos del gasto con un “síganse preocupando por el presupuesto”. En los datos duros, López Obrador destina menos fondos que sus antecesores Calderón (el más alto en 2012 con 16 mil 663 millones de pesos) y Peña Nieto (cinco de sus seis años superior a 13 mil millones de pesos). También es cierto que el despacho de Alejandra Frausto ejercerá más que secretarías como Relaciones Exteriores, Economía y Turismo.
En lo que se refiere al frente del Congreso, Morena acapara las comisiones de Cultura en la Cámara de Diputados, con Sergio Mayer, tras un montón de protestas por asignarla inicialmente al comparsa electoral PES y con una gestión controvertida; en el Senado con Susana Harp y con Gabriela Osorio en la comisión respectiva del primer Congreso de la Ciudad de México.
En los frentes culturales de la 4T ocupan un lugar preponderante la subida y bajada de Laura Esquivel como subsecretaria de Diversidad Cultural; el quita y pon en el FCE de la escritora Margo Glantz, cargo que López Obrador se lo pasa en un andar por un mitin al bronco de Paco Ignacio Taibo II. El de origen español escenifica el acomodo al más puro estilo priista de una norma para convertirse, “a punta de machete”, en funcionario público del libro y la lectura, así como el lodazal de la ya histórica sentencia “se las metimos doblada”. En esta ruta, sus desplantes lo llevaron a anunciar el traspaso de la dirección de Publicaciones y de la paraestatal Educal al FCE sin mediar una argumentación convincente.
Entre el periplo del periodo de transición y el agitado inicio de gobierno, la agenda cultural luce desbordada por la incapacidad de enfrentarla. Quedan las herencias, que Alejandra Frausto ha sido incapaz de cuestionar, como lo es una secretaría que persiste en ser Conaculta, con una estructura y un reglamento interior deficientes. Están los problemas de los trabajadores sindicalizados, a quienes incluso el propio López Obrador descalificó al pedir claridad sobre la mudanza a Tlaxcala. Es también la situación de los empleados eventuales, los Capítulo 3000, una estela de irregularidades que solo una profunda reforma laboral podrá resolver. Le dejaron a la 4T un Servicio Profesional de Carrera que es una burla, una Ley General de Cultura y Derechos Culturales inaplicable, con un reglamento inoperante. Quedan a su vez los propios desatinos por enmendar; el más grave, la falta de visión sectorial que deja fuera del paraíso amloísta al empresariado cultural y a las ONG’s. Ello se convalida en los 100 compromisos de López Obrador al ritualizar su poderío en el Zócalo, ya que solo uno tiene que ver (en tremenda obviedad) con el gobierno cultural. Tenemos además la forma en que se violenta la Ley de Planeación, al iniciar el Tren Maya sin estudio de factibilidad cultural. Y algo más: que la llamada “tranversalización” de la política cultural quede en meros trámites como regresar el Fonart al ámbito cultural u organizar actividades con el Consejo Nacional de las Humanidades, Ciencias y Tecnologías, cuando sepamos a dónde va esa instancia.



  • Eduardo Cruz Vázquez

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