México, sin legislación que proteja la riqueza cultural y religiones de los indígenas

El antropólogo Julio Glockner documenta en 'La mirada interior' los saqueos a etnias, la invasión y explotación a sus terrenos sagrados, rituales, plantas y animales  

El antropólogo Julio Glockner
'La mirada interior. Plantas sagradas del mundo amerindio'
(Andres Lobato)
Silvia Herrera
Ciudad de México /

En su reciente libro, La mirada interior. Plantas sagradas del mundo amerindio (Debate, 2106), el antropólogo mexicano Julio Glockner se acerca al universo de las sustancias que permiten al hombre percibir la “otra realidad”, para emplear la fórmula de Carlos Castaneda. Su principal interés se enfoca en la figura del chamán, a quien el también investigador define como “toda persona que ha experimentado una muerte y una resurrección simbólicas como signo de una apertura al mundo de lo sagrado”. La universalmente conocida mazateca María Sabina es la representante más emblemática del chamanismo e inevitablemente aparece en sus páginas, pero el episodio que Glockner vive con Don Jesús en el capítulo titulado “El hongo y la lluvia” ilustra mejor la labor del chamán, actividad que no se queda en un conocimiento meramente subjetivo sino que se conecta con las necesidades de la comunidad. Por ignorancia, las plantas de los dioses han sido consideradas drogas, pero nada más alejado de la realidad. Este tema también lo toca Glockner en la siguiente conversación.

¿Por qué afirmas que Occidente vino a matar los rituales ligados a las plantas de los dioses en Mesoamérica?

Más que matarlos, los españoles vinieron a modificarlos. No es una muerte, sino una transformación, un proceso de sincretismo. Es decir, en los pueblos indígenas de la actualidad siguen sobreviviendo con gran vitalidad una serie de ritos mesoamericanos fusionados con el santoral cristiano, con oraciones cristianas en algunos casos. Es una revitalización de estas religiones a través de este cambio.

Como en Europa, donde se construyeron las iglesias cristianas sobre los templos paganos, aquí la evangelización significó la destrucción de estos y de documentos.

Sí, sobre todo en las ciudades. Ahí queda extirpado el culto a las deidades antiguas, se supone que hasta el siglo XIX. Porque todavía a finales del siglo XVIII, cuando desentierran a Coatlicue y la colocan en el patio de la universidad, la gente le lleva flores, copal… Es decir, a finales del siglo XVIII todavía la memoria colectiva mantiene vivos estos rituales.

En este proceso, primero de afán destructivo y luego de sincretismo, se llega al siglo XX, a María Sabina y la ceremonia de los hongos como integración del ritual indígena con los motivos cristianos.

Sí, como en ese mito mazateco que habla de la saliva de Jesús. Es la figura central del cristianismo quien escupe o sangra sobre la sierra mazateca y de esas gotas de saliva o de sangre provienen los hongos. Esa es una imagen fundamental en la mitología mazateca. Sobre todo en la imagen de las gotas de saliva: si esta cae al suelo, como una metáfora de la lluvia, se convierte en un hongo que va a ser consumido ritualmente y que va a desencadenar un lenguaje sagrado, como lo reconoce siempre María Sabina, tienes entonces un ciclo cósmico en esta imagen. Porque con ese lenguaje vas a poder curar a los enfermos, vas a entrar en contacto con el mundo de las deidades, con el mundo de los espíritus auxiliares, vas a tener las facultades adivinatorias, en fin. Es una comunión sacramental la que se realiza con los hongos.

Cuando hablas del chamán y el ciclo de la lluvia en los volcanes, cómo sales transformado; hasta dónde, como antropólogo, llega su sentido explicativo.

Yo creo que la parte medular del oficio antropológico consiste en que tú seas capaz de poner en suspenso, de poner entre paréntesis tu manera de vivir y entender el mundo para poder abrirte y poder ser lo más receptivo posible a otra manera de vivir y de pensar el mundo. Esto te crea, durante el periodo de los trabajos de campo, una especie de desequilibrio mental. Si te logras compenetrar en la visión del mundo del otro, de pronto empiezas a tener una axiología diferente, empiezas a valorar tu propia vida de otra manera y tus relaciones con el mundo y la naturaleza.

"Durante largos periodos me fascinaba la conversación con mis amigos de Morelos, de Puebla, del Estado de México a los que sigo frecuentando porque te olvidas de charlas intelectuales. Cuando empiezas a hablar de cosas muy banales, como el crecimiento del maíz, del comienzo de las lluvias, de los sueños que están muy vinculados con esto, de pronto entras en una dimensión distinta. A través de una conversación coloquial, te vas adentrando en una visión del mundo, y solo a través de ese proceso es que se puede comenzar a escribir. Si no logras dar este paso, estás incompleto en tu trabajo, no estás bien colocado para poder ser una especie de traductor de lo que has vivido y logrado entender de todas estas culturas."

Hay muchos artistas que experimentaron con las plantas de los dioses en el siglo XX —Huxley, Michaux, los beatniks—, ¿por qué eligió a Artaud como referencia?

A diferencia de André Breton, no vino a hacer relaciones con artistas o intelectuales. Llegó con una idea obsesiva de que en este país había una cultura muy arraigada con las fuerzas naturales que lo podía salvar. Vino a tener una experiencia personal, a encontrar, creo que equívocamente, el México que pensó que existía en las comunidades tarahumaras y coras, en los pueblos indígenas, pero no el país como nación. Este desencanto lo tuvo al volver de la sierra. Aunque fíjate que ahora estoy leyendo en un libro de Le Clèzio, donde dice que él cree que Artaud nunca hizo ese viaje. Él cree que fue leyendo a un etnógrafo de los años 20 como escribió sus libros mexicanos. Pero yo no lo creo, hay muchos detalles que hacen ver su presencia. Él se decepciona del México urbano: el venía en busca de las religiones primigenias que están conectadas con las fuerzas cósmicas a través de sus rituales. A lo mejor, la salud es lo que logró. Además es una figura entrañable que despierta un afecto muy profundo.

Aunque las plantas de los dioses no son drogas, así se les ha tratado. En la época de Lázaro Cárdenas se intentó erradicar el peyote del desierto. Si la naturaleza lo otorga y es una zona sagrada para los indígenas, no podemos desaparecerlo. El gobierno debe preservar estos espacios.

En este tema hay un descuido realmente muy lamentable. Porque fue en 1999 o tal vez 98, poquito antes de que Fox llegó al poder y tuviera la pésima idea de desaparecer el Instituto Nacional Indigenista (INI), que bien que mal funcionaba. Este hombre en lugar de hacerlo una secretaría de Estado lo convierte en una oficina de la República. Antes de que eso sucediera, se dio en Chetumal un encuentro sobre derechos religiosos de los pueblos indígenas organizado por el Departamento Jurídico del INI, me invitaron como observador con la condición de que no hablara. Estuvimos una semana en Chetumal escuchando las intervenciones de 50 comunidades indígenas. Se le dio una redacción para enviarla como una iniciativa de ley al Congreso y nunca se supo nada. Siguen siendo invadidos los terrenos sagrados indígenas; siguen en riesgo de extinción sus plantas rituales, los animales rituales. Es decir, hay un ataque constante; las iglesias católicas y las protestantes lo encabezaban. Y nuestra legislación no contempla toda esta religiosidad, esta compleja religiosidad actual indígena; las antiguas tradiciones están totalmente desprotegidas por la ley. Cualquier pastor de iglesia protestante se siente con el derecho de señalarlos como idólatras. Es increíble la vulnerabilidad en las que están viviendo porque no están reconocidas por el propio Estado, que se llena la boca hablando de un país multicultural. No han aterrizado una legislación que proteja esa riqueza cultural y religiosa.

Al final, el consumo de las plantas de los dioses es un merecimiento.

Sí, deben tomarse muy en serio. Con responsabilidad, en el mejor sentido de la palabra, no con solemnidad. No se puede jugar con estas sustancias, porque estarías jugando contigo mismo en el sentido de que puedes despertar en ti aspectos oscuros.

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