Una de las grandes curiosidades de cualquier lector en torno a las sociedades prehispánicas es cómo vivían lo cotidiano. Existen múltiples estudios referidos a los grandes temas, los cronistas de Indias que ofrecen ciertos acercamientos, pero sabemos poco de lo que sucedía en el interior de las casas o palacios.
Enrique Ortiz, mejor conocido como Tlatoani Cuauhtémoc en su cuenta de Twitter, es un divulgador de la historia que se propuso compartir algunos detalles de los mexicas, lo que se reúne en el libro El mundo prehispánico para gente con prisa (Planeta, 2021).
Aquí algunos fragmentos, seleccionados con autorización de Grupo Planeta.
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Una mañana tenochca
El día en Tenochtitlan empezaba con el sonido de las caracolas y el golpeteo de los huehuemeh, altos tambores cilíndricos hechos de madera. Desde la cima de los templos de cada barrio, y desde el Templo Mayor, los sacerdotes tocaban estos instrumentos para recibir a Tonatiuh, el sol, y para marcar los diferentes momentos del día.
La casa familiar
Las viviendas se ubicaban en una chinampa o terreno, a un lado de la zona de cultivo de la familia. Generalmente constaban de una planta rectangular con una sola entrada y muros de adobe o bajareque, recubiertos de estuco blanco. Solían tener de una a tres estancias y carecían de ventanas y puertas de madera. La iluminación era escasa en su interior, por lo que se necesitaba usar antorchas, por lo general hechas de una madera resinosa conocida como ocote.
La mayoría de los hogares eran muy sencillos y solían estar llenos de humo procedente del fogón. Esta humareda servía para alejar las nubes de mosquitos y otros insectos que abundaban en la ciudad, construida en medio de cuerpos de agua y pantanos.
La primera comida
El padre de familia y los niños se colocaban en cuclillas para la primera comida del día. Usaban recipientes de cerámica cocida parecidos a vasos y platos, así como jícaras, comían con las manos usando la tortilla enrollada para sopear las salsas de los diferentes guisos. Mientras, la esposa preparaba el itacate, un paquete de comida que podía llevar tamales, totopos, pedazos de tortilla, frijoles, carne seca y alguna salsa o preparado llamado molli en aquellos años.
¡Tamalesssss!
Este platillo era elaborado tanto para el consumo cotidiano como para los grandes banquetes en los palacios de Moctecuhzoma Xocoyotzin Huey Tlahtoani de Tenochtitlan. Además, era un alimento importante para las ceremonias religiosas que llevaban a cabo los antiguos nahuas.
Los tamales se utilizaban para fortalecer lazos sociales, alimentar a los despojados y menesterosos, y para demostrar estatus, ya que las familias poderosas y ricas los cocinaban en grandes cantidades para abastecer los templos, alimentar a los pobres y a los habitantes del barrio.
El poder
Los calpixque eran los representantes del gobierno central mexica y de la Triple Alianza en las diversas capitales de las provincias aliadas, tributarias y ocupadas. Una de las principales funciones era recolectar el tributo aportado por los señoríos subyugados y enviarlo a Tenochtitlan. También eran los responsables de mantener la estabilidad y la paz, detener posibles alzamientos, castigar rebeliones y aplicar justicia.
El gremio de sacerdotes fue la institución más poderosa de Tenochtitlan. Organizaban y supervisaban el calendario de fiestas y rituales religiosos, administraban cientos de templos y escuelas, servían como adivinos, consejeros, guerreros y maestros. Su presencia era necesaria para oficiar ceremonias en los calpulli, para bendecir las expediciones comerciales y para brindar servicios religiosos privados para el gobernante y su familia.
Saludos y reverencias
Para los mexicas era muy importante respetar las jerarquías sociales. A Moctecuhzoma, el gobernante de Tenochtitlan, no se le podía ver directamente a los ojos: quien se atreviera podía ser ejecutado. Para saludar al Huey Tlahtoani durante una audiencia se tenían que realizar tres profundas reverencias al tiempo que se decía; “Señor, mi señor, mi gran señor”.
En los encuentros casuales, cuando el rígido protocolo no era la regla, las personas se podían saludar sujetándose mutuamente el antebrazo. También era común sujetarse de esta manera y caminar juntos, platicando, hacia el interior de la casa o palacio.
En cuanto al saludo verbal durante una visita, se usaban frases que demostraban empatía entre los interlocutores. Se decía comúnmente “ten cuidado al caminar, no te vayas a caer”, con ciertas variaciones en los apelativos según la clase social, aunque siempre demostraban cariño: “mi señora”, “hermanito”, “hermanita”.
La magia
Para aprender y dominar la magia se requería una vida completa de estudio y dedicación. Además, había algunas señales que podían facilitarle ese camino de conocimiento al aprendiz. Quien fuera alcanzado por un rayo y sobreviviera sería un excelente granicero, pues tendría la facultad de pronosticar las heladas y granizadas, las tormentas, para tratar de evitarlas aplacando a los dioses de la lluvia, así como de realizar rituales para propiciar lluvias benéficas para los cultivos. Entendería la magia del gran hechicero de la lluvia, Tláloc.
Enfermedades
En tiempos de los mexicas, se pensaba que lo que causaba una enfermedad era un desequilibrio en alguna de las tres entidades anímicas o haber ofendido a una deidad. De acuerdo con este pensamiento nada era azaroso: todo tenía un motivo, una razón. Si a alguien lo picaba un alacrán era porque no había realizado suficientes ofrendas y rezos a Tezcatlipoca, Mictlantecuhtli o alguna deidad del inframundo. Si una persona caía por un barranco, se podía interpretar que el viento divino de Yohualli Ehecatl lo había empujado, debido a que la deidad se encontraba enojada, agraviada o simplemente porque se había traspasado un espacio sagrado en un mal momento.
Los miedos
Los brujos más temidos del mundo nahua eran los llamados tlacatecolotl, “hombres tecolotes”, que rondaban en la noche para atacar a sus víctimas utilizando sus artes oscuras. Estos hechiceros tenían a Tezcatlipoca como patrono, y constantemente realizaban penitencias y ofrendas a la deidad conocida como Viento Nocturno, Yohualli Ehecatl. Entre estos existían los temacpalitotique, “el que hace danzar con la palma de la mano”, quienes por la noche utilizaban la magia para inmovilizar a sus víctimas con el fin de robarles sus pertenencias, violarlas o causarles la muerte.
Las creaturas nocturnas
La noche tenía una fuerte carga simbólica para los mexicas. Se creía que durante ese lapso Tonatiuh, el sol, atravesaba el inframundo y combatía con los seres que lo habitaban. Al terminar su batalla, emergía triunfante por el oriente para volver a alimentar la vida en la Tierra con su luz y calor. Durante la ausencia del gran astro luminoso, la deidad que regía era Tezcatlipoca, el espejo humeante, asociado con la magia, la oscuridad y la guerra. Por eso la noche era el momento en que aparecían diversas creaturas.
Uno de los seres fantásticos que se hacía presente en los terrenos baldíos de la gran capital mexica y sus alrededores llevaba por nombre Cuitlapanton o Centlapachton. Se trataba de una enanita peluda de gran trasero y pelo largo hasta la cintura, a quien le encantaba sorprender a los hombres que salían de sus casas para evacuar la vejiga o los intestinos. Encontrarla era un presagio de infortunio, incluso de muerte.
La Llorona
Una leyenda que sigue viva desde el siglo XVI, e incluso desde antes de la llegada de los españoles hasta la actualidad, es La Llorona. El testimonio más antiguo sobre esta creatura proviene de los habitantes de Tenochtitlan, mucho antes de la Conquista; se trataba de manifestaciones de la diosa Cihuacoatl, “mujer serpiente”, protectora de las mujeres que habían muerto en el parto y patrona del sacrificio humano y de la guerra.
Estas apariciones de la diosa formaron parte de los presagios funestos que anunciaron la llegada de los europeos y cuyo protagonista fue el Huey Tlahtoani Motecuhzoma Xocoyotzin. Durante las noches, en la antigua ciudad mexica se escuchaba el lamento de una mujer que decía: “Oh, hijitos míos. ¿A dónde os llevaré?”.
La noche
Cuando el padre de familia regresaba a casa al atardecer, al sonar la última caracola del día, su mujer lo esperaba con la comida ya preparada y caliente. Si los hijos superaban los catorce años y estudiaban en una institución educativa, también llegaban al hogar para compartir los alimentos con su familia y después regresar al telpochcalli a pasar la noche. La familia reunida se colocaba en cuclillas para degustar guisos hechos de insectos anfibios, pequeños mamíferos y aves migratorias, acompañados de frijoles, salsas, tamales y verduras como calabaza, chayote, nopal, verdolagas, tomate y quelites.
PJG