'Capitán de Castilla', el primer intento fallido de llevar la Conquista al cine

México: 500 años

De Tyrone Power a Mel Gibson, el cine no ha claudicado en su empeño de ofrecer una interpretación ideológica de la Conquista, aunque es posible destacar algunas excepciones.

La Conquista en el cine | Ilustración: Luis M. Morales
Fernando Zamora
Ciudad de México /

La historia de la caída de Tenochtitlan y el surgimiento del “Imperio donde no se pone el sol” nos sobrepasa. Tanto que, aún el cine, ese generador de sueños y mitos, no ha podido digerir un hecho con tantos claroscuros. No hay ficción que consiga, ni de lejos, aprehender las luces y sombras de estos hombres y mujeres que, a lo más, han pasado al cine y la televisión vueltos una triste caricatura de sí mismos: Motecuhzoma el timorato, Cortés el codicioso y esa hermosa víctima, doña Marina, con quien la historia de México ha sido tan cruel.

Para dar idea de lo infructuoso que resulta el arte del cine cuando ha buscado retratar el evento fundacional de México vale más una anécdota que el recuento de las películas en que este triángulo ilustre (Cortés, Moctecuhzoma, Marina) se ha vuelto caricatura.

La anécdota la cuenta Jon Cowans en su libro Empire Films and the Crisis of Colonialism cuando refiere la realización de Capitán de Castilla, súper producción hollywoodense que en 1947 trató de llevar a la pantalla una novela de Darryl F. Zanuck que, a la sazón, era un éxito. A pesar de tener un material tan bien escrito, de contar con dinero y talento, la película fue un fracaso. 

¿La historia de los vencedores o vencidos?

Tyrone Power hace a un noble español que se une a Cortés en la conquista de Tenochtitlan. El problema en el resultado fue, ante todo, ideológico, dice Cowans. Y es que si bien se escribió en Estados Unidos, el guión se enfrentó a dos narrativas irreconciliables pues en ellas corrían ideas distintas de lo que somos como animales políticos. ¿Qué historia vamos a contar?, se preguntaron los ejecutivos de la 20th Century Fox. ¿La de los vencedores o la de los vencidos? 

En la novela, el autor resolvía la dicotomía produciendo personajes complejos en uno y otro bando, seres ficticios alejados de la simplificación. El Capitán de Castilla era un hombre justo que fluctuaba entre conquistadores y conquistados, pero, ¿cuál era el papel que jugó la fe? Cuando los guionistas de Capitán de Castilla se enfrentaron a este problema, lo encontraron irresoluble. ¿Acaso la religión del Príncipe de la Paz justificaba la masacre del Templo Mayor? ¿Y si así fuera, se justificaba también la conversión forzada? 

Podemos poner a sacerdotes “buenos”, sugirió alguno: curas inspirados en hombres como Pedro de Gante o Bartolomé de las Casas. Ahí comenzó la caricatura. Buscaron equilibrar el bien y el mal en un hecho en que ambos participantes (aztecas y españoles) estaban convencidos de que Dios (o los dioses) los habían elegido para esta batalla: la del orden y el caos.

'Apocalypto', la fatídica caída de un imperio

En efecto, el problema de la fe termina por traducirse en un asunto político, pero sin ella, sin la buena o mala fe de Cortés, Moctecuhzoma y doña Marina, el hecho no dice nada. Tal vez por eso Apocalypto de Mel Gibson resulte tan eficiente como entretenimiento. Aunque no trata de la caída de Tenochtitlan, retrata el encuentro entre un muchacho mesoamericano y la cruz en los estandartes de tres naos estacionadas en el Caribe.  

El encuentro sucede al tiempo en que un niño nace bajo el agua, que simboliza el bautismo, y permite adivinar la caída de un imperio maya que Gibson retrata francamente satánico. El autor está diciendo que el cristianismo salvó a toda esta gente. Se trata, claro, de un discurso que hoy resulta inaceptable, pero al menos como entretenimiento pasa más o menos desapercibido.

Sin embargo, no nos equivoquemos. En el siglo XVI, la salvación de almas fue la única justificación de las aventuras de Cortés, como puede verse en La controversia de Valladolid, de 1992. En ella se documenta una discusión que hoy parece superada (incluso absurda) y que, sin embargo, en el siglo de Carlos V sentó las bases de lo que conocemos como derechos humanos. Y lo dicho, solo la fe justificaba el expansionismo. Como sea, otra vez, las implicaciones políticas superaron a un guionista tan hábil como Jean-Claude Carrière. 

Dirigida por Jean-Daniel Verhaeghe, La controversia de Valladolid no pasa de ser una buena película para televisión. El problema está, pues, en lo complejo de la relación entre política y fe, porque ¿es posible una política carente de fe? La pregunta es provocativa. Más si consideramos en este discurso las obras en torno al cierre del conflicto que dio origen a la nación mexicana: las apariciones guadalupanas. 

Estrechamente relacionadas con la caída de Tenochtitlan, estas películas tienen las mismas carencias y se mueven más cerca de la parodia que del milagro fundacional. En fin, que laicas o religiosas las ficciones en torno al encuentro entre Europa y Mesoamérica sólo han conseguido aprehender el fenómeno cuando se mueven en la periferia, lejos de aquella batalla que tanto se antoja ver: la de los galeones de tipo español que construyeron artesanos tlaxcaltecas y que rodearon y sometieron a la gran Tenochtitlan.

Dos películas para revivir la Conquista

En la periferia de esta batalla hay dos películas que valen la pena: Cabeza de Vaca, de Nicolás Echeverría, consiguió en 1991 dar una idea de lo que significó el encuentro entre cosmogonías tan distintas y, claro, la única obra de arte en este recuento: Aguirre, la ira de Dios, de Werner Herzog. En esta película, el enloquecido Lope transmite con eficiencia lo que significaron para toda una generación las hazañas de Cortés, ese semidiós que emuló las hazañas de Alejandro y que al mismo tiempo fue el pobre diablo que destruyó la esplendorosa Tenochtitlan cuando era totalmente innecesario. 

amt