Mirta Blostein jugaba a inventar danzas desde niña. Durante su adolescencia —en los años 60— regresaba a casa bailando, después de ver las comedias musicales de Fred Astaire y Ginger Rogers en el cine.
En entrevista, la bailarina argentina habla de su deseo por el movimiento y sobre cómo se embarcó en una búsqueda para encontrar un lugar en la danza que le permitiera un movimiento más expresivo. Así fue como descubrió la técnica de la conciencia del movimiento, de Fedora Aberastury; también estudió eutonía y, finalmente, se capacitó como educadora de movimiento somático desde la escuela bodymindmovement, desarrollada por Mark Taylor.
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Estas técnicas le permitieron trabajar a partir de “la importancia de la conciencia de ser cuerpo, de sentir”. Algo que le dio la posibilidad de tener un pensamiento más abierto. Su objetivo siempre fue el mismo: desarrollar el lenguaje expresivo del cuerpo.
“El lenguaje del cuerpo per se es el movimiento. Está presente todo el tiempo en nuestras vidas, en los gestos que hacemos cuando hablamos. El significado de lo que decimos se complementa con todos esos gestos, miradas, acciones, asentamientos de cabeza, movimientos de mano, inclusive de torso, que hacemos cuando platicamos”.
Esos gestos, dice Blostein, son el germen del lenguaje expresivo, que tienen el potencial de convertirse en danza: “Todos los seres humanos tienen la capacidad de danzar su propia danza. Si a esta naturaleza que tenemos los seres humanos de danzar, de expresarnos con el movimiento, le agregas el conocimiento de la conciencia corporal, todo el mundo puede crear sus propias danzas”.
Sin embargo, pareciera que con el paso del tiempo nos vamos haciendo menos conscientes de la capacidad de movimiento y expresión que tiene nuestro cuerpo. Nos movemos diferente en la infancia, en la adolescencia, la adultez o la vejez. “La gente se reprime. Nos olvidamos que la danza estuvo presente desde los albores de la historia; el ser humano siempre tuvo esa necesidad de expresar. Danzó para las cosechas, para los dioses, para las guerras, y hay una presencia de la danza en el ser humano”.
En el caso del cuerpo de las mujeres y el potencial que la conciencia corporal les puede aportar, Mirta Blostein reflexiona y explica que al cambiar hábitos de movimiento está relacionado con el pensamiento.
“Nosotros tenemos hábitos de movimiento que vamos adquiriendo a lo largo de la vida y esos hábitos también van llevándote a tener hábitos de pensamiento. Ahora se me viene a la mente ese ‘siéntate bien’, ‘calladita te ves más bonita’, ese ‘camina derechita’. Esas acciones corporales que vamos adquiriendo te van marcando. Entonces cuando tú empiezas a desarticular los estereotipos, empieza a aparecer un mundo diferente porque te vas apropiando de ti”.
La vejez, cuna de historias
La bailarina argentina inició a los 53 años el proyecto Tiempo, vida y movimiento, con el que busca reivindicar el cuerpo adulto en la danza. Hoy tiene 77 años y reconoce que ver un cuerpo envejecido en escena es un desafío, “y confieso que sí siento miedo, porque yo también estoy atravesada por los mismos prejuicios. Por más que me siento vital, que amo lo que hago y que es una belleza ver a gente mayor bailar, me da miedo, porque a veces me pregunto ‘¿realmente hay belleza en la vejez?, ¿en un cuerpo danzando? Y es una pregunta desafiante, pero es porque estamos atravesados por siglos de prejuicios; yo creo que hay belleza en todo eso que se hace cuando hay emoción, cuando hay sentimientos”.
Como parte de este proyecto, Mirta Blostein presenta el espectáculo Y la vida va, parte de una crítica social y política, como todos las obras que ha realizado, “porque el cuerpo es un cuerpo político”.
En Y la vida va, que se sigue en cartelera los sábados 21 y 28 de mayo, en el Teatro Varsovia, la bailarina y coreógrafa habla del envejecimiento: “cuando envejeces vas encontrando que hay otras historias y otras cosas, y que los seres humanos tienen cosas para decir en la vejez. Hay un mundo muy fuerte en el envejecimiento que está vivo. En esta obra hay tres momentos de un adulto mayor: un momento en la noche en donde juega con pequeños recuerdos —que está sostenido por poemas— con la presencia de la muerte, la presencia de una pregunta de si se deben reprimir los deseos y la mirada de la gente mayor; en el segundo cuadro están los fantasmas, esos fantasmas terribles que te dicen ‘eres vieja, arrugada, sosa’, en el que hay todo un relato de recuperación de la vida, y un último cuadro, en donde viene el recuerdo de un gran amor, porque quién no tuvo un gran amor”.