Pedro Ramírez Vázquez quería que el Museo de Antropología tuviera un sentido nacional

El hijo del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, creador del recinto, repasa las ideas y soluciones que aplicó su padre en esta obra, que sigue vigente a 60 años de su apertura.

El arquitecto Pedro Ramírez Vázquez. (Cortesía: Archivo de la familia Ramírez Vázquez)
José González Méndez
Ciudad de México /

Más que una idea arquitectónica, Pedro Ramírez Vázquez tuvo claro tres “principios” antes de que su cabeza comenzara a bosquejar los primeros trazos del Museo Nacional de Antropología. Se requería un espacio que tuviera un profundo sentido de la mexicanidad, que fuera digno de la grandeza de las culturas prehispánicas y que la gente se sintiera orgullosa al salir de ahí. Primero era el fondo y luego la forma para ese recinto que mañana cumple 60 años.

Lo había platicado de manera informal con el entonces secretario del Trabajo, Adolfo López Mateos, mientras construía la casa de éste en la capital del país.

—En la antigüedad la ilusión de un arquitecto era hacer la catedral de su ciudad, ¿a usted qué obra le gustaría hacer? —preguntó el futuro presidente.

El arquitecto evocó sus años de estudiante en la Academia de San Carlos, en la calle de Moneda, en el Centro Histórico, y recordó sus visitas constantes al Museo Nacional, que estaba a unos pasos y que albergaba las colecciones de arte prehispánico y virreinal.

Era un espacio amplio, aunque no dejaba de ser una bodega. Las piezas estaban ordenadas por tamaño e incluso había una sala de monolitos, pero no había una presentación formal, no se mencionaba procedencia, contexto ni culturas que las habían creado.

Ramírez Vázquez no estaba interesado en hacer otra catedral —aunque proyectó años después la Basílica de Guadalupe—, sino rescatar el legado de las culturas prehispánicas para llevarlo a un sitio “digno de su grandeza”.

—Se nos va a hacer ese museíto—, le comunicó López Mateos ya como candidato electo.

Detalles de construcción

Un gran patio de piedra volcánica recibe al visitante este domingo lluvioso. Al centro se yergue el paraguas monumental cuyo mástil fue esculpido por Chávez Morado y, al fondo, un espejo de agua evoca la zona lacustre de Tenochtitlan.

Las medidas de este espacio fueron pensadas en correspondencia con el Cuadrángulo de las Monjas, el conjunto maya asentado en Uxmal. La arquitectura Puuc de esa zona, rica en elementos decorativos, fue evocada por Manuel Felguérez en la parte superior del museo con las serpientes geometrizadas.

El museo tiene 22 salas: 11 en la planta baja para los tesoros antropológicos y 11 en la planta alta para las colecciones etnográficas. El diseño de Ramírez Vázquez permite a los visitantes entrar a cualquier sala desde el patio, pero no se pueden recorrer más de dos sin regresar al espacio común.

¿Cuál era la idea arquitectónica? —se le pregunta a Javier Ramírez Campuzano, hijo del creador del museo.

Más que idea era la ideología, lo que tenemos como principio. La ideología en este caso es que el proyecto tuviera un profundo sentido de lo nacional.

¿Por qué lo proyectó en Chapultepec?

Chapultepec es donde la gente va a entretenerse. Entonces se pensó combinar la vocación lúdica del bosque y la cultura.

¿Cómo surge la idea del paraguas monumental?

No fue una cuestión estética, sino una solución para proteger a los visitantes de la lluvia. Se pensó en un paraguas, pero al revés, es decir, que no cayera el agua en el patio, pero sí en el centro: así vino la idea de que fuera una fuente, que luego se decidió que fuera permanente. En términos arquitectónicos el patio no es abierto ni cerrado, sino un espacio protegido.

PCL

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