Como parte de una serie de libros que desmenuzan distintos géneros musicales a través de su historia, otro de los que atiende Carlos Pérez de Ziriza es “Música disco” (editorial Ma Non Troppo, en donde se lee también de su autoría “Indie y rock alternativo”). Y se puede abrir con una de las definiciones que da el autor español sobre este género:
“Más allá de los estereotipos, de la imagen ciertamente hortera que haya podido proyectar en ocasiones (zapatos de plataformas que desafían a la ley de la gravedad, cegadoras bolas de espejos, atuendos coloridos con superávit de purpurina, pantalones de campana tamaño XXL y algunas películas olvidables), conviene recordar que su eclosión en la segunda mitad de los años setenta fue, en esencia, frutode la evolución de algunos géneros que se vieron maleados por sus propios cruces de caminos, por los progresos tecnológicos (sintetizadores y luego cajas de ritmos) y, sobre todo, por la entronización de la discoteca como el nuevo ágora en el que se desarrollaba el ocio nocturno de miles de personas que necesitaban dar a su vida una brizna de fantasía”.
De acuerdo a esta obra, la fiebre disco abarca de 1973 a 1981, pero que sin dudas sentó un precedente necesario del pop de consumo de las últimas décadas.
¿Pero en qué lugar tuvo su epicentro la cultura disco? Nueva York, que abarcaba desde las grandes discotecas como Studio 54 o The Loft a músicos como Chic, Donna Summer, Kool and the Gang, Gloria Gaynor, Grace Jones, Village People, Van McCoy, Tavares, Chaka Khan o Cameo, que “conformaron un exuberante tapiz de sonidos que apelaban de forma muy directa a la pista de baile, con más rotundidad y menos complejos que en ningún otro rincón del planeta”, lo menciona el autor.
“Y no hay estampa más popular de todo aquello que la de los Bee Gees y sus canciones para ‘Fiebre del sábado por la noche’”, que tenía como protagonista a un trabajador urbanita que quemaba la pista de baile todo el fin de semana: Tony Manero, personificado por John Travolta.
Y los Bee Gees como se sabe provenían de Europa, donde el relato disco apelaba a las similitudes de sus homólogos norteamericanos como los alemanes Silver Convention o los británicos Hot Chocolate, y honrosas diferencias como los geniales ABBA o los extravagantes Boney M. Sin olvidar la alternativa que significó Giorgio Moroder con sus discos y producciones.
Así, el autor traza una cartografía, que va de ciudades donde floreció la música disco como Nueva York, Chicago, Los Ángeles, San Francisco, Texas o Miami, a Europa, con el ítalo-disco, o sus efectos en España, por ejemplo, entre otras rutas que abrió este género con repercusión mundial en su época de auge.
La disco contagió al mundo del rock y los grandes sucumbieron a su encanto, como los Stones, Bowie, Elton John, Rod Stewart, Blondie, KISS, ELO o Paul McCartney. Para Carlos Pérez, la música disco no desapareció, sino que se transformó con los nuevos géneros musicales.
Pérez de Ziriza menciona que en las generaciones posteriores es innegable su influencia, pues artistas como Michael Jackson lo tomaron como base sobre todo en el aspecto dance, o quienes le extrajeron el groove disco como Deee-Lite o Daft Punk que rescataron los beats de la música disco, incluso en sus colaboraciones con Giorgio Moroder.