¿Por qué enterramos a nuestros difuntos en los cementerios? Esto dice la antropología

En el siglo XVI después de la Conquista inició la costumbre de enterrar a los muertos, es decir, se trata de una tradición española.

Se prohibía sepultar a los cristianos en lugares apartados a los templos. | Pexels
Ana Salazar
Estado de México /

En el siglo XVI después de la Conquista inició la costumbre de sepultar a los nuevos cristianos difuntos en los atrios de las iglesias, costumbre española que le daría origen a los cementerios, abandonando las urnas funerarias talladas en piedra que guardaban los restos de los indígenas en posición fetal, acompañado de ofrendas de cuchillos, piezas de jade y puntas de obsidiana, señala en antropólogo Gilberto Pérez Rincón de la Escuela Nacional de Antropología e Historia del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

A la llegada de los españoles las nuevas tierras fueron entregadas en encomienda a los diferentes conquistadores, quienes apoyaron la tarea evangelizadora y contribuyeron a la edificación de conventos e iglesias. Se fundan con el apoyo de los encomenderos, los monasterios y parroquias que van a caracterizar la arquitectura novohispana y el inicio de evangelización, relata.

Las sepulturas se practicaban en la península española desde el siglo VI, aunque ya desde el siglo III era costumbre sepultar y resguardar en las iglesias los restos de los mártires y santos cristianos; por lo que los fieles buscaban que sus restos quedaran cerca de ellos, señala.


Vivir cerca de Dios

Así si los cristianos vivían cercanos a Dios en vida, era normal que tras la muerte su sepultura se ubicase cercano a la iglesia; los sepulcros en los templos permitían que los fieles tuvieran presentes a los muertos para poder rogar a Dios por ellos y para evitar que los demonios se acercasen como lo hacían con otros sepultos fuera del área sagrada; por eso se prohibía sepultar a los cristianos en lugares apartados a los templos, de ahí que se les denominara “campos santos”.

Hacia 1539, el rey Carlos V permitió que los habitantes de la Nueva España pudiesen ser sepultados al interior de las iglesias y monasterios sin ningún impedimento. Así, durante el Primer Concilio Provincial Mexicano, celebrado en Nueva España, señala que los sacerdotes debían asistir y celebrarlos de manera gratuita en caso de las personas pobres.

Así fue como en las iglesias, capillas de hospitales, monasterios y atrios de los templos se situaron los lugares de entierros; al ser sepultado dentro de estos lugares santos quedaba garantizada la salvación; la Iglesia, quien administraba dichos lugares, también se reservaba el derecho de admisión ya que en sus cementerios no podían ser sepultados los herejes, excomulgados, suicidas, cómicos (disolutos, amancebados, rufianes, glotones y ladrones, que muriesen sin mostrar señas de arrepentimiento), ni los protestantes. A quienes se les negaban los ritos de sepultura se les enterraba en la noche y se les arrojaba en fosas, documenta Pérez Rincón.


A la espera del juicio final

La tradición cristiana dice que se debe sepultar a los muertos con una orientación oeste-este. El templo era el espacio sagrado donde los difuntos esperaban el juicio final y el regreso de Jesucristo, quien vendría por el lado del sol naciente; al morir, se disponía y preparaba al difunto para el velorio, se le amortajaba con sus mejores galas y se sepultaba en un ataúd de madera, o envueltos en una manta o un petate, de acuerdo con sus posibilidades

Al efectuarse el entierro era común colocar al difunto sobre su espalda, en posición extendida y con los pies en dirección hacia el altar y la cabeza en el poniente; las manos se cruzaban sobre el pecho y se les colocaba un crucifijo o un rosario

El sitio del entierro dependía del estrato social de la persona fallecida, donde los ricos podían ser enterados al interior del templo, bajo la nave; los sacerdotes, cerca o bajo el altar y laterales y la gente pobre españoles, indios y castas, desposeídos, menesterosos y aquellos sin nada que atestar se les enterraba en el atrio.


Salvación del alma

Los cementerios civiles se empezarían a construir en los lugares más poblados y con mayor incidencia de epidemias; se harían en lugares altos y ventilados, retirados de las casas de los vecinos; los ocuparían para capillas y los ejecutarían al menor costo posible, cooperando entre la fábrica de las iglesias y los ayuntamientos, refiere Pérez Rincón.

Pero la costumbre y la creencia de la población de que al ser sepultados en los templos les garantizaba la salvación de su alma fue muy difícil de quitar; hasta 1809 los curas iniciaron a dar validez a estos panteones. 

Se pidió en los cementerios extramuros la construcción de capillas en las que se pusieran imágenes de la virgen y los santos, igual que en los templos y en las misas realizadas tuvieran indulgencia plenaria por el alma del difunto. A pesar de los intentos de las autoridades civiles y religiosas el establecimiento de cementerios en los poblados tendría lugar hasta bien entrado el siglo XIX, señala.


Sin cupo en la actualidad

Actualmente los cementerios están saturados, pero aún se pueden observar templos religiosos que datan de los XVII y XVIII, protegidos por el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).

Tan sólo en Atizapán de Zaragoza, a un costado del cementerio del pueblo de Calacoaya, se ubica el templo católico del Divino Salvador, construido en 1662, el cual fue restaurado en 2015 por el INAH, dice el arqueólogo.

Otro del cementerio que alberga un templo católico protegido por el INAH es el de San Francisco de Asís, construido en 1680 y conserva pinturas del siglo XVII en la cúpula. “El panteón de San Francisco es el cementerio más antiguo de dicho municipio, ya que se tienen registros de inhumaciones que datan del año de 1820, es decir, tiene casi 200 años de edad”, refirie.

De las 2 mil 535 fosas que alberga, la lápida más antigua hasta ahora encontrada data del año de 1827. Tiene una superficie de más de una hectárea de terreno, documentó.

En los cuatro cementerios con los que cuenta Atizapán de Zaragoza tiene 13 mil 646 fosas ocupadas, saturación que podría ser atribuible a que las personas cada vez optan más por la cremación de sus familiares fallecidos y a costos más bajos, consideró Pérez Rincón.


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