"La historia nos lleva a discutir nuestro presente y futuro": Pedro Salmerón

Milenio A Fondo

El autor de La batalla por Tenochtitlan se muestra contrario a la idea de mestizaje que ha prevalecido en México desde el Porfiriato, cuando “se construye un discurso profundamente racista, excluyente de lo indígena”.

Pedro Salmerón, director del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México | Especial
Jesús Alejo Santiago
Ciudad de México /

El historiador Pedro Salmerón está convencido de que la derrota militar de México Tenochtitlan no implicó la conquista de lo que hoy se llama México, sino apenas el sometimiento parcial de una muy pequeña parte de territorio actual, porque la guerra fue mucho más prolongada, la resistencia fue mucho mayor, muy duradera y, “de hecho, no ha terminado”.

Ese es el eje del libro La batalla por Tenochtitlan (FCE, 2021), en cuyo título ya va gran parte del objetivo del volumen: reunir las múltiples discusiones en torno a esa parte de la historia nacional, para tratar de desmontarla o, por lo menos, darle una perspectiva diferente, a decir de quien fuera director del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM).

¿Qué piensas de la historia oficial sobre la caída de México-Tenochtitlan?

No le llamaría historia oficial, pero sí discurso dominante. Este discurso dominante gira en torno a la versión que dio Hernán Cortés en sus Cartas de relación. Lo que ha hecho la mayor parte de los historiadores, pero más que ellos, los libros de enseñanza de la historia y el discurso político, es en torno a lo que dice Cortés: nos creemos su cuento, lo repetimos y es un cuento político, de justificación jurídico-política frente al emperador Carlos V para legitimar lo que está haciendo.

Es un discurso lleno de hechos absurdos, inverosímiles, que seguimos comprando. Lo que trato de hacer (en el libro) es desmontar ese discurso que inicia Cortés, que seguimos repitiendo hasta la fecha, y que tomó particular relevancia como discurso histórico durante el Porfiriato, cuando se construye un discurso profundamente racista, excluyente de lo indígena, y que hace suyo el PRI de los años 40, con el discurso de un grupo ideológico que se llama Hiperión y con el discurso famoso de Octavio Paz de El laberinto de la soledad, según el cual somos hijos de la chingada.

Ese discurso inventa cosas como el mestizaje, una cosa que no ocurre o que sucede de una manera más lenta y paulatina de lo que creemos. Por ejemplo, a mediados del siglo XX la mitad de los mexicanos no hablaban español. No hay tal mestizaje, mucho menos de mexica y español, porque los mexicas son una minoría dentro de los nahuas y los nahuas son una minoría dentro de la población mesoamericana.

En el libro reflexionas sobre el concepto de la visión de los vencidos, bajo el argumento de que en realidad no hemos tenido esa perspectiva…


Eso lo demuestra Guy Rozat, un historiador no nacido en México (nació en Francia), pero que tiene más de 40 años de estar en el país y es investigador de la Universidad Veracruzana. Refuta con plena claridad a don Miguel León Portilla. En muchos aspectos, mi libro pretende llevar a un público muy amplio las ideas de estos pensadores.

¿Qué opinas de las conmemoraciones históricas?

Conmemorar es recordar juntos. Conmemorar y discutir es fundamental para ir quitando taras del pasado que, a veces, siguen obstaculizando en el presente. Si conmemorar es recordar juntos, vengan todas las conmemoraciones.

¿Qué piensas de la polémica generada alrededor de la fundación de México-Tenochtitlan?

Esa polémica me parece exagerada. Como lo sabe el historiador más importante de quienes discutieron la conmemoración, Eduardo Matos Moctezuma, la fundación de México-Tenochtitlan es mítica, no tiene una fecha en particular. Leonardo López Luján, quien también ha sido crítico con la idea de festejarlo este año, recuerda que hay vestigios arqueológicos y ocupación teochichimeca, probablemente mexica, desde por lo menos cien años antes de 1321 o 1325.

La idea del águila y el nopal, de que llega un señor y dice hagamos aquí una ciudad, es mítica. El islote de Tenochtitlan, también lo ha demostrado López Luján, es anterior en, por lo menos, mil años a la fundación mítica de México-Tenochtitlan. Lo que estamos discutiendo es una fecha mítica. Se pudo ahorrar la discusión, porque se está hablando de una fecha mítica.

¿Qué significado le das a la idea de cambiarle el nombre a las calles por una especie de corrección histórica?

No tiene nada de malo, es como tirar estatuas: es ir repensando las cosas. Yo quitaría los nombres de todos los presidentes de la República de las calles, quizás con la excepción de Madero o Juárez. A mí sí me parece vergonzoso que haya escuelas llamadas Elba Esther Gordillo o colonias con el nombre de Carlos Salinas de Gortari. Me daría vergüenza vivir en una colonia así o ir a una escuela así…ir cambiando la nomenclatura también es sano.

¿Cómo debemos acercarnos a la historia?

La historia permanentemente se recrea, se repiensa, se reconstruye, porque la historia responde a las necesidades del presente, a lo que estamos pensando de nosotros mismos.

La historia científica, la académica, la profesional, lo que busca es resolver problemas. También hay manejo político de la historia, y eso ya no es historia, es ideología.

¿Qué piensas de la importancia que le da la actual administración a la historia?

Me parece fundamental que se discuta la historia, la manera en que se está haciendo la discusión de la historia, porque nos permite reflexionar, traerla a cuento, después de 30 años en que los gobiernos quisieron desaparecerla.

Acabo de leer a un articulista muy famoso (se trata de Macario Schettino), quien escribió un libro pésimo, lleno de trampas y mentiras, que se llama Cien años de confusión donde dice algo que plantean los gobiernos neoliberales: el neoliberalismo es el mejor de los mundos posibles y todo intento de cambiarlo ha sido catastrófico. La idea de no discutir la historia es decir no hay más mundo posible que este. La idea de discutir la historia es decir: el mundo siempre puede cambiar para peor, pero también para mejor.

Hay que discutir la historia permanentemente para ir cambiando lo que no funciona. Volver a discutir la historia nos lleva a discutir nuestro presente y, por lo tanto, las posibilidades del futuro. No discutir la historia nos congela en el tiempo.

¿Hay que voltear hacia el pasado para no repetir los errores?

Los errores no se repiten, porque la historia no se repite, pero hay que buscar la historia para entendernos. Es un poco como psicología colectiva: si vas al psicólogo vas por un problema que no puedes resolver y, generalmente, la primera forma de acercarse al problema es encontrar cuándo se originó, cómo se originó, remontarte a tu propia versión del pasado, para que entiendas dónde se anudó el problema y puedas desanudarlo. Si no, no funciona.

También me gusta decir que si hacen una lista de todos los grandes estadistas del siglo XX, de cualquier país o de cualquier ideología, verán que todos eran profundos conocedores de la historia, ya sea (Thomas Woodrow) Wilson, el presidente que convirtió a Estados Unidos en una potencia mundial, ya sea en México Lázaro Cárdenas, ya sea José Stalin en la Unión Soviética —aquí no estamos diciendo si eran buenos o malos, sino que reformaron la historia—; Winston Churchill no solo era conocedor de la historia, sino que ganó el Premio Nobel de Literatura por su obra histórica, y Charles de Gaulle empezó su carrera política haciendo una crítica histórica de la Primera Guerra Mundial.

Todos los estadistas que en verdad cambian la historia son eruditos conocedores de la historia, si no, no puedes cambiarla.

¿Qué piensas de la petición de perdón del presidente López Obrador a España “por las atrocidades cometidas contra los pueblos indígenas”?

Con España no, es con el monarca y con un ala de la derecha muy franquista. Creo que es correcto. Hace no mucho, el rey de Bélgica le pidió perdón al Congo y es un modelo de que es válido hacerlo. El Papa Francisco también ha estado haciendo este tipo de peticiones de perdón. Tiene sentido y nos ayudaría a sanar.

Mi libro no le va a gustar mucho a los hispanistas, pero tampoco a los que son radicalmente indigenistas, porque la idea es la conciliación y los perdones explícitos ayudan a la reconciliación. Andrés Manuel tiene razón al pedirlo en este ánimo de conciliación.



JLMR

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