Retratar la dignidad que se opone a la hegemonía y a los cánones de lo que es percibido como belleza nos instiga a desnudar el alma sin prejuicios para entender las historias detrás de cada imagen. Bajo esta primicia podríamos comenzar a ahondar en los matices que componen la trayectoria de Pedro Slim. Nacido en Beirut en los 50, su trabajo fotográfico se distingue por el juego íntimo que encuentra conciliación en los contrastes, y por el alma que denota su fotografía análoga –propia de su leitmotiv–.
En su primera exhibición en Galerie Nordenhake México, Slim permite entrar a un universo que nutre un robusto recorrido de su serie más longeva: Del estudio a la calle. Este es un ejercicio visual incesable y vigente que tiene sus inicios hace más de tres décadas, como un proyecto que se mantiene latente y continúa enriqueciendo su vasto acervo fotográfico. Aunado a ello, se encuentran aristas del mismo en diversas geografías visitadas por el autor.
Más que un estudio del cuerpo masculino y su relación con la luz, el trabajo de Slim es una invitación hacia la vulnerabilidad a través del otro. Como cicatrices, cada retrato narra entre vistazos íntimos e intersociales reflexiones sobre la belleza en lo que no vemos si no es señalado. Franeleros, tragafuegos, vendedores de periódicos, personas en situación de calle y diversos tránsfugas urbanos se convierten en estelas de luz entre la penumbra de la desigualdad de la megalópolis mexicana.
El título de la exposición, Un chant d’amour, hace alusión a la película homónima de Jean Genet de 1950. La muestra es un reflejo de la misma cinta: una exploración de la soledad, la frustración y los sueños destrozados. Sin embargo, el estudio de Slim se ha convertido en un espacio seguro, en el que se genera un vínculo de confianza entre cada uno de los individuos retratados, un lugar de entendimiento y redención.
“Por las dinámicas que se generaron en el estudio, cada uno de ellos parecía haber encontrado un refugio, uno donde había alguien externo a su contexto con interés en sus vidas. Aunque fuese efímero, fue un sentimiento que no habían tenido desde hace mucho tiempo, lo sé por lo que compartían mientras los retrataba”, comenta Slim.
Las anécdotas que envolvían el estudio eran desgarradoras y desafortunadas. En contadas ocasiones lograba retomar contacto con aquellos transeúntes.
El fotógrafo recuerda: “En una ocasión vino uno de los muchachos al estudio, le pregunté por otro de ellos, ya que ambos habían venido antes y se conocían; tristemente me enseñó una noticia en el periódico donde aparecía que había muerto de un balazo. Esta es solo una de las cosas que me ponen a recordar lo fatalistas que son sus historias. Con ello he reflexionado cómo algunas personas tienen más suerte que otras, y que a lo mejor quienes tienen menos suerte también tienen menos ganas de vivir la vida. El gobierno no ha hecho nada por la gente en situación de calle, ni en 1990 ni hoy”.
Personajes que responden por su nombre de pila o alias como Durango, Fede, José Antonio, Adín, Mono, Ernesto, Patachín o Emilio, por mencionar algunos, hicieron de aquellos momentos fugaces en el estudio un refugio que les sacaba por un instante de la vorágine.
A veces, reconectar con ellos es un poco más sencillo, explica Slim: “Como en la inauguración de la exhibición a la que llegaron Adín, Fede y Emilio (protagonistas de un par de obras retratadas en los 90). Adín, compartió con el público cómo había sido su experiencia y también cómo invitó a uno de sus amigos a acompañarlo, cuando yo solo lo había invitado a él. La manera de convencerlo fue diciéndole que era una experiencia interesante”, sonríe.
La obra de Pedro Slim podría ostentar de una inclinación hacia la fotografía homoerótica, no obstante ha sido un vehículo inconsciente para dar sentido de pertenencia a sus protagonistas; y a sus espectadores permitir ver otras realidades que resultan invisibles, el aprender a mirar lo negado, a mirar lo humano.