Periodismo narrativo: detrás de la etiqueta

Luego de leer un texto firmado por un tal Gay Talese, Tom Wolfe concluyó que era posible escribir artículos fieles a la realidad empleando técnicas propias de la novela y el cuento.

Gay Talese, precursor del nuevo periodismo.
Víctor Núñez Jaime
Ciudad de México /

C

uando en el otoño de 1962 Tom Wolfe se encontró en la revista Esquire un texto firmado por un tal Gay Talese, se preguntó emocionado: “¿qué es esto, en nombre de Cristo?” Lo que acababa de leer era un relato sobre la vida ordinaria del extraordinario Joe Louis, lleno de escenas íntimas, todas reales y precisas, en donde se alternaban la descripción de personas y paisajes con las acciones y los diálogos. Luego, el escritor vestido eternamente de blanco revisó otras publicaciones con trabajos similares, concluyó que “era posible escribir artículos muy fieles a la realidad empleando técnicas habitualmente propias de la novela y el cuento”, escribió un ensayo al que tituló El Nuevo Periodismo y lo ejemplificó con un compendio de trabajos en los que prevalecían esas características. En realidad, la fórmula no era nueva. A partir de la segunda mitad del siglo XIX, las “historias humanas” narradas a detalle comenzaron a ser comunes en la prensa estadounidense. Y en América Latina autores como José Martí, Manuel Gutiérrez Nájera y Rubén Darío también contaban hechos reales con gran potencia estilística. Pero “la preocupación de Wolfe no era tanto la historia del género como el futuro de su carrera. Era un vendedor y el Nuevo Periodismo era su producto”, dice Robert S. Boynton en El nuevo Nuevo Periodismo, publicado en inglés en 2005 y reeditado ahora en España, diez años después, por la Universidad de Barcelona.

Boynton ha escrito varios reportajes para publicaciones como The New Yorker, The Atlantic Monthly y The Nation, y dirige el posgrado de Periodismo de Revistas en la Universidad de Nueva York. A sus clases suele invitar a periodistas destacados para que compartan sus métodos de trabajo con los alumnos y en su libro, precisamente, recopila esas experiencias. Debido a los temas de su interés (inmigración, choque de religiones, negocios, etcétera) y sus técnicas para reportear y escribir en los principales suplementos de los diarios y en las revistas de Estados Unidos, el profesor subraya que en la actualidad “los nuevos nuevos periodistas se permiten experimentar con la forma lograda por los ‘nuevos periodistas’ de los años sesenta con el fin de abordar las inquietudes sociales y políticas de escritores del siglo XIX (una generación anterior de ‘nuevos periodistas’), sintetizando lo mejor de ambas tradiciones.”

Desde comienzos del siglo XXI, el tema más común entre la comunidad periodística de Iberoamérica (además de la crisis del modelo de negocio ante la irrupción de las nuevas tecnologías) es el “periodismo narrativo”. Si en los años 70 y 80 del siglo pasado los aprendices de periodista soñaban con realizar investigaciones capaces de tumbar presidentes (como lo habían hecho Woodward y Bernstein), la generación actual parece aspirar a “escribir largo y bonito” sobre asuntos sociales y frikis, con la intención de ganarse la admiración de sus colegas y el pomposo título de “cronista.”

Desde hace 20 años, la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI), creada por Gabriel García Márquez, imparte talleres sobre crónica. En torno a las grandes luminarias de la profesión, sus sesiones emulan lo que hacía la vieja guardia al cerrar la edición del periódico del día: reunirse para reflexionar sobre el oficio, contar cómo se ha realizado tal o cuál historia, iluminar con experiencias e ideas el camino a seguir para trabajar sobre algún tema o personaje y analizar o deconstruir los textos del grupo con la intención de mejorarlos. Unos días después, los jóvenes reporteros vuelven a las redacciones de sus respectivos medios con nuevos proyectos en mente. La aduana que hay que pasar, controlada por los jefes, se vuelve, sin embargo, descomunal. Porque en los diarios tradicionales no hay espacio ni tiempo para aplicar lo aprendido en los talleres. Por fortuna, existen revistas (en papel y digitales) que acogen el periodismo de largo aliento y a ellas se recurre.

Una vez publicados, los textos comienzan a ser comentados, sobre todo, entre los periodistas. También se organizan congresos y mesas redondas acerca del género. Las editoriales (de los grandes grupos y las independientes) publican libros–reportaje y antologías de crónicas. Entonces da la sensación de que hay un auge del “periodismo narrativo” e, incluso, hay quien se atreve a hablar de un “nuevo boom de la literatura latinoamericana”, en donde la ficción ha sido desplazada por los acontecimientos reales–maravillosos que ocurren a diario en el continente.

¿Realmente es así o estamos ante un espejismo? ¿Los medios ven cada vez más en las historias bien contadas su salvación y ahora son su principal contenido? ¿No será que hemos terminado haciendo lo mismo que Tom Wolfe, pero en nuestra lengua: solo promocionar hasta la saciedad un estilo periodístico? ¿Hay tanto rigor en las investigaciones como en las narraciones? ¿Se abordan las distintas aristas de la complejidad iberoamericana o solo una parte? “El periodismo que llamamos narrativo existe sobre todo en los libros; en general, los medios en castellano no tienen tiempo ni voluntad para albergarlo. Y esos libros circulan —como circulan los libros— entre un público bastante amplio, no entre tal o cual tribu. Lo que sí tiene interés tribal son las etiquetas: periodismo narrativo, por ejemplo”, dice a Laberinto el argentino Martín Caparrós, autor de libros como El interior (Malpaso) y El hambre (Anagrama). El término, agrega su compatriota Leila Guerriero, autora de Los suicidas del fin del mundo (Tusquets), “nos sirve a los periodistas, y solo a los periodistas (no conozco una sola persona que no sea periodista y que sepa qué cuernos es el periodismo narrativo) para entender rápidamente de qué estamos hablando y, también, para bautizar algún congreso.”

En 2006, la también editora había resaltado que “la crónica es un género que necesita tiempo para producirse, tiempo para escribirse, y mucho espacio para publicarse: ninguna crónica que lleva meses de trabajo puede publicarse en media página. Es raro, entonces, que se hable, como se habla, del auge de la crónica latinoamericana. Principalmente porque pocos medios gráficos, salvo las honrosas excepciones que todos conocemos, están dispuestos a pagarle a un periodista para que ocupe dos o tres meses de su vida investigando y escribiendo sobre un tema.”

Hace siete años, Caparrós escribió un artículo en la revista peruana Etiqueta Negra (“Contra los cronistas”) para señalar la repercusión del “auge” del género entre los periodistas: “Dicen que son cronistas. Ponen cara de busto de mármol, la barbilla elevada, el ceño levemente fruncido, la mirada perdida en lontananza y dicen sí, porque yo, en la crónica aquélla. O incluso dicen no, porque yo, en la crónica ésta. O a veces dicen quién sabe porque yo. Son plaga módica, langostal de maceta, marabunta bonsái. Vaya a saber cómo fue, qué nos pasó, pero ahora parece que el mundo está lleno de unos señores y señoras que se llaman cronistas.” A esto hay que añadir que los “cronistas” se han ocupado, sobre todo, de la pobreza, las tragedias y la violencia latinoamericanas, temas, sin duda, predominantes en el contexto de la región. Pero, en cambio, los asuntos y personajes del poder político y económico son casi inexistentes en los contenidos de suplementos y revistas. “Hace falta abordar temas absolutamente pendientes, como la ecología. Eso da para todo: para crónica, para reportaje científico o político. Pero todo el mundo lo asume solo como un tema que hay que cubrir porque es bueno para la salud y le dedicamos media página. Entonces los lectores perciben eso y dicen: ‘la ecología es una hueva’. ¿Cómo va a ser una hueva nuestro futuro? Las grandes decisiones de la ciencia se toman fuera de nuestros países y nosotros no estamos ni siquiera en condiciones de entender qué son. Tampoco aparece en nuestros medios el narcotráfico más que en su dimensión criminal y nadie se ocupa del reportaje empresarial”, sostiene Alma Guillermoprieto, autora de La Habana en un espejo (Mondadori).

Por su parte, y cada vez más, los editores se quejan de que reciben textos que son “un rosario de anécdotas” o que “aspiran a ser un lindo poema” pero no contienen suficientes datos y testimonios que sostengan una estructura periodística rigurosa. “El periodismo narrativo es el periodismo concebido como algo más que una simple entrega de información, sino como una historia contada con dimensión narrativa, con nociones de tiempo y espacio y elementos dramáticos en su relato para captar al lector. En fin, como ‘cuento bien echado’, diría Gabo. Pero todo ello sin olvidar que debe estar muy bien respaldado por un trabajo arduo”, puntualiza Jon Lee Anderson, autor de La caída de Bagdad (Anagrama).

En España, la crisis económica parece haber desatado un particular interés por el periodismo narrativo. Los periodistas españoles leen los trabajos de sus colegas latinoamericanos, entran en contacto con ellos, comparten inquietudes y tips y, a pesar de la turbulencia, fundan revistas para contar los avatares de este periodo. Son pocos, todavía, los reporteros peninsulares que se implican en este estilo periodístico, pero es menor, aún, la respuesta del público. Los medios establecidos también están recurriendo a él. Destaca el diario El Mundo, que últimamente coloca todos los días en su portada una o dos historias de largo aliento; potencia su suplemento Crónica y este otoño lanzará una nueva revista dominical “con narraciones profundas y extensas.”

En las clases que imparte en la Escuela de Periodismo de El País, Miguel Ángel Bastenier suele hablar de la distinción entre “escritores de periódico” y “periodistas” para explicar su complentariedad que, desde su punto de vista, ha de prevalecer en los medios: “El periodista, animal de redacción, puede prolongarse hasta escritor de periódico, y el escritor de periódico englobar en sí mismo al periodista. El que llega a escritor de periódico habiendo vivido la redacción, puede decir que ha hecho el viaje completo a Ítaca o a la última Thule, de ida y vuelta. Sin los escritores de periódico los diarios no existirían. Se me dirá que sin los periodistas de a pie tampoco pero solo con ellos, con nosotros, haríamos periódicos opacos, dignos quizá, pero, especialmente en este tiempo tan digital, gravemente insuficientes. El escritor de periódico, al que no hay que confundir con el mero colaborador, es el que aporta el valor añadido. Un periodista de periódico, el que sabe que las historias han de tener personalización, protagonistas y visibilización, narrativa visual, porque todo lo que ocurre físicamente se le debe contar al lector para hacer como si lo viera. Suena bien, ¿no? Pero es muy difícil lograrlo. Yo conozco solo a dos que lo han hecho: Gabriel García Márquez y Tomás Eloy Martínez.”

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