Pirámides, montañas sagradas, exposición temporal del MUREL

La muestra ofrece las edificaciones que en México resultan las más emblemáticas del paisaje arqueológico, consideradas como piezas clave en la construcción del imaginario de la identidad.

El guión museográfico presenta piezas de Veracruz, el Estado de México, Oaxaca, Hidalgo y otras entidades del sur de México. (Lilia Ovalle)
Editorial Milenio
Torreón, Coahuila /

Con una renovación integral el Museo Regional de La Laguna (MUREL) reabrió sus puertas presentando a partir del 16 de enero la exposición “Pirámides, montañas sagradas”, edificaciones que en México resultan las más emblemáticas del paisaje arqueológico, consideradas como piezas clave en la construcción del imaginario de nuestra identidad.

En ese sentido el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) establece que su diversidad ha sido incorporada en el pensamiento de culturas pasadas y presentes, además de ser portadoras de múltiples simbolismos, pues estas imponentes edificaciones reúnen el significado y la sacralidad del mundo antiguo mexicano, siendo el retrato de la montaña sagrada y el centro del universo de donde todo emana al ser la morada de los dioses.

Con permanencia en el MUREL hasta el próximo 31 de mayo, la exposición hace énfasis en que las pirámides destacan por sus rasgos estéticos y lo que dicen sus creadores, son los documentos materiales de sociedades complejas que mediante la organización y el esfuerzo comunitario, construyeron obras que aún maravillan a sus espectadores.

Con un guión museográfico que presenta piezas originales de Veracruz, el Estado de México, Oaxaca, Hidalgo y otras entidades del sur de México, el mismo considera no sólo las piezas arqueológicas seleccionadas por los expertos curadores, sino además la parte artística que derivó en pinturas realizadas por los artistas Francisco Toledo y Vicente Rojo.

Las pirámides para las culturas mesoamericanas son los ejes cósmicos que rigen el universo. En la exhibición se presentan una diversidad de piezas y maquetas que dialogan con el pasado y el presente y que revelan los elementos arquitectónicos y decorativos de las pirámides ubicadas en diferentes regiones de México con el objetivo de acercar al público al conocimiento de las diferentes culturas y espacios, abordando el tema desde el arte, el cine, la imagen y el diseño.

Montaña cósmica

El guión museográfico acompaña al visitante cubriendo aspectos técnicos sobre las piezas prehispánicas que sin duda asombran pero al mismo tiempo va reconstruyendo el imaginario creado en torno a las pirámides.

En “Crítica sobre la pirámide”, en Posdata al Laberinto de la Soledad, Octavio Paz refirió: 

“Apenas es necesario recordar que para los antiguos del mundo era una montaña y que lo mismo en Sumeria y Egipto que en Mesoamérica, la representación geométrica y simbólica de la montaña cósmica fue la pirámide”.

El recorrido inicia con una pirámide que muestra la Ofrenda del cerro de Manatí, en Veracruz, que destaca por su riqueza y temporalidad. Del preclásico temprano y medio, se trata de piezas olmecas de 1500 a 900 a.C. 

Está asociada con las ceremonias rituales en honor al “Señor o Dios de la montaña”, encargado de controlar la lluvia, los relámpagos, truenos y agua. Es muestra del culto temprano de los olmecas al cerro sagrado.

Al mostrar esculturas de madera y resina, así como hachas de piedra, en la parte alta de una pirámide creada para la exposición se muestra a un personaje incorporándose y se informa que en el cerro de San Martín, en Pajapan, Veracruz, los olmecas colocaron esta pieza sobre una plataforma rectangular. 

Corresponde al preclásico medio (1200-400 a.C) y fue encontrado en una de las laderas del cerro con una ofrenda. Ejemplo temprano del culto a los cerros.

Originario del Estado de México destaca el Huehuetéotl, escultura de basalto del Clásico temprano (200-600 d.C.) encontrada en Teotihuacán, en el Estado de México. 

Ella representa al Dios Viejo del Fuego, llamado Huehuetéotl, deidad encorvada que porta un tocado que hace oficio del brasero.

Del estado de Oaxaca se exhibe además la Lápida de Danzante, localizada en Monte Albán, siendo testimonio de la arquitectura megalítica y del esfuerzo comunitario que implicó la construcción de las pirámides a través del desplazamiento de bloques de piedra de varios metros de largo. Como parte de la cultura zapoteca muestra la complejidad constructiva de los años 500 a.C.

De Michoacán se exhibe Chac Mool. Esculturas antropomorfas, los Chac Mool aparecen en la época posclásica con la cultura tolteca (1200-1521 d.C.) y muchos de ellos fueron hallados en los sitios de Tula y Chichén Itzá. Ocuparon generalmente espacios a la entrada de los templos, en la parte superior de los basamentos. Se trata de figuras enigmáticas, pues no se sabe aún qué representaban.

La pieza que se exhibe el MUREL fue localizada en uno de los basamentos gemelos de la zona arqueológica de Ihuatzio. Las manos del personaje sostienen un recipiente en el que se depositaban ofrendas.

Correlación con los astros

Para los pueblos mesoamericanos el movimiento de los astros y en particular del sol eran fundamento para ordenar su imagen del universo. En suma estas trayectorias definían la orientación urbana.

El guión museográfico de la exposición refiere además que la forma piramidal se asemeja de algún modo al movimiento de ascenso y descenso que realiza el sol, que surge por el oriente, se eleva en el firmamento, para después empezar a declinar por el poniente, por lo cual muchas pirámides fueron orientadas así. Se piensa que a partir de la construcción de las pirámides se establecían los calendarios solares de 365 días, y los rituales de 260 días, para determinar los ciclos agrícolas.

Las pirámides regían también el trazo del resto de la ciudad. Circundadas por plataformas que delimitaban un área determinada, validaban el espacio sagrado como lugar donde habitaban los dioses. Siempre se construían cerca de las áreas pobladas, constituyendo así espacios complementarios: el sagrado y el profano.

Diego de Valadés en Rhetórica Christiana (1579) consignó: “Construían templos dignos de admiración por lo que en ellos y por el arte con que los fabricaban. Los cuales hacíanse, por lo general, aplanados y bruñidos; estando tan sólidos y firmes tanto en el interior como en el exterior, que aún hoy en día llenan de admiración a cuantos los contemplan”.

La pirámide en la escena del arte

La exposición considera en su guión que lejos de decaer con la Conquista, y a pesar del afán destructor de los españoles hacia toda manifestación de religiosidad considerada pagana, el auge de la pirámide trasciende en la era moderna en el ámbito de las artes.

Si bien deja de ser un espacio de culto y rituales, con algunas excepciones, en la conciencia colectiva mexicana la gloria y el prestigio de la pirámide reside en que forma parte de los iconos ineludibles del pasado y el símbolo de identidad nacional, hasta donde llegan masas de turistas.

Asimismo se refiere que es parte del vocabulario iconográfico recreado. Así en la exposición “Pirámides, montañas sagradas” no es casual la recurrencia a textos literarios ideados por escritores como Borges, Neruda, Pacheco y Paz, pero también considera la obra plástica de Francisco Toledo, del cual se exhiben cuatro cuadros, y un cuadro de formato medio en técnica mixta de Vicente Rojo.

Con esta panorámica “Pirámides, montañas sagradas” se presenta en el MUREL, siendo inaugurada en Torreón por la secretaria de Cultura del gobierno federal Alejandra Frausto; el director general del INAH, Diego Prieto Hernández; el coordinador nacional de Museos y exposiciones del INAH, Juan Manuel Garibay, la directora del MUREL, Gretel de la Peña, y el delegado del INAH en Coahuila, Francisco Aguilar, con la curaduría de Ana Beltrán Achouche.

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