Por mi culpa, por mi culpa

Nietzsche traza la etimología del concepto de culpa al de deuda.
Editorial Milenio
México /

Uno de los rasgos más visibles del sistema bajo el cual transcurre la vida en sociedad, por lo menos en Occidente, tiene que ver con el tema de las deudas. A nivel macro, las periódicas crisis económicas se resuelven

invariablemente con un rescate que si bien inyecta dinero para evitar el colapso inmediato de bancos, gobiernos u otras instituciones consideradas “demasiado grandes como para dejarlas caer”, el monto se añade a la deuda pública que no solo se va pagando de manera intergeneracional, sino que se traduce en recortes a las pensiones, educación, salud, cultura y demás rubros cuyos efectos negativos siempre recaen sobre los mismos estratos poblacionales. Incluso los países más ricos suelen tener unos porcentajes inmensos de deuda respecto a su PIB, con lo cual está planteado de manera sistémica que seamos sociedades que vivimos por definición gastando más de lo que se produce.

A escala individual, la vida de la mayoría transcurre también bajo un tipo de endeudamiento u otro, ya sea de nivel un tanto más lujoso (casas, coches, tarjetas de crédito), o con deudas contraídas más por una cuestión de subsistencia, como en el caso de las casas de empeño, las tandas, u otros mecanismos que permiten a la gente salir a flote en el día a día. Nacemos y vivimos endeudados, y muy a menudo tan solo la muerte permite extinguir del todo aquellos saldos remanentes del consumo adelantado que se experimentó en vida.

Es interesante recordar que en La genealogía de la moral, Nietzsche traza la etimología del concepto de culpa al de deuda. Cuando le debemos algo a alguien, ello nos coloca en una posición de subordinación, pues el acreedor cuenta con distintos mecanismos (incluso si son solo psicológicos) para ejercer su poder sobre aquel que le debe, que en la actualidad pueden incluir hasta la pérdida de todos los bienes, o incluso la privación de la libertad. Entonces, al vivir en sociedades donde tanto colectiva como individualmente la vida transcurre bajo el sino de la deuda, podríamos decir también que, como estableció Nietzsche a partir del triunfo de la moral cristiana, la culpa es uno de los rasgos característicos de la forma en la que se organizan nuestras sociedades.

¿De qué somos culpables? En primer lugar, a la vieja usanza del pecado original, simplemente de nacer, pues ello ya implica nacer con una deuda. E incluso aquellas personas lo suficientemente sensatas como para no incurrir en ningún tipo de deuda (por desgracia, no soy una de ellas) no se salvan, pues en ese caso la culpa sistémica a menudo se presenta como la sensación de estar en falta por no querer, tener o ser más. No en balde René Girard consideraba a la envidia como la forma principal en la que se estructura el deseo en nuestras sociedades, pues no importa tanto qué es lo que realmente deseamos sino cómo lo definimos y nos situamos en relación a esas vidas tan plenas y dichosas que siempre parecerían tener todos los demás.

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