El tenor Ramón Vargas se apasiona cuando habla de la historia real de Juana de Arco, de la versión de Giuseppe Verdi que se presenta en el Palacio de Bellas Artes y de la vigencia de su historia.
Con la soprano Karen Gardeazabal en el rol principal, Giovanna d’Arco es un título ausente en México desde 1857.
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Vargas interpreta a Carlo VII en este drama con libreto de Temístocle Solera, basado en Die Jungfrau von Orleans (La doncella de Orleans), de Friedrich Schiller, con el que el Palacio de Bellas Artes abre el festejo de su 90 aniversario.
“Las óperas en general nos aportan. Giovanna d’Arco sigue siendo un tema muy actual en referencia a las mujeres. Lo que le sucedió fue una grandísima injusticia, lo que le hicieron fue realmente miserable e inmerecido. Su final en la ópera de Verdi es más romántico, muere tras una batalla, pero, en realidad, murió en la hoguera acusada de vestirse de hombre y de tener el pelo corto como hombre”, recuerda el tenor, quien tras esta temporada viaja para varias galas en Turquía y luego a Rumania con Carmen.
“Las óperas nos enseñan a respetar. Ahora tenemos más posibilidades de expresarnos y ya no nos sorprende tener mujeres líderes. Hay muchas directoras de orquesta, por ejemplo, y a mí me gusta mucho trabajar con ellas porque tienen otra visión. Y hay que aceptarlo y disfrutar cómo ellas ven la música, aun las partes dramáticas. Tenemos una forma de ver la música muy masculina, nos gustan las cabalettas verdianas con mucha fuerza, pero a lo mejor una mujer las ve distinto. Estamos en un momento histórico donde podemos disfrutar eso sin que se tire a la hoguera a las mujeres visionarias como Juana de Arco”, agrega Vargas en vísperas de las funciones del 11, 13 y 15 de febrero de Giovanna d’Arco a cargo Juliana Vanscoit y Fabiano Pietrosanti para la Compañía Nacional de Ópera.
Destaca obsesiones y exigencias de Verdi con Giovanna d’Arco, entre sus óperas menos representadas.
“Todas las óperas del primo Verdi son muy difíciles, porque están muy apegadas todavía al bel canto pero con la fuerza de Verdi; son como de un Donizetti dramático, como el de Poliuto, algo así, o del tenor de la Norma (Bellini). Los papeles son más declamatorios, de fuerza, pero al mismo tiempo con todas las figuras y dificultades belcantistas, y eso crea un problema de estilo muy difícil, porque no los puedes cantar como el Verdi de Aída pero tampoco como a Bellini. Es un Verdi joven que ya sabe lo que quiere, tiene bien claro su modo de ver la ópera, a través del dramatismo de la palabra, son obras muy difíciles para todos, necesitas cantantes muy expertos”, expone el cantante con 40 años de carrera, que festejó el 10 de septiembre pasado en Palacio de Bellas Artes, donde debutó con Falstaff en 1983.
El exdirector de la Ópera de Bellas Artes (2013-2015) y fundador en su gestión del Estudio de la Ópera de Bellas Artes (EOBA) subraya en entrevista cómo Verdi pone siempre a sus personajes “en un conflicto emocional entre el bien del pueblo, el bien común, y sus satisfacciones personales”, como en el caso de Giovanna d’Arco, y muestra con el personaje de su padre, Giacomo, muchos lastres vigentes.
“Verdi nos hace ver que no hemos cambiado, nos hace ver los padres impositivos, los padres que se equivocan, y muchos personajes verdianos se equivocan. La ópera es una escuela de la vida”, comenta.
—El rey Carlo VII parece un tanto pusilánime en la historia. ¿Cómo siente su versión verdiana?
Ni en la ópera de Verdi ni en la obra Schiller Carlo VII es pusilánime. En realidad, cuando ocurre la historia Francia llevaba 91 años de guerra, tres generaciones, y los ingleses seguían avanzando hacia el sur del país, no podían contenerlos, ya tenían conquistada prácticamente media Francia. Carlo se siente muy responsable y cree que quizás lo más conveniente es claudicar y dejar que los ingleses tomen el poder para evitar más muertes; era una decisión muy difícil, que basa en la visión que tuvo en un sueño en donde veía a una virgen en un bosque y esta le decía que tenía que dejar sus armas. Juana también tuvo una visión, que le decía que iba a encontrar esas armas. Ella no tenía entrenamiento militar ni sabemos de su destreza con las armas, pero es histórico: fue libertadora de Francia. Todavía no entendemos cómo funcionó, parece que ella era como la mascota, el amuleto del ejército francés; cuando ella estaba al frente y salía muy valiente, con su bandera, su casco y su armadura, ganaban.
—Las obras de Verdi y Schiller son ficciones. ¿Cómo asume como tenor personajes históricos?
Lo que tenemos que hacer en estos casos es encontrarle el sentido que el compositor quiso poner. En Giovanna d’Arco, Verdi, que siempre es muy inteligente porque siempre pone a los personajes en un conflicto emocional, entre el bien del pueblo, el bien común, y sus satisfacciones personales, Juana tenía la tentación enorme de ser reina y sus implicaciones, pero no podía aceptarlo debido a sus visiones, ella no tenía que ser famosa ni tener vanidad alguna; entonces, era huidiza, más bien tímida; era muy devota, obligaba a sus soldados a comulgar, a oír misa, les prohibía usar palabrotas, era muy estricta y los tenía muy motivados; ellos la veían como una santa. De esto se aprovecharon ingleses y enemigos del rey para acusarla de brujería, pero al no encontrarle nada, la acusaron de vestirse y cortarse el pelo como hombre, una situación que hoy sigue siendo de conflicto: el hecho de ser mujer.
Pero, Juana tenía que vestirse como hombre por motivos de guerra, ni modo de que fuera a la guerra con falda. De eso la acusaron. Y se habla de cosas más feas que sufrió durante el juicio: que la encarcelaron, que hubo violaciones, cosas muy desagradables para una muchacha. Esa figura histórica hay que respetarla. Pero Verdi la quiso ver con conflicto emocional. El rey tenía también ese conflicto de quedarse con ella, lo que además era muy conveniente a sus intereses porque ella era amadísima en toda Francia y como consecuencia él podía unir a todo el país a través de la figura de ella. Además de rey, sería su esposo. Él lo veía por el lado práctico, pero ella no podía aceptarlo de ninguna manera.
—En Giovanna d’Arco Verdi repite sus obsesiones: las maldiciones, la figura central del padre, el sacrificio de protagonistas, en especial de las mujeres. ¿Qué le dicen estas constantes?
Verdi nos hace ver que no hemos cambiado. Nos hace ver a los padres impositivos, que se equivocan. Y muchos personajes verdianos se equivocan. Se equivocó Rigoletto, al tratar así a su hija Gilda; se equivocó Giorgio Germont en La Traviata; se equivocó (el Conde Walter) en Luisa Miller (también basada en obra de Schiller), un padre que cree que es conveniente que su hijo (Rodolfo) se case con otra mujer y no con Luisa, y crea un drama que termina en muertos. Hay muchas figuras paternas así en Verdi: en I due Foscari, en Nabucco, en Il trovatore; Amonastro en Aida, que incita a su hija a que traicione su amor por la patria y ella entra en un predicamento…
Hay muchas figuras de papás que se entrometen en las vidas de sus hijos creyendo que hacen lo correcto, que a través del amor a sus hijos están haciendo lo correcto, pero se equivocan. Esa enseñanza la tiene Verdi en muchísimas de sus óperas, no esconde ese conflicto tan fuerte entre generaciones. En Giovanna d’Arco, el padre, Giacomo (que interpretará el barítono rumano Mihai Damian), es muy controversial: ama a su hija pero piensa que el único modo en que ella puede lavar sus pecados es en la hoguera, está convencido de que su hija debe morir en la hoguera porque sólo así puede purificarse.
—Otro de los temas en las óperas de Verdi es la política, el patriotismo. ¿Cómo relaciona Giovanna d’Arco con lo que ocurre en México, que llevamos años de conflictos políticos?
Verdi escribía mucho políticamente. En el estreno de Attila (1846, un año después de Giovanna d’Arco) en el Teatro La Fenice de Venecia, durante la dominación austríaca, cuando pasa la escena en la que el general romano Aecio le dice a Attila que tome toda Italia pero que les deje Roma (“Avrai tu l’universo, resta Italia a me”), la función se detuvo porque la gente empezó a gritar: “Déjenos Roma”. Aquí nos encontramos con una ópera histórica, que no tiene mucho que ver con lo que estamos viviendo, aunque sí tiene relación en el sentido de que la gente se mueve muy fácilmente a través de las emociones. Es el mismo pueblo que alababa a Giovanna d’Arco el que la quería muerta cuando lo convencieron de que era una bruja, y después regresa con ella. Nos damos cuenta de la fragilidad de las masas, de las posibilidades que tienen de ser manipulables. Las óperas tienen muchas enseñanzas.
—En Giovanna d’Arco el destino de Juana parece ya decidido pero ella se siente culpable.
Se sentía culpable porque en sus sueños y visiones ella no tenía que aceptar nada que fuese humano, ni la fama, ni la gloria, ni el amor ni el honor; entonces, cuando tiene esas tentaciones se siente sucia, culpable… Eso te habla también de los fanatismos. Giovanna d’Arco fue víctima muchas cosas, incluso de ella misma: aceptó ser así y cuando se siente enamorada del rey de Francia, dice que ha arruinado todo. Ella lo que quería era irse a su pueblito a cuidar ovejas. Es una historia muy conmovedora.
—Hay pocas grabaciones de esta ópera de Verdi ¿alguna fue referente para su rol de Carlo VII?
Es cierto, hay muy pocas grabaciones. Voy a decirle a la directora (Lucina Jiménez) que nos graben dos o tres funciones para que tengamos nosotros material. Hay una grabación con el tenor Veriano Luccheti, pero le quieren dar a Carlo VII un dramatismo que no tiene, no es un personaje dramático, es también una víctima de las guerras, él nació dentro de la Guerra de los Cien Años, que duró más que eso (1337-1453); era una víctima aun de sus mismas visiones, él toma sus decisiones porque lo soñó.
Lo que sí fue histórico es que a Juana se le manifestaron visiones de que él tenía que ser rey, que tenía que ser coronado para unificar a Francia, porque él no estaba coronado, eso fue gracias a ella. Y, también es historia, cuando apresan a Juana y la juzgan, Carlos VII fingió demencia y la abandonó, no la protegió, no fue a buscarla, porque ya no era necesaria. Ella había hecho su trabajo, ya estaba todo controlado. Él no se quiso meter en broncas con la Iglesia ni con nadie. Pero, la ópera de Verdi no termina así, es más romantizada. El Carlo VII que maneja Verdi me gusta más que el aquel rey frío que tomó las ventajas que le dio Giovanna d’Arco y luego la deja morir”.
—Verdi cierra su ópera con reconciliación entre sus personajes: Giovanna con su padre y el rey...
Y con el pueblo, ya ves lo que vino después: hoy es la santa patrona de Francia, impresionante.
PCL