Si alguien conoce y enfrentó a la muerte es Ray Loriga (Madrid, 1967). El escritor sobrevivió a un tumor cerebral que le sirvió como “palanca” para escribir Cualquier verano es un final (Alfaguara), una novela de aventuras sobre la amistad, el amor y el deseo de morir.
El autor lleva un parche negro en el ojo derecho y algunas secuelas de su lucha contra la enfermedad que lo postró en un hospital durante mucho tiempo. Su mirada es profunda, sonríe, se lleva un cigarrillo a la boca y asegura a MILENIO no temer a la muerte a pesar de haber bailado con ella.
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¿Te ríes de la muerte en la novela?
Me estoy riendo de lo que te puedes reír de la muerte. La muerte es la que se ríe de todos nosotros (risas) pero podemos sonreír un poco mientras tanto. La muerte siempre gana. Lo que quería era tratar un tema denso, profundo como este, pero amable, que flotase y los lectores lo descubran como un amable riachuelo, una cosa normalizada, con sentido del humor y viéndole los diferentes ángulos divertidos a la absurda tarea del oficio de vivir.
Dices que la muerte siempre gana pero en tu caso perdió.
¿Perdió? No por ahora, vamos empates (risas), pero cuando llegue el minuto 90 o el 93, te aseguro que ganará ella. El partido no ha acabado.
Pero tú no le tienes miedo a morir.
La muerte propia no me aterroriza, he estado muy cerca de ella y lo puedo decir, porque es muy fácil decirlo en un bar con unas chelas, pero cuando te ves ahí, un día antes de la operación, sabes lo que sientes, y yo lo asumía con una tranquilidad absoluta. No me parece que sea el fin del mundo que yo personalmente desapareciera ese día o el jueves que viene. La muerte de uno no me parece un drama pero la muerte de los seres queridos sí, es algo que me parece inconcebible, detestable y eso habría que prohibirlo.
¿Es exagerado decir que Cualquier verano es un final te salvó la vida?
Sería exagerar en el sentido médico porque, desgraciadamente, no creo en los espíritus que vencen enfermedades a pesar de que sería precioso pensarlo. Pienso en los médicos y en la ciencia que cura a la gente y salva enfermedades. Pero sí me fue tremendamente útil tener enseguida una tarea mental. Desde el hospital ya estaba pensando “en qué puedo aprovechar de todo esto”. Era como trabajo de campo y decía: “ay, qué gracioso esto, mira lo curioso, esto me da para una buena escena”. Lo bueno de ser escritor, lo he hablado con compañeros y compañeras, es que somos un poco como las hienas, que todo te vale, todo te lo puedes comer riendo un poco. Por podrido que le parezca a otro animal, para un escritor es útil.
La labor de vivir es la labor de resistir.
Estoy aquí, vivo, pero no soy un tipo rudo, ni rockstar, he sido parrandero y confieso haber bebido pero con la edad me he ido moderando. Ahora solo me dedico a leer y a escribir, pero lo que me pasó fue la palanca para la novela. El libro comienza desde una situación como la que yo he vivido para luego tomar otro destino. Convertirse en una ficción que también reflexiona sobre la muerte, la vida, sobre el estar y el no estar. Toca la enfermedad de una manera ligera, casi amable, pero desde luego no lo habría escrito de no haberlo vivido.
Cualquier verano es un final es…
Una historia de amor, la amistad en grado máximo. Es amor, un amor al que me niego a ponerle un nombre concreto. A partir de ahí, estos dos idiotas protagonistas, que me caen muy bien pero son un par de buenos para nada, viajan y viven sus pequeñas peripecias y yo le pongo cosas que me han divertido en la vida, encuentros casuales, circunstancias medianamente absurdas pero que te resultan encantadoras sin saber por qué y otras que te resultan antipáticas.
Es una novela que lleva a muchos lugares.
Fue una necesidad propia. Se me juntó la larga enfermedad con la pandemia y en el transcurso de todo esto pasé cuatro años prácticamente inmóvil, y cuando ya podía caminar fuera de la puerta resulta que no se podía salir por la pandemia. Entonces me apetecía que mi novela estuviera viajando por todos aquellos lugares en los que yo alguna vez fui feliz y a los que afortunadamente ahora estoy volviendo.
La muerte los ronda todo el tiempo.
Cada uno pensando, conviviendo con la muerte o bailando con la idea de la muerte, pero desde dos lados opuestos: uno como el sobreviviente y el otro como pretendiente de ella. Esa figura de la muerte en medio me creaba una dinámica que me interesaba mucho explorar.
A la novela le está yendo bien.
Creo que en España se pusieron de acuerdo (risas). Llevo 30 años en esto y siempre es un misterio por qué un libro triunfa, pero cuando fracasa, se le encuentran las explicaciones lógicas: el editor le echa la culpa al escritor, el escritor al editor o al de la promoción o al contexto del mercado. Pero cuando un libro cae bien, nunca sabes exactamente por qué.
Podríamos decir que Ray Loriga está de vuelta en el ruedo.
Desde hace unos años, cada vez que saco una novela dicen “Resucita Ray Loriga”, digo, no me habían avisado que había muerto (risas). Pero no me he ido nunca, me voy por periodos lógicos para poder escribir una novela y leer otros libros, y estoy muy contento de venir a México, un lugar que disfruto mucho.
Además
Este domingo 28 de mayo, Ray Loriga participará en la V Bienal Mario Vargas Llosa, en Guadalajara, en la mesa “La literatura como reflejo de su tiempo” junto a Ana García Bergua y Antonio Ortuño, modera Sara Poot Herrera.
hc