Premiado en el Concurso Internacional de Leeds, Inglaterra, en 1966 y en el Concurso Internacional Beethoven realizado en Mendoza, Argentina, en 1970, entre muchos otros reconocimientos, el pianista uruguayo Édison Quintana cuenta con una larga trayectoria. Solista de todas las orquestas del país e intenso promotor de la música mexicana y latinoamericana, es concertista del Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura (INBAL) y de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Nacido en Montevideo en 1939, inició su carrera desde la infancia. “Prácticamente todo lo que he hecho en mi vida tiene que ver con el piano. Imagínese, son muchos años, pero alguien podría decir: ‘oiga, ¿pero por qué no toca mejor?’”, comenta con humor en entrevista el pianista nacionalizado mexicano, que será reconocido con la medalla Ángela Peralta a la excelencia musical como parte del Tercer Festival Urtext, en el que también será reconocido post mortem el compositor Mario Lavista.
- Te recomendamos Carlos Manuel Álvarez gana Premio Anagrama de Crónica FIL
“A Mario Lavista lo conocí prácticamente cuando llegué a México. En 1981 participé en un concurso de música mexicana, en el que toqué piezas de Mario, además de otros compositores. Guardo de él un recuerdo de una profunda amistad”, cuenta.
Quintana refiere que alrededor de los 16 años tuvo un conflicto: no sabía si dedicarse al jazz o a la música clásica.
“Fue en la época en la que se inició el rock, un época en la que era un elemento tóxico para el jazz. Muchos amigos míos, entre ellos uno de un gran talento, se salieron del jazz y se dedicaron al rock. Yo vi que eso no era lo mío y decidí seguir en el piano como instrumento clásico, algo que no respeté toda mi vida. En el recital que haré para Urtext el 3 de diciembre, a las 18:00 horas, en la Sala Manuel M. Ponce del Palacio de Bellas Artes voy a incluir las tres motivaciones que me llevaron a la música de piano: el jazz, el tango y la música clásica”.
Discípulo de Hugo Balzo, George Halmos, Arturo Benedetti Michelangeli y Guido Agosti, el pianista pone encima de todos ellos a la maestra rumana Florica Musicescu. En los años 60 decidió irse a Europa, con la idea de estudiar en Viena, pero llegó primero a Bucarest donde tuvo la fortuna de conocer a Musicescu.
“Amiga de Nadia Boulanger y todos los grandes maestros de piano de esa época, Musicescu era una de las mejores pedagogas que había en Europa en ese momento. Tenía 77 años y estaba retirada, pero me recibió muy amable en su casa. Me escuchó y como resultado de esa audición les dijo a las autoridades del Ministerio de Cultura que me aceptaba y me quedé ahí. Ella me aclaró los principales problemas que ofrece el piano y prácticamente me enseñó a tocar”.
—¿Cómo fue su llegada a México en 1976?
Fue un shock. La dictadura en mi país en ese momento era muy dura. Yo pude tocar en Uruguay hasta 1971, cuando estrené el Concierto para piano n.º 4 en si bemol mayor para la mano izquierda (Op. 53), de Prokófiev. Tanto a mí, como al violinista Jorge Risi, con quien tocaba como dúo, nos dijeron que ya no íbamos a tocar más. Jorge, porque tenían la sospecha de que pertenecía al Movimiento de Liberación Nacional-Tupamaros y yo porque había estudiado en Rumania, un país comunista. Regresé a Europa a estudiar algunos años y cuando quise volver a Uruguay ya no era posible. Entonces decidí quedarme por los menos en América Latina y los dos países en los que probablemente podría trabajar eran México y Venezuela. Si no lo lograba en el primero, me dirigiría al segundo.
—¿Cuál era entonces su situación?
Yo estaba en ceros en mi cuenta bancaria, o en menos cero porque tuve que vender el piano para pagar el pasaje. Llegué a México y fue como si las puertas del cielo se abrieran: de todos lados me ofrecían trabajo. Hablé con Virgilio Valle, un gran músico, quien me invitó a tocar con la Orquesta Sinfónica del Estado de México. Luego fui a hablar con Luis Herrera de la Fuente, quien me mandó a la Filarmónica de las Américas, y así sucesivamente. Mandé traer a toda mi familia porque vi que en ese momento México era el país más acogedor para los músicos como yo, que andábamos deambulando sin tener nada. No solo fui yo, sino una gran cantidad de gente que emigró de sus países, así como los asilados políticos, cosa que yo no era. Aquí me reencontré con mis antiguos compañeros de Camerata Punta del Este, con el que tocábamos tango de cámara, y rearmamos el grupo, pero yo solo estuve con ellos dos años. A partir de 1979 me dediqué a mi trabajo solista y de música de cámara y estuve como pianista en la UNAM hasta 2014. En 1987 gané el concurso para formar parte del grupo Concertistas de Bellas Artes, donde sigo hasta la fecha.
—Su colaboración con el chelista Carlos Prieto ha sido muy fructífera en discos y conciertos.
Lo conocí en 1981, nos hicimos grandes amigos y durante cuatro décadas hemos mantenido un dúo. Hemos hecho muchísimas giras y hemos tocado en Nueva York, Washington, Los Ángeles, toda América del Sur –exceptuando Paraguay–, varios países de Europa y prácticamente en todos los estados en México.
—A pesar de todos los reconocimientos que ha logrado, cada nuevo concierto es un reto.
Por supuesto: uno es tan bueno como el último concierto que hizo. Puedo tocar uno maravilloso un día y hacer una porquería otro día. Entonces tienes que buscar tus lauros perdidos.
—¿Cuál es la situación de la música de concierto en nuestros días?
La música está perdiendo a pasos acelerados su importancia dentro de la cultura mundial, basta ver los públicos entusiastas que en su mayoría son personas mayores de 60 años. Un día tocábamos Carlos Prieto y yo en Buenos Aires ante un público muy entusiasta, pero prácticamente no había un solo joven. La música de concierto tiene muy poco apoyo, especialmente ahora, cosa que no puedo decir del INBAL, donde se está trabajando muy bien. De una manera austera, pero todos estamos trabajando con el grupo Concertistas de Bellas Artes, en el que he permanecido desde hace 35 años. Sin embargo, estoy un poco pesimista respecto a lo que se está viniendo.
—¿Qué es para la música para Édison Quintana?
Para mí es todo. La música es mi lenguaje, es algo con lo que yo puedo expresarme. Es una ofrenda que yo doy a quien quiera escucharme. Aunque, por supuesto, el error que se comete casi siempre es que los músicos somos un museo andante. Somos como vampiros, representantes de músicos muertos, por lo que creo que tenemos que contar más con los compositores contemporáneos en nuestro repertorio. Hay que ver el éxito que recibe Gabriela Ortiz, a quien yo veía de niña en mis conciertos, o Arturo Márquez, quizás el músico mexicano más tocado en el mundo. Yo le hice a Arturo una transcripción de su Danzón No. 2 y él recomendó que se editara en Nueva York. Es asombroso cómo es recibida la pieza de una manera entusiasta en cualquier lugar que se toque.
PCL