A los discos de larga duración o elepés (long play) los mataron antes de que exhalaran su último aliento. El furor por la llegada del cedé a finales de los 80 apresuró las exequias del vinilo que, a la fecha, paradójicamente resurge para erigirse como el único de los viejos formatos que sobrevive a la música digital.
Pero no solo eso, pues si bien el volumen de las ventas que lo convirtió en el rey no volverá, un inesperado levantón experimentado en la reciente década lo ha llevado a reportar más beneficios a la industria que plataformas supuestamente exitosas como Spotify, Vevo o YouTube, que acumulan millones de clics aunque pocas ventas reales entre los usuarios.
La anterior aseveración surge tras revisar cifras de la Asociación Discográfica de la Industria Americana (www.riaa.com), donde anunciaron que el monto de las ganancias por la venta de vinilos se incrementó en 52 por ciento, sumando en total 222 millones de dólares tan solo en el primer semestre de 2015, último periodo reportado, y donde las ventas YouTube, Spotify y todas las plataformas streaming alcanzaron tan solo 162 millones de dólares.
El reporte se refiere solo a las ventas registradas en tiendas en Estados Unidos, sin estimar los decenas de miles de sitios de intercambio y venta de vinilos que pululan en redes sociales en otros países, lo cual aumentaría el monto. Tampoco incluye a las tiendas especializadas de venta de vinilos usados, negocio que ha crecido al amparo de la resistencia que provocó la casi desaparición del producto.
La melancolía incluye, entre otras cosas, una revaloración del sonido vinilesco y el beneficio entre precio y producto, pero sobre todo el arte de las portadas, tema del cual se han ocupado los más conspicuos analistas musicales y cuyas conclusiones se resumen en que el espacio mínimo de un cedé, cerró las posibilidades narrativas de la pintura o la fotografía que ofrecían los 31 x 31 cm de las portadas de los discos de vinilo (sin incluir las contras, interiores y fundas internas).
Caras vemos, portadas sí sabemos
Esta misma añoranza llevó a un grupo de coleccionistas a fundar el movimiento Sleeveface que consiste en colocar la portada de un disco de acetato para recrear la escena de la imagen con un escenario real. El ejercicio ha crecido y generado un furor tal, que hoy existen páginas en Facebook, Instagram y Snapchat dedicadas exclusivamente a reproducir los ejercicios de imaginación que mandan los entusiastas seguidores.
El término y el fenómeno como lo conocemos hoy, surgió en abril de 2007 en el café Bar Europa, en la ciudad de Cardiff, un pintoresco puerto ubicado al sur de Gales en el Reino Unido. Ahí, el promotor musical, Dj y coleccionista, John Rostron, decidió tomarse fotos de las portadas con sus amigos y compartir después las imágenes en redes sociales, para arrancar una tradición que nunca esperaron creciera tanto.
Un año después publicaron el libro Sleeveface by the vynil (Carl Morris y John Rostrom), que incluía 200 imágenes y que sirvió de base para un proyecto que a la fecha se mantiene y que cuenta con grupos en Facebook, Flickr, Pinterest y hasta una aplicación.
Mucho de los grandes clásicos de la música popular ya han recibido el homenaje o la parodia, según se le quiera ver. Elvis, los Rolling Stones, John Lennon, Bob Dylan y un largo etcétera de ejercicios que uno puede hallar en la red.
Lo mejor del movimiento Sleeveface es que cualquiera lo puede intentar desde la comodidad de su casa y a partir de la propia creatividad. Importa mucho asumir la actitud para ponerse detrás de la personalidad de uno de sus héroes musicales… aunque dicha apropiación no dure más de un clic.