La obra de Renny J. Castillo Umpierre como la mayoría de obras de artistas que centran su creación en la integración total de la materia con la que trabajan exige algo más que un texto de apreciación teórica, exige estar ahí, vivir la obra, experimentarla, pues el ejercicio escrito es tan solo una sumatoria a la extensión de la obra del artista, ya que como todo creador consolidado en una notable trayectoria como la de Castillo Umpierre sabe: todo aquello que se diga sobre sus creaciones es residuo y posibilidad que deriva de la potencia que su obra produce.
Objetos diminutos, personajes bellos y mórbidos, juguetes, herramientas, sitios profanos y aplanados por el ritmo cotidiano de las ciudades, texturas orgánicas y artificiales, elementos documentales, entre otros, son algunos de los motivos que podemos ver a lo largo de la obra de éste artista que fue un trotamundos en su natal Cuba como lo sigue siendo ahora en México en donde se ha naturalizado y en donde ahora fija sus horizontes artísticos nuevamente al extranjero.
A pesar de poder ser considerado como un artista visual, pues su formación académica es la plástica, no basta solo con poner a trabajar la vista al estar en una de las exposiciones de Renny, puesto que al entrar en el contexto de los espacios en donde el artista monta sus piezas es más que notable que su interés va más allá de ofrecer una muestra visual.
Una de las constantes en sus exposiciones son piezas que crean diálogos transdisciplinarios que propician experiencias plurisensoriales; por tanto, vale decir que a veces es el oído y también en muchas de las ocasiones es el olfato el primero en alertarse, como en Yoruba soy, Congo Carabalí, la primera exposición individual posterior a dos colectivas anteriores que el artista montó en México, misma que tuvo lugar en la Ciudadela del arte en la ciudad de Zacatecas durante el año 2011.
En dicha exposición en donde el artista trabajó con elementos animales y orgánicos como soga, aserrín y sangre de gallinas, gallos y corderos, además de grafito, pigmentos naturales, metales y plásticos, el olor fue fundamental, pues provocaba una atracción meramente instintiva, un olor oxidado, dulce y ácido que invitaba a entrar al pasillo de lienzos que el artista elaboró inspirado en los rituales Yoruba de su natal Cuba.
Las obras de aquella exposición así como todas las que componen su amplio portafolio son de una calidad técnica y visual de primer nivel, puesto que uno de los principales intereses del artista es la resolución visual compleja y detallada de los elementos representados que con una notable soltura visual generan una alta carga expresiva que vale la pena decirlo: resultan exquisitas a la primera mirada.
Uno puede ver en las obras de Renny Castillo piezas visuales resueltas con maestría académica, que para el caso de los artistas activos en Zacatecas tanto Castillo Umpierre, así como otros pocos creadores incipientes se han abierto brecha distinguiéndose con jovialidad del todavía operante abstraccionismo plástico con el que durante mucho tiempo se identificó a ésta ciudad en donde actualmente el artista reside y desde donde planea una próxima incursión plástica en tierras coahuilenses, donde pronto podremos disfrutar del trabajo artístico de este creador multifacético.
En muchas de las ocasiones en las que Renny Castillo acude a la exploración de otros territorios más allá de la plástica convencional – sea la pintura, la gráfica, la escultura, el dibujo, collage, etc. que componen una buena parte de su acervo artístico–, ha dejado entrever sus intenciones de exploración en el terreno del arte conceptual; sus trabajos como Casa Ocupa y Mercado Ocupa en los que el artista se desempeñó como curador y creador trabajando de la mano de media docena de sus primeros discípulos, da continuación a lo que Castillo Umpierre había presentado anteriormente en La Habana, Cuba, con su obra Broadway boogie-woogie en el año 2006 en el marco de la exposición colectiva Salón de la ciudad: sobrevivir la utopía desde el arte, una pieza que oscila entre la instalación, la escultura, la pintura e incluso el arte sonoro.
En dicha pieza el artista montó más de una docena de teléfonos conectados a la línea telefónica de Cuba; los espectadores podían apreciar la composición visual con tonos ocre, negros, azules y amarillos –cuya gama remite a la obra de Mondrían–, escuchar el timbre distinto de todos y cada uno de los teléfonos al recibir una llamada y luego si así lo deseaban podían realizar llamadas nacionales e internacionales.
Dicha pieza constituyó un juego estético interesante en donde el artista permitió que su propia obra pudiese ser rota, fracturada y reconstituida en otra obra distinta por el público, al permitir a los espectadores la interacción con los elementos del montaje, pasando de ser una obra definitiva de mera muestra a convertirse en una obra viva.
Justo ahí, en el plano de lo vivo, de la inmanencia, de lo que se mueve y transforma se sitúa el trabajo de Renny.
Para los grandes maestros del renacimiento así como para aquellos pintores de las cavernas, el que la representación del bisonte, jabalí o gacela, así como el de las madonas guardara la sensación de viveza en los personajes representados fue de gran importancia, pues basta con ver dichos motivos por sí mismos como para darse cuenta de que quienes pintaron aquellos animales en las cavernas, así como aquellas madonas amamantando al pequeño Jesús, representadas miles de años después, lograron dotar de cierta vitalidad –a veces más, a veces menos– a dichos personajes; aquellas formas de tratamiento visual fueron adecuadas y suficientes para su tiempo, hoy en día la exigencia por el carácter vivo de la obra también se ha incrementado y Renny Castillo ha sabido resolver bien esa exigencia que se gesta en él como un interés creativo personal.
Lo que uno constata al volverse espectador de la obra de Renny es que sus piezas contienen esa vitalidad, ese halo de vida que se percibe más instintivamente que racionalmente pues visualmente ostentan movimiento, huelen a materia animal y vegetal, producen ruido, se transforman, repelen, seducen.
Bien cabría recordar las palabras de Merleau-Ponty cuando ha dicho que «toda carne, aún la del mundo, irradia fuera de ella misma» (1) al referir que el individuo al ser materia cárnica viva se ve llevado a acechar ya sea de forma inconsciente o consciente como se da muy a menudo en el arte, la naturaleza de aquello que lo constituye fundamentalmente para realizar la expresión de sí mismo como esa masa de carne viva que no es en esencia distinta a las demás cosas «(…) puesto que ve y se mueve, tiene las cosas en círculo alrededor de sí, (…) forman parte de su definición plena y el mundo está hecho con la misma tela del cuerpo» (2) en otros términos, el cuerpo se expresa (incluso intelectualmente) y busca gritar que es tejido y músculo, materia viva y potencia; el juego del arte (prescindiendo intencionalmente del término Historia del arte) sobre todo en el llamado arte contemporáneo está lleno de esas irradiaciones que bien podríamos considerar como una narrativa trágica que el arte nos permite saborear en dosis menos mortales.
Cuando se trabaja con materia animal, vegetal, con el rastro de lo vivo que se vuelve vestigio como Renny lo ha hecho en varias de sus exposiciones, se tiene un pacto con el largo relato de esa narrativa trágica, que puede bien traducirse como el sitial de lo humano, en donde fuerza, posibilidad, límite y decadencia se alzan como los espejos sagrados y al mismo tiempo incómodos de nuestra especie.
Solemos aún por estos días otorgarle mucha importancia al arte estático de museos y galerías, que aún y cuando muchas de esas piezas exhibidas en dichos lugares contienen la vid de su génesis intacta; por otro lado vale la pena acudir a los sitios en donde el arte invita a crear un flujo de chispazos que generan en el espectador la sensación de entrar en interacción con algo vivo capaz de producir sensaciones y emociones con todos los que entran en dicho contacto, pues ahí es donde uno mismo puede encontrar las chispas que podemos pasarnos anhelando experimentar durante mucho tiempo.
Como bien Arthur Danto nos deja ver las falencias del capricho hegeliano al intentar responder si el arte está vivo o no y en qué medida lo está (3), valdría la pena preguntarse cómo es que el arte estimula nuestra vida y nos pone en una jugada de jaque estético, nos sigue retando.
Siempre que uno acude a una galería en donde encuentra una obra que mueve desde afuera y desde adentro uno constata que aquello (con)tiene algo vivo, pues el estímulo nos transporta más allá de la mera expectación al producirnos ese chispazo; eso es lo vivo que mueve a lo vivo, o bien el rastro de lo vivo que conserva la potencia de lo vivo incluso en el resto, en el vestigio o el cadáver; la fuerza de aquello que se identifica con sus similitudes y busca abrirse camino a través de ello, de la imparable conjugación de las cosas en la realización de la voluntad, hablando un poco al modo de Schopenhauer (4); después de todo somos energía antes que carne y tejido y esa energía es sensible al estímulo de todo tipo de materia, incluido el arte, que siempre ha de recordarnos un aspecto u otro de nuestra propia naturaleza así como lo que es ajeno a ella.
Obras como la de Renny Castillo son de esas de las que hemos hablado aquí, de las que mueven desde afuera y también desde adentro, es decir, desde la carne, la vista, el olfato, el oído y el intelecto, mismas experiencias que juntas configuran un aura que nos revela el rostro oculto de las cosas que mueven al mundo.
Pais Villagrana Dueñas: teórico de arte, músico y creador sonoro y escritor de ensayo. Licenciado en Teoría del Arte y Maestro en Filosofía e Historia de las Ideas por la Universidad Autónoma de Zacatecas.
- MERLEAU-PONTY, Maurice, El ojo y el espíritu, Paidós, Barcelona, 1986, p. 60
- Ibidem. p. 17
- Cfr. DANTO, Arthur, Después del fin del arte: el arte contemporáneo y el linde de la historia, Paidós, Madrid, 2010.
- Véase SCHOPENHAUER, Arthur, El mundo como voluntad y representación, Gredos, Madrid, 2014.