Hay una estupenda entrevista con George Steiner en YouTube ("Full interview with George Steiner"), dividida en dos partes. En total son dos horas de conversación continua; o, mejor: gracias al oficio de Allan Macfarlane, que interviene apenas, el resultado es casi el monólogo de un viejo sabio que supo llevar y agradecer una vida envidiable para todo aquel que ame la lectura, los libros y la conversación. Después de oír a Steiner narrar su trayecto, resulta aún más difícil explicarse su pesimismo como autor.
Entre muchos otros asuntos, dice echar de menos el pensamiento utópico entre los jóvenes. No por los errores que se cometieron sino por la pasión y el compromiso que las utopías aportaban, como experiencias profundas, a las vidas de aquellas generaciones del siglo XX. Y dice que el fascismo, comunismo, incluso el nazismo surgieron originalmente comprometidos con la idea de una mejor vida. Sin duda, equivocados, pero todos hallaron algún sentido en la historia. Por aquí deja salir ese costado romántico que todavía lo alcanza: sueños de transformación, de nuevos órdenes, de cambios históricos, geográficos, culturales a gran escala. Sueños entenados de la idea de una ciencia todopoderosa que imaginó tener el mundo al alcance de la mano. El de Steiner es todavía un sueño fáustico. Y alguna razón le cabe: la gente puede entusiasmarse solamente ante el cambio; nadie se entusiasma con la cotidianidad.
Pero tampoco es un alucinado, ni un ingenuo; se cuida de descartar el valor de los movimientos sociales contemporáneos. Sin la dimensión pasional de los movimientos del pasado, halla algunos rescoldos de vida espiritual en aquellos movimientos "apasionadamente comprometidos con ayudar a otros": Médicos sin Fronteras, el impulso ecologista, la defensa de los animales, nuevas dimensiones en el cuidado de los niños... pero no son más que "islas de esperanza" —y dice "islas" como si pensara en témpanos flotantes y a la deriva. Considera a todos estos movimientos contemporáneos como nietos pobres de las grandes utopías de los dos siglos pasados. Por una razón: aquellos fueron revolucionarios; éstos, conservadores. Ninguna de las "islas de esperanza" tiene chispa revolucionaria: no buscan transformaciones históricas sino apenas un cambio ético y moral. Halla irónico que la izquierda sea ahora la primera fuerza conservadora, y supone que ahí reside la causa de que, mundialmente, la izquierda haya quedado perpleja y mucho menos inteligente que sus predecesoras. Como nuevo movimiento conservador, "ha suplantado a los cristianos": proclaman el arrepentimiento (de los otros: los ricos y poderosos), buscan la reparación del pecado (no entre personas sino con la naturaleza) y andan en busca del perdón (para la indigna especie humana).
Es la melancolía del viejo sabio. Pero, aunque la izquierda del mundo sea un derrelicto de aquella bravura ante la historia, estamos mucho mejor sin utopías. Y no es que el mundo se haya vuelto pazguato; es que la libertad se ha extendido. Falta, desde luego, la justicia.