Sergio Pitol, “rara avis” de la literatura mexicana

El novelista afirmó: “Siempre he sido un escritor de los que llaman difíciles (...) jamás he estado interesado en escribir sobre lo que está de moda o resulta fácil para el lector”.

Editorial Milenio
Xalapa y México /

No transcurrió ni un mes de que festejó sus 85 años, ya con bastantes problemas de salud a causa de la afasia progresiva que lo había afectado cuando menos desde hace una década. Perdió el habla y luchó por mantener la lucidez, hasta que a las 9:30 de la mañana de ayer Sergio Pitol Deméneghi perdió la batalla que había sostenido durante mucho tiempo.

“¿Ha llegado a pensar en la muerte?”, se le preguntó en diciembre de 2005, unos días después de que lo habían anunciado como ganador del Premio Cervantes: “Tengo 72 años, me quedan pocos para trabajar y también para vivir. Pese a ello, no creo ser una persona que diga: el destino del hombre es la muerte. Lo que yo tengo como destino de la vida es vivirla, desarrollarme y desarrollar algo con otras gentes; sin embargo, tampoco me siento satisfecho con lo logrado: cuando leo un libro o tengo que revisarlo, veo defectos. Cada vez que releo algo, siempre pienso que está mal tal cosa y la corrijo”, comentó en entrevista con MILENIO.

UNA INFANCIA DE LECTOR

Pitol tenía cuatro años cuando se quedó huérfano. Debió irse a Veracruz y sufrir una enfermedad que lo mantuvo en cama buena parte de su infancia. Tenía cuatro años cuando comenzó a tener esa relación tan estrecha con la literatura.

“Un niño huérfano víctima por cinco años del anofeles malarii en un ingenio azucarero cercado por la jungla, las maravillosas lecturas durante esos años, de Verne hasta Tolstoi”, recordaba el escritor, traductor y ensayista en una de las actividades organizadas alrededor del Premio Cervantes, que recibió en 2005. Fue el hombre que los últimos años de su vida debió luchar contra una enfermedad que afectó su habla, no así su lucidez: una rara avis de las letras mexicanas que fue un cosmopolita habituado a los paisajes de una ciudad, Xalapa, y un estado, Veracruz, que se convirtieron en su tierra adoptiva.

Su precario estado de salud en la infancia influyó en su pasión por los libros: en Córdoba, Veracruz, cursó estudios de secundaria y bachillerato, pero en especial empezó a leer a escritores como Sartre, Cocteau y O’Neill, y a poetas como Neruda, Rubén Darío, García Lorca, López Velarde y José Gorostiza, quienes influyeron en su manera de acercarse a la lectura y a la escritura.

En Ciudad de México empezó a estudiar Derecho, pero al mismo tiempo asistió a algunos cursos en la Facultad de Filosofía y Letras, en especial a los impartidos por Alfonso Reyes. Desde aquellos años comenzó su pasión por los viajes, no solo por la palabra escrita; cuando apenas contaba con 20 años de edad tuvo su primera salida al extranjero, a Venezuela, sin saber que los viajes se convertirían en una marca en su vida.

“La avidez por los viajes y su abundancia, el adolescente izquierdista, el joven elegante, libertino y esnob, el beatnik y casi hippie a la sombra del budismo zen y el tibetano, 15 años de solemne diplomático y otras encarnaciones más para acabar en una vida casi franciscana. En ese repaso pude de nuevo descubrir que la unidad de todos aquellos fantasmas del pasado se congregaban en la literatura. Ella me descubrió un camino de rigor e imaginación”, confesó Pitol en la inauguración del Instituto Cervantes de Sofía, Bulgaria, que además lleva su nombre.

A partir de 1960 Sergio Pitol comenzó un vasto periplo que lo llevó a vivir en varios países europeos y a desempeñar diferentes cargos diplomáticos, hasta llegar a ser embajador de México en la antigua Checoslovaquia, lo cual le permitió acercarse, y luego difundir mediante la traducción, la obra de escritores emblemáticos del Viejo Continente, sobre todo de Europa Central.

CONGRUENCIA

“Me inicié en la escritura a mediados del siglo pasado. En el año de 1956 para ser preciso. Fui yo el primero en asombrarse de haber dado ese paso. Mi relación con la literatura se inició desde la infancia; tan pronto como aprendí las letras me encaminé a los libros. Puedo documentar la niñez, la adolescencia, toda mi vida a través de las lecturas”, anota en el libro Una autobiografía soterrada (ampliaciones, rectificaciones y desacralizaciones) (Editorial Almadía, 2010), nacido del interés del escritor por reunir en un mismo volumen textos que reflejan la relación existente entre la vida y la literatura que plantea toda su obra.

Hace una década, cuando el escritor nacido en Puebla en 1933 apenas comenzaba a sufrir los problemas de salud que le impidieron el habla, aunque la lucidez seguía presente, Pitol fue congruente con el destino de vida que había afirmado. Así transcurrieron todos estos años: los vivió y disfrutó entre los múltiples homenajes recibidos y los lectores ganados gracias a la mayor difusión de su obra como novelista, ensayista y traductor.

Para reconocer una de sus facetas, la Universidad Veracruzana impulsó en 2010 el lanzamiento de la colección editorial Sergio Pitol. Traductor, a la que más tarde se sumó el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, donde hay títulos como Una vuelta de tuerca, de Henry James; El ajuste de cuentas, de Tibor Déry; Pedro, Su majestad, Emperador, de Boris Pilniak; Diario de un loco, de Lu Hsun; de Jane Austen, Emma; Madre de reyes, de Kazimierz Brandys; El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad; Un drama de caza, de Antón Chéjov; El volcán, el mezcal, los comisarios, de Malcom Lowry, y Cosmos, de Witold Gombrowicz, entre otros.

Fue autor de libros como El tañido de una flauta, Juegos florales, El desfile del amor, Domar a la divina garza y La vida conyugal, así como una trilogía de libros inclasificables, como El arte de la fuga, El viaje y El mago de Viena. Pero más allá del literato está un personaje que se ha convertido en un verdadero maestro para infinidad de escritores de lengua española.

EL MAESTRO

Durante muchos años el escritor vivió un tanto alejado de las letras mexicanas, más por su interés en conocer otras culturas que en olvidar todo lo que aquí leyó, sobre todo en aquella infancia y adolescencia enfermiza y solitaria que vivió.

En 1980, cuando aún era un aspirante a la escritura, Juan Villoro conoció a Pitol en una sesión llamada Encuentro de generaciones, y desde ese momento mantuvieron una amistad de casi cuatro décadas, hasta convertirse en un “extraordinario maestro para mí; me influyó mucho como escritor y como traductor, y en un amigo muy cercano.

“Vertió al español cerca de 100 títulos de cinco idiomas diferentes; su tarea como escritor fue extraordinaria en su propia obra, pero también en los libros de los otros: tradujo en una inmejorable prosa castellana, lo cual es un caso único en nuestra literatura.

“Su pérdida es muy fuerte y dolorosa, tanto en lo afectivo para quienes lo quisimos y gozamos de su sentido del humor y de su aprecio, como para la literatura por lo mucho que nos dio, aun cuando tardó mucho en despegar como escritor. Durante un tiempo vivió en barcos cargueros, donde hacía traducciones que entregaba al llegar a puerto. Esa vida aventurera, alejada de la vida literaria mexicana, lo convirtió en un autor casi secreto”, expresó Villoro.

Son lecturas de quienes de alguna manera han seguido su camino de exploración, como el caso de Jordi Soler, para quien Pitol “era original, un veracruzano de la Europa Central, a pesar de que su biografía dice que nació en Puebla”.

De acuerdo con el colaborador de MILENIO, “su obra es una magnífica excentricidad dentro de nuestra literatura: en cada uno de sus libros me he encontrado ideas, paisajes, episodios que luego me he quedado rumiando durante años, y hay libros suyos a los que regreso continuamente, como el genial El arte de la fuga y a esa obra breve y maravillosa que es El viaje”.

Elena Poniatowska lo recuerda como un escritor del mar, quien encontró en Xalapa y en Veracruz los espacios más adecuados para darle rienda suelta a sus últimos años literarios: “Era un gran viajero, vivió en distintos países de Europa, tradujo mucho. Era un hombre muy culto, que había leído muchísimo; lo conocí con Monsiváis y con José Emilio Pacheco. Carlos lo quería muchísimo”.

Enrique Vila-Matas lo definió como su único maestro. Cuando el Hay Festival aún se realizaba en Xalapa, el narrador español recordó una frase de Federico Nietzsche en la que llamaba a optar por un único maestro, convencido de que en el curso de la creación literaria el faro del maestro sirve para guiar, pero al “final está en ti ser tu propio maestro”.

Durante un homenaje que se realizó a Sergio Pitol en la Feria Internacional del Libro de Oaxaca, el literato argentino Ricardo Piglia evocó su pertenencia a “una banda de escritores que éramos admiradores de Sergio tan solo porque él había traducido a Gombrowicz, pero además por ser uno de los pocos escritores, en cualquier lengua, cuya obra siempre he esperado. Como crítico siempre tiene una mirada admirativa sobre los textos, porque no es un crítico que se detenga a escribir sobre los libros que no le gustan, sino sobre aquellos que le entusiasman y le gustan”.

En esa mirada de lo que otros pensaban de Pitol, cabe recordar también al colombiano Juan Gabriel Vásquez, un convencido de que “el magnífico talento lector de Sergio siempre revela cosas nuevas de autores que ya creíamos conocer.

“Cuando leí la traducción de La defensa, de Nobokov, no sabía que eso se podía hacer; es uno de los momentos donde la prosa de este escritor alcanza niveles más altos. Con ese volumen recuerdo haber tenido la sensación rarísima de estar ante un tono seductor que me daba lecciones útiles para la escritura de un cuento que pertenece a El amante de todos los santos. Pero cuando hablo de la influencia que marcó ese cuento, no pienso en Nabokov, sino en Sergio”, leyó durante uno de los tantos reconocimientos que recibió el autor mexicano al cumplir 80 años.

VIAJERO

Varios personajes e instituciones se han manifestado en redes sociales por la muerte de Pitol. Han lamentado la partida de un personaje que durante casi tres décadas prefirió mantenerse lejos de la vida cultural mexicana, si bien en la memoria de varios de ellos queda la imagen del trío que integró con Carlos Monsiváis y José Emilio Pacheco.

Al expresar su pésame en Twitter, el presidente Enrique Peña Nieto escribió que Pitol “aportó talento, imaginación y creatividad a México. Su obra forma parte del gran legado cultural que nuestro país comparte con el mundo”.

También a través de Twitter (donde la noticia del fallecimiento del escritor se convirtió en tendencia al ocupar el segundo lugar), la secretaria de Cultura, María Cristina García Cepeda lamentó el deceso del escritor e informó que la dependencia convocará a instituciones, amigos y familiares para rendirle un homenaje nacional.

El ministro de Cultura de España, Íñigo Méndez de Vigo, aseguró que “con su desaparición se pierde a uno de los grandes escritores que han contribuido a enriquecer el legado literario en español”.

La vida del escritor fue de viaje y placer durante décadas, pero los últimos años no lo fueron tanto. Muchos problemas: su familia peleada con sus amigos cercanos, con quienes compartió la literatura, al grado de que su tutela oficial estaba a cargo del DIF Veracruz. Quedan la literatura y las traducciones de un hombre que supo disfrutar de la vida.

“Siempre he sido un escritor de los que llaman difíciles, de pocos lectores, pero fieles. Tampoco se trata de algo que me preocupe, porque en realidad jamás he estado interesado en escribir sobre lo que está de moda o resulta fácil para el lector”. Son palabras de Sergio Pitol, quien desde la tarde de ayer fue velado de manera privada en la funeraria Bosques del Recuerdo, en Xalapa. Su cuerpo será cremado hoy en la capital veracruzana.

LAS MÁS VISTAS