Sergio Pitol y el arte de la traducción

Con autorización de Cristina Pacheco, reproducimos este “Inventario”, publicado el 31 de julio de 2011, un acercamiento a una de las facetas del autor "El mago de Viena"

José Emilio Pacheco
Ciudad de México /

La literatura es un mar nutrido por todas las corrientes de la Tierra. Solo mediante las traducciones se mantienen en circulación las aguas. Sin ellas volveríamos a una Babel incomunicable, a una isla desértica y ahogada de sed en que nada podría florecer. La inmensa mayoría de los libros que leemos son traducciones. Y sin embargo este indispensable oficio no tiene la consideración social ni la recompensa económica que merece.

Una y otra vez vemos aparecer colecciones en que libros como Guerra y paz o Crimen y castigo, que suponen un inmenso trabajo en su traslación al español, se publican sin crédito alguno para el traductor y desde luego sin pago. Empresas más generosas ponen su nombre en letra de ocho puntos y al final de una lista de créditos.

Hay casos de injusticia tan radical como la que sufrió don Aurelio Garzón del Camino, el gran traductor español a quien debemos las versiones íntegras de La comedia humana (Balzac), Los Rougon-Macquart: historia familiar y social de una familia durante el segundo imperio (Zolá) y las Memorias de ultratumba (Chateaubriand). Garzón del Camino dejó la vista y la salud en general por causa de esta inmensa tarea. En vano se pidió para él un premio o un apoyo económico. La última vez que se supo de don Aurelio estaba en un asilo para indigentes de Cuernavaca.


Borges y Cortázar

Sergio Pitol pertenece a ese grupo de escritores, como Borges y Cortázar, para quienes la traducción se volvió el mejor de los talleres literarios y la más intensa práctica de su oficio. El autor de El arte de la fuga, El desfile del amor y tantos otros libros que le dieron el Premio Cervantes y el Juan Rulfo no hubiera sido lo que es sin su extensa y admirable labor de traducción.

Entre 1961, cuando salió de México para establecerse en Europa, y 1983, en que fue nombrado embajador en Checoeslovaquia, Pitol hizo tal cantidad de traducciones que ni siquiera sus más cercanos amigos pudieron leerlas todas porque se publicaron en muchos países y en las más diversas editoriales. Desde 1993 Pitol vive en Xalapa. Allí tuvo la suerte de encontrar a Rodolfo Mendoza Rosendo, quien se dedicó a reunir esta obra dispersa. Su fruto es la serie “Sergio Pitol traductor”, publicada por la Universidad Veracruzana y ahora también por la Dirección General de Publicaciones del Conaculta.

Esta hazaña mexicana, la de una sola persona que realiza la tarea de varias generaciones, solo es comparable en la prosa narrativa a lo que ha hecho en poesía Rubén Bonifaz Nuño como traductor de todos los grandes clásicos griegos y romanos. La deuda de gratitud debería extenderse al trabajo de Tomás Segovia, que acaba de darnos su Hamlet y la obra entera de Gerard de Nerval, y a la labor de Miguel Ángel Flores, a quien debemos la totalidad de Pessoa y más de treinta libros poéticos. Asimismo es imposible no dar las gracias a Selma Ancira por volvernos accesible la gran literatura rusa.


La responsabilidad del traductor

Si en México terminara de establecerse la cultura del verano y diarios y revistas preguntaran acerca de qué libros van a leerse en estas vacaciones, quizá muchos responderían que se llevan la Biblioteca Pitol, aún en proceso de publicación.

Para quien aspire a escribir o se dedique a esta actividad la serie representa un curso intensivo, una inmersión total en los más diversos estilos y técnicas, lecturas de las cuales solo puede salir beneficiado. Para el lector común, que es siempre el menos común de los lectores, significa muchas horas de placer y conocimiento.

En sentido riguroso la traducción no existe: hay que escribir de nuevo las novelas en la lengua a la que son trasladadas. Gracias a Pitol parecen “como nacidas en él y naturales” según el ideal de fray Luis de León. Nada tan lejano a lo que en otros tiempos se llamaba “maquinazo” como los libros que en español integran esta serie. Escribir es reescribir. Se nota que Pitol trabajó como propias esas páginas sin que su esfuerzo y su tiempo tuvieran ningún apoyo institucional. De este modo subsidió a las editoriales que pagaban por cuartilla sin poder considerar nunca la calidad formal su ausencia.

La responsabilidad del traductor es inmensa. Por ejemplo: no leo polaco. Por tanto para mí la jerarquía literaria de Jerzy Andrzejewski, Witold Gombrowicz o Kazimierz Brandys va a ser la que marque Pitol. Así, estos libros son el resultado de una colaboración en ausencia entre dos escritores de muy distintas lenguas, épocas y estilos.

Esta serie se muestra de una variedad infinita porque responde a los encargos de las casas editoras, pero también al sentido literario de Pitol quien propuso libros que le gustaban y sin él tal vez no hubiéramos conocido nunca. Tuvo la fortuna de coincidir con las nuevas editoriales que representaron en México Joaquín Díez Canedo y Bernardo Giner de los Ríos, Arnaldo Orfila Reynal en Siglo XXI, Neus Espresate y Vicente Rojo, y en Barcelona Beatriz de Moura, quien apenas iniciaba Tusquets. Otra bendición fue trabajar antes de que se impusiera la dictadura del mercado. En las condiciones actuales solo con subsidio podemos tener en nuestras manos estos volúmenes que tantos años después han vuelto a ser absolutas novedades.


Las vueltas de tuerca

En sus textos originales las obras conservan sin desdoro un momento en el cambio incesante de los idiomas. Por el contrario, las traducciones envejecen a gran velocidad y hay que renovarlas una y otra vez. Cosa rara, las de Pitol se leen tan frescas como en el momento de su primera publicación.

Un caso especial es el de Las puertas del paraíso, la novela de Andrzejewski (1909–1983) sobre la cruzada de los niños, escrita en un solo párrafo o en una sola frase que se sostiene a lo largo de 81 páginas. Editada por Joaquín Mortiz en l966, debe de haber influido en el breve esplendor de la novela experimental que se dio en México en los años inmediatamente anteriores y posteriores a Tlatelolco.

Capaz de recrear sin fisura un texto vanguardista como “Las puertas del paraíso”, Pitol renueva también libros clásicos de la narrativa inglesa: El corazón de las tinieblas (Joseph Conrad), Emma (Jane Austen), Washington Square y La vuelta de tuerca (Henry James), Adiós a todo eso (Robert Graves). Queda por incluirse en la colección otra extraordinaria novela de James: Lo que Maisie sabía, obra maestra de la ambigüedad y el punto de vista.

A veces Pitol compite con traducciones como la de José Bianco que se han vuelto clásicas también. El gran traductor argentino llamó a la suya Otra vuelta de tuerca. Pitol se ciñe al título original: The Turn of the Screw. Sin embargo no hay infidelidad en Bianco, pues en un momento de la narración se dice que si el fantasma es el de un niño se añade a la complejidad de la situación otra vuelta de tuerca.


El libro más triste del mundo

Hay varias novelas inglesas mucho menos conocidas en el ámbito español que ahora existen en él gracias a Pitol. Es el caso de El buen soldado, la novela de Ford Madox Ford (1873–1939) a la que se ha llamado “la mejor novela francesa en inglés” y “el libro más triste del mundo”. O En torno a las excentricidades del cardenal Pirelli escrita por Ronald Firbank (1886–1926), uno de los “raros” de las letras inglesas, un excéntrico en la isla de los excéntricos.

Witold Gombrowicz (1904–1969) debe mucho de su fama en lengua española a las traducciones de Pitol: la novela Cosmos y el Diario todavía no incluido en la serie. Gombrowicz se sacó en una lotería un viaje a Argentina. La invasión alemana y soviética a Polonia lo obligó a quedarse casi treinta años en Buenos Aires. El autor de Ferdydurke, Pornografía y Trasatlántico salió de la oscuridad para recibir en Venecia el Premio Internacional de los Editores que había tenido pocos años antes su detestado Borges. La prensa italiana se sorprendió de ver reconocido a un autor ignoto y se preguntó quién era Gombrowicz: “¿Un sádico, un homosexual, un conde polaco que hace orgías en su castillo?”

Gombrowicz demuele todas las pretensiones que acompañan a los quince minutos de la fama literaria cuando refiere que al pasar al día siguiente por la Plaza de San Marcos unos jóvenes que tomaban café en una terraza lo señalaron con el dedo y dijeron: “Mira, allí va el sádico homosexual polaco que hace orgías en su castillo”.


La biblioteca inagotable

De su estancia en Moscú, Pitol trajo la única novela de Chejov (1860–1901): Un drama de caza y Pedro, su majestad emperador y otros cuentos de Boris Pilniak (1884–¿1938?), el gran narrador desaparecido, como casi toda su generación, en las “purgas” estalinianas de los años treinta.

En la serie se incluye también literatura china: El diario de un loco de Lu Hsun (1881–1936), húngara: El ajuste de cuentas de Tibor Déry, e italiana: las novelas de Giorgio Basani y la muy revolucionaria y desconocida Salto mortal de Luigi Malerba (1927–2008).

Para nuestra desgracia, Sergio Pitol ha dado por concluida su obra. Pero con lo que ha hecho como autor y traductor nos deja lecturas capaces de llenar la vida entera.

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D. R. ©Herederos de José Emilio Pacheco.

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