La directora artística del San Francisco Ballet, Tamara Rojo, sostuvo que la actual generación es muy conservadora, puritana, con mucho miedo a la vergüenza pública y a la cancelación, y no toma riesgos.
“Esta generación es la más conservadora y la que toma menos riesgos personales que he conocido en mi vida. Y eso es una tragedia, para ellos como personas, que no están viviendo la vida, y como bailarines”, dijo la premios Príncipe de Asturias de las Artes 2005 y Benois de la Danse 2008, en una charla en redes organizada por la divulgadora de ballet Lucía Chilibroste, a la que MILENIO fue invitado.
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“Los artistas tenemos que estrujar la vida como si fuera una naranja, sacarle todo el zumo; explorarlo todo, lo bueno, lo malo y lo regular; sufrir como nadie, que te partan el corazón mil millones de veces, pero tomar esos riesgos para entrar en el escenario llenos de vida, de experiencias humanas, que es con lo que vamos a conectar con el público”, agregó Rojo ante maestras y estudiosas de la danza vía Zoom.
La charla “Tamara Rojo y su visión del ballet en el siglo XXI”, que se llevó a cabo dentro del ciclo de entrevistas que la historiadora de la danza uruguaya Lucía Chilibroste abre al público gratis en sus cursos y que comparte en su “Videoclub Balletómanos”, al que se puede acceder desde el sitio en línea, se convirtió en cátedra de más de una hora con la artista española.
En ella, Rojo habló de la ignorancia de los bailarines hoy sobre la historia del ballet y sus protagonistas.
“Una cosa que sí me ha sorprendido es la falta de conocimiento de los profesionales de la danza sobre su propio arte. Es una de las cosas que encuentro más difíciles. Es cuando entro al estudio y vamos a empezar a ensayar una obra, digamos Manon, y me doy cuenta que el 80 por ciento de los bailarines no sabe qué estamos haciendo ni quién lo hizo ni quién lo ha bailado ni tiene referentes de ningún tipo.
“Eso sí me sorprendió porque en mi juventud no teníamos redes sociales y recuerdo que coleccionábamos VHS de ballet como si fueran oro, era realmente algo así como te dejo este de (Mijaíl) Baryshnikov y me das este de Sylvie (Guillem), porque queríamos aprender. Nos volvíamos locos por saber qué estaba pasando, quién estaba bailando, qué se estaba bailando Sylvie hizo La Luna en Lausana y cambió totalmente la forma de entrenamiento de un día para otro. Estábamos hambrientos por el conocimiento y por cómo se desarrollaba el mundo del ballet. Y ahora es lo contrario: están más conectados que nunca, pueden verse los unos a los otros, se siguen, tienen amistades, bailarines al otro lado del mundo, pero no saben nada del arte que aman, no todos, pero sí muchos”, expuso la bailarina.
Juzgó este desconocimiento uno de los principales problemas a que se enfrenta la enseñanza del ballet.
“Tuvimos al gran Julio Bocca aquí enseñando. Y, la verdad, a mí me causó muchísima vergüenza que muchos de los jóvenes bailarines de la compañía no sabían quién era Julio Bocca, no me cabía en la cabeza a mí que no supieran del bailarín referente, que se retiró hace 10 años; es como si dentro de 10 años los niños que entren al tenis no sepan quién fue Rafael Nadal, a nadie se le ocurriría que eso fuera posible, pero en el mundo del ballet sí lo es. Hay una dicotomía de que hay demasiada información accesible, pero no es profunda o útil ni realmente ayuda a desarrollar a los bailarines artísticamente en esa jornada que deben tener de investigación propia de las referencias históricas de su arte”, lamentó.
Desilusión y renovación
Con su anfitriona uruguaya como moderadora, Rojo (Montreal, 1974) respondió preguntas y contó sus experiencias de innovación dancística al frente del English National Ballet y del San Francisco Ballet, donde trabajó hasta junio pasado su entonces pareja, el bailarín jalisciense y premio Benois de la Danse 2018, Isaac Hernández, quien se fue a Nueva York como bailarín principal del American Ballet Theatre.
Partió de su “gran desilusión” cuando cumplió su sueño y entró en 2000 a The Royal Ballet, al darse cuenta de que no era la compañía creativa de nuevo repertorio que le enseñaba la historia de la danza.
“Sabía que era una compañía muy inspirada en los ballets rusos de Diaghilev, como todas saben aquí Ninette de Valois fue bailarina de los ballets rusos de Diaghilev. Y yo había estado en el English National Ballet, que igualmente, Alicia Markova, fue una bailarina muy inspirada en los ballets rusos de Diaghilev, y todavía tenía muy presente la necesidad de llevar el ballet a todas partes, de hacerlo accesible, de intentar una excelencia artística e intelectual suprema, porque Diaghilev consiguió lo que casi nadie ha conseguido: con los mejores artistas del mundo, crear una obra que sea intelectual y artísticamente sublime, pero a la vez popular, que cree un impacto más allá del público especializado”.
Un referente en el arte y el ballet del siglo XXI, Tamara Rojo llegó a The Royal Ballet como bailarina principal en 2000 y permaneció 12 años en esa compañía, después de tres años con el English Nacional Ballet (1997-2000), al que regresó en 2012 para tomar sus riendas como su directora artística y en una década renovar su repertorio clásico con exitosas versiones de Giselle con Akram Khan y de Raimonda.
“Yo pensaba que cuando iba a entrar al Royal Ballet iba a tener esa atmósfera de riesgo, de creatividad, de nuevas ideas. Pero, la compañía se había enamorado de una versión de sí misma, de una especie de nostalgia que se habían inventado ellos. Ninette de Valois era una mujer brillante y se dio cuenta que tenía mucha competencia en el Reino Unido, tenía el English National Ballet, el London City Ballet…
“Tenía mucha competencia y creyó que la forma de asegurarse que su compañía sobreviviera era institucionalizándola, uniéndose a la familia real y haciendo que el público británico creyera que el Royal Ballet había estado ahí tanto tiempo como la familia real. Al hacer eso, se convirtió en lo opuesto de esa institución creativa, que era lo que a mí me inspiraba, donde Kenneth (McMillan), (Frederick) Ashton creaban, donde había espacio para nuevas voces y nuevas formas de ver el ballet”, relató Rojo.
Democratización del ballet
Expuso que, al frente del English National Ballet, impulsó una visión del ballet de esa compañía que, en realidad, eran sus raíces originales: llevar ballet de excelencia a todo público, en cualquier sector.
“¿Qué significa eso? Democratizar el ballet más excelente. Y fue ahí donde empezó la visión y donde empecé a traer colaboradores de fuera del mundo del ballet clásico, como Akram Khan, a hacer giras, y tener una actitud un poquito más agresiva, imponernos un poco más en el mercado de muchas compañías de ballet, con una visión muy clara de colaboración, con un riesgo, y una imagen que yo había esperado encontrar, de inversión y confianza en creadores jóvenes, en creadores de otro tipo de danza, en compositores nuevos o diseñadores de fuera del mundo del ballet. Influencias de muchas partes y tipos, pero del más alto nivel”, agregó Rojo, quien mantuvo precios bajos y proyectos sociales.
Al comparar al San Francisco Ballet, al que llegó en 2022, dijo que es una compañía institucionalizada, sin un pasado nostálgico como las inglesas, al que “hay que deshacer esa institucionalización para que no se enamore de una nostalgia que nunca fue y no repetir un pasado que nunca existió” ni estancarse.
“Aquí, una de las partes más importantes es las nuevas tecnologías y cuál va a ser su impacto en el mundo de las artes y, en específico, de las escénicas. Y como podemos unirnos y ser una influencia positiva a esos técnicos que no tienen ni conocimiento ni mucho interés en el mundo de las artes para que estas nuevas tecnologías no sean un riesgo, sino un impulso a una forma diferente de actuar. En resumen, mi visión es crear el mejo arte, que sea innovador, relevante y asegurarme que la mayor parte posible de gente tenga acceso a él. Adaptarte a sus circunstancias, teniendo muy claro el objetivo”, dijo.
A la pregunta de una mexicana que investiga sobre el cuerpo sistémico de las bailarinas, respecto a cómo debe considerarse en él no sólo la técnica del ballet, sino también las partes intelectual y espiritual, las creencias y el cuerpo social y vivido, Rojo, quien se doctoró con honores en el Instituto Superior de Danza Alicia Alonso de la Universidad Rey Juan Carlos con la tesis Perfil psicológico de un bailarín de alto nivel. Rasgos vocacionales del bailarín profesional, retrató a la generación actual.
Refirió que como se enseña ballet clásico y, en general, en la sociedad, se exige a las mujeres docilidad.
“Es decir: que no sean difíciles, que sean mujeres que se adapten a las demás, al cuerpo de baile, que tomen instrucciones, que desaparezcan en ese marasmo de tutús. Esa es la forma en que enseñamos ballet. Y eso es lo que atrae mucho a las mujeres, es indoctrinación: es así y así se hace. Es muy difícil enseñar de otra manera, no estoy diciendo que yo pueda enseñar de otra manera.
“Hay una disonancia entre crear a una bailarina con un conocimiento y capacidad técnica y que sea útil en una compañía de ballet que necesita 30 cisnes, y lo que en mi opinión un artista tiene que ser: una persona que cuestiona, que critica las cosas con las que no está de acuerdo, que tiene voz”, adujo Rojo.
Puso de ejemplo a generaciones anteriores a la suya, con bailarinas como Lynn Seymour (1939-2023).
“Lynn Seymour era una persona verdaderamente difícil, muy complicada, pero lo eran todas en su generación, hacían cosas que socialmente hoy en día son totalmente inaceptables, y las hacían públicamente. Mi generación, de los 90, todavía nos tomábamos nuestras libertades, decíamos lo que opinábamos, hacíamos lo que nos daba la gana, éramos mujeres liberadas”, recordó la directora artística del English National Ballet de 2012 a 2022 y antes primera bailarina del The Royal Ballet.
Miedo a la cancelación
Y, en ese sentido, acuñó que los jóvenes hoy se portan demasiado bien en un contexto de miedo social.
“Esta generación —y no sólo del mundo del ballet — tiene tanto miedo a la vergüenza pública, a ser cancelados, a decir algo, a usar una palabra incorrecta, a hacer algo. Son casi puritanos. Hay tanto miedo a eso, que no se hace nada. Hoy, si me preguntas cuál es el mayor riesgo para las mujeres, para las bailarinas, es el ego personal, ese miedo a la vergüenza, a la caza de brujas que ciertamente puede suceder si dices algo que socialmente no se ve aceptable, todo mundo se porta muy bien”, subrayó.
Y recordó el caso del cantante y director de orquesta Plácido Domingo, a quien varios teatros e instituciones operísticas en el mundo, como la Metropolitan Opera House de Nueva York y la Ópera de Los Ángeles, le cerraron las puertas cuando unas 20 mujeres lo denunciaron en 2020 por acoso sexual.
“Lo ves hoy en día: gente extraordinaria que dice una cosa, o que dijo algo hace 30 años cuando era un adolescente y ahora su carrera se acaba, y luego tienen que hacer penitencia, es que realmente estamos como en el mundo luterano, tienen que hacer penitencia y arrepentimiento antes de volver a ser aceptados en sociedad. Lo vimos con Plácido Domingo, gente extraordinaria”, agregó Tamara Rojo.
Sobre si ante ese miedo se podía hablar de un cuerpo fragmentado, acotó que es la mente el problema.
“Más que un cuerpo fragmentado, es la mente lo que considero fragmentado, que es el desarrollo emocional y espiritual de un artista para poder representar a la humanidad en escena, porque una de las cosas que como público vas a ver reflejado es la humanidad en su totalidad en el escenario.
“No puedes hacer una Manon esterilizada, una santa: nadie en el público puede tener una relación con ese personaje si es una santa, porque nadie somos santos, todos tomamos nuestras decisiones buenas, malas y regulares. Como artista hay que tener la valentía para poder representar a la humanidad como es, con todo lo bello y lo oscuro, tienes que experimentar algo y no tener miedo a ser juzgado”, expuso.
Otra profesora preguntó a Tamara Rojo sobre qué busca en un bailarín para sus compañías, cuando en la actualidad –lamentó– quienes se inician en danza hacen más gimnasia o mil contorsiones, que ballet.
La primera bailarina primero atribuyó esa situación a la influencia del internet y de las redes sociales, debido a la superficialidad con que se presenta todo en ellos, que requiere poco tiempo de la atención.
“Si tienes 10 segundos de atención, claro, tienes que crear algo visualmente muy impactante. Y eso no necesariamente es arte ni es ballet. Como directora yo pido de los bailarines una base técnica fuerte, porque somos bailarines de ballet. Tienen que tener una técnica clásica y una contemporánea.
“Deben tener una mente pensante. He visto bailarines con muchísimo talento que no llegan a su potencial porque no usan su capacidad intelectual y no analizan, y gente con muchísimas limitaciones, que se convierten en grandes artistas, precisamente porque tienen información y capacidad de análisis”.
Recomendó a los jóvenes bailarines que se informen y vean mucho, pero no en los celulares, que asistan al teatro, que lean mucho y tengan conversaciones con gente con la que no están de acuerdo.
“Cuestionen sus parámetros. Esta conversación es un poquito incómoda para mí porque estoy sermoneando y a mí lo que me gusta es que me lleven la contraria, discutir, tener conversaciones”, dijo.
Instó a bailarines y bailarinas a que busquen grupos de amigos que no sean iguales que ellos, que no llevan la misma ropa, que no se identifiquen de la misma manera y que vean obras de creadores muy diferentes a ellos, pero, sobre todo, les conminó a que sean personas interesantes para ellos mismos.
“Al final, todos acabamos solos en el baño. Entonces ¿a quién quieres ver? ¿con quién quieres hablar dentro de tu cabeza? Y contra más interesante y contra más tolerante seas de lo que es ser un ser humano, mejor artista vas a ser, porque vas a poder ser esos personajes, en vez de tratar de juzgarlos y limpiarlos y quitarles todos los colores que tienen (...) ¿Cómo haces eso si tú tampoco eres una santa? ¿Si no estás dispuesta a reconocer que tú tampoco eres una santa? Y está bien, que no hay que ser santa.
“Que el mundo está lleno de gente maravillosa, interesantísima, de historias fantásticas que contar. Y contra más variedad de las historias y contra menos predecibles sean, más nos vamos a reconocer entre nosotros, más tolerancia vamos a tener por las diferencias de opiniones, tendremos mejor vida, menos enfrentamientos. Ahí es donde creo que las artes cambian el mundo”, recomendó la primera bailarina.
La cátedra de Tamara Rojo puede verse gratuitamente completa en este link.
PCL