“Juan Gabriel, que es un fronterizo gay, de pronto se convierte en signo del país machista que desprecia la frontera, que la criminaliza y que la pone en el saldo equivocado de la modernidad. Todo lo malo que pasa, pasa en la frontera. Imagínate que un cantante gay venido de Ciudad Juárez se convierta por extensión en la metáfora del ser mexicano. ¡Es brutal!”.
El profesor Oswaldo Zavala, autor del libro La guerra en las palabras. Una historia intelectual del «narco» en México (1975-2020) y académico de literaturas comparadas de la City University of New York, se emociona. Empieza a cantar pedazos de canciones de Juanga, mientras la librería Rosario Castellanos se va poblando de miradas indagadoras que se dirigen hacia nuestra minúscula mesa. Él no se da cuenta porque está en el clímax de su performance. Hay una canción que es un tótem de la realidad mexicana: Pero qué necesidad.
- Te recomendamos Juan José Millás: “La muerte es banal, le sucede a todo el mundo” Cultura
“(cantando) ¿Pero qué necesidad? ¿para qué tanto problema?… que si te fijas habla de la cultura mexicana en general, ¿no? y que se utiliza en casi todos los discursos de conocimiento: ¿por qué somos este ser barroco que se crea sus propios problemas? Es una canción muy discursiva… él era muy discursivo… (improvisa la música de la canción con la boca) tururururururu, tururururururu… peeero qué necesidad, ¿para qué tanto problemaaa? no hay como vivir, de la libertad de estar, de andar de hablar así sin penaaaa”.
Respira. Toma un trago de café cortado ya frío. Sonríe satisfecho.
“Yo siento que es como una réplica al Laberinto de la soledad. Nunca vamos a dejar de tener el problema, ¡pero qué pinche necesidad!”, exclama.
Una de las grandes pasiones del profesor Oswaldo Zavala es Juan Gabriel. Es su conexión sentimental con su tierra, Ciudad Juárez, donde puede confundirse con un narco o con un policía por sus botas, su camisa de cuadros, su pasión por los corridos, la carne asada, el mezcal.
¿Afirmarías que Juan Gabriel fue el mayor creador de la música mexicana del siglo XX?
De la música popular mexicana sí.
Reconceptualizar
Tengo en las manos su último libro: La guerra en las palabras. Una historia intelectual del «narco» en México (Debate), en el cual reconstruye la historia del concepto de narco, enfocando su atención en la estrategia de seguridad nacional impulsada por Estados Unidos en 1947. En su obra, minuciosa y abundantemente documentada, se resalta la responsabilidad de las oficinas de seguridad e inteligencia de Estados Unidos y de México en la construcción de la que Zavala define: narrativa del narco.
Habla rápido y te llena de informaciones, como su libro. Informaciones y puntos de vista sobre el narco que no son lo que se suele contar del tema. Ya lo había planteado con su obra anterior: Los cárteles no existen, en la que tumbaba novelas, relatos periodísticos, series televisivas, corridos sobre el narco, con el argumento de que son una “trampa narrativa para significar la realidad desde una hegemonía securitaria”.
Entonces, ¿ resulta que los narcos no existen o son pobres víctimas?
No son víctimas, de ninguna manera, pero sí objetos. No son sujetos de una historia sino objetos narrados, en la que no tienen ninguna agencia y en la que además carecen de un marco de acción y también de discursividad propia. No pueden enunciarse a sí mismos. Quien nombra decide. El que puede nombrar establece relaciones de poder. Nombrar el delito y al delincuente, las cosas que le es dado hacer a un delincuente, construir la narración, ése es el verdadero acto del soberano.
¿Los delincuentes no son responsables de sus acciones?
El delincuente es un efecto del acto de nombrar. No puede transgredir nada que no haya sido previamente establecido. Es el sujeto más dominado en una estructura de poder.
Lo que sigue lo dice a cascada. Ni le doy un trago a mi café para no distraerme: “Los delincuentes nacen nombrados, dominados; todas sus transgresiones están plenamente anticipadas; y no hay nada realmente autónomo en sus decisiones. Viéndolo así, el delincuente no es un transgresor, sino que actúa un papel secundario de reparto muy chafa. Sin embargo, cobra cierta importancia porque todos entramos al teatro de la seguridad nacional. Pero el empresario de la obra no es el traficante, sino los que construyen el paradigma de la seguridad nacional. El traficante simplemente es un actor que hace aparecer su terrible potencia y su terrible poder, y solo es visible dentro del escenario que le traba la narración de seguridad nacional”.
Esta metáfora del teatro que usa el doctor Zavala para explicar el papel de los delincuentes me gustó. Funciona.
“La verdad es que, a pesar de la espectacularidad de cinco personas colgadas en un puente, de una narco-manta o de un decapitado, la gran mayoría de los asesinatos en México son muchachos morenos, de 19 a 35 años, que nunca tuvieron empleo, que nacieron y murieron pobres en los márgenes de la sociedad”.
Pero todos hemos visto videos de narcos con camionetas, gente armada, sus mantas, tiroteos, decapitaciones. ¿Eso no existe?
Claro que existe, pero ¿qué es lo que realmente vemos? Una imagen metaforizada, la condensación de una historia que se da por sentada: estos son los traficantes y se retratan mostrando su poderío. Vemos cuerpos ultramilitarizados, gente con entrenamiento, parecen militares o ex militares, fornidos, con equipo al cual uno no tiene acceso fácilmente. La verdadera pregunta es: ¿por qué un grupo así querría atención? ¿Por qué se expondría un grupo que supuestamente está en la clandestinidad, que está asediado por las fuerzas del estado? La única razón por la cual yo justificaría la aparición de este tipo de videos es para enviar una suerte de mensaje.
¿Qué mensaje se envía?
Un tipo de invocación de guerra. Un señuelo: aquí estamos, queremos guerra. Vengan a combatirnos si pueden.
¿Quién se daría a la tarea de hacer esto?
Los que generan ganancias de la guerra. Los que hacen el relato de guerra lo hacen porque encuentran enormes dividendos, no solo financieros, también políticos y de influencia. Quienes están más interesados en hacer la guerra en México son nuestras fuerzas armadas. Donde hay en juego verdaderas fortunas no es en la supuesta ruta del Fentanyl, sino en el acceso a recursos como gas natural, minería, petróleo, agua. El interés real es asegurar la continuidad de la militarización, que permite y allana el camino al capitalismo extractivo en el que México está constantemente bajo asedio.
Mientras Oswaldo Zavala habla, en la librería Rosario Castellanos vacía me imagino el final de cualquier episodio de la caricatura Scooby-Doo. En específico el momento en el que los protagonistas le quitan la máscara a los malos disfrazados de fantasmas o de monstruos licántropos. Pero la imagen me parece demasiado trivial para escribirla en una entrevista. Busco una referencia más culta.
¿Quién es el mago de Oz? ¿Quién es el malo de la historia al que hay que desenmascarar?
Yo creo que no es una persona, sino una era, una racionalidad. Una forma de construir lo social desde instituciones, desde paradigmas de soberanía, desde aparatos de seguridad, desde la clase político-empresarial que construye colectivamente de una forma de imaginar el mundo.
Directo y veloz
Así habla Oswaldo Zavala. Todo el tiempo, y rapidísimo. De verdad. Habla así como escribe. No hace el académico. Es académico y puede mencionar a Foucault hasta cuando habla de Juan Gabriel. De hecho lo hace.
Pero volviendo al mago de Oz, parece que la narración de la violencia, del narco, del mal, es una magia que se va construyendo con la participación de una sociedad entera. Así el narcotraficante es un personaje definido con sus botas, su sombrero, su cinturón de víbora, sus rancheras, su troca y su cuerno de chivo. Así los lugares se van definiendo de manera fija: Culiacán, Reynosa, Ciudad Juárez.
¡Ah, Ciudad Juárez! ¡La frontera donde debe vivir Dios! Esa ciudad del narco, de Juan Gabriel y de Oswaldo Zavala que al nombrarla nos hace imaginar los feminicidios, la violencia,la frontera, el cártel de Juárez y el Señor de los Cielos: Amado Carrillo.
“Yo siempre he pensado en Juárez como esta zona donde cruzaba puentes, en la que visitaba a mi familia del lado estadounidense, donde cohabitábamos dos espacios, no dos países”.
Hace mucho que ha dejado Ciudad Juárez, no se siente un emigrante sino un expatriado que vive temporalmente en Estados Unidos. Su estancia se ha alargado 20 años, pero es una mera circunstancia.
¿Viste a Juanga alguna vez en vivo?
Claro que sí. Lo vi una vez en New Jersey, donde toda la comunidad expat de mexicanos que están transformando el “México ocupado” acudían a ver a su gurú, a compartir con él la experiencia de este México contradictorio en derrota gozosa. Era una especie de celebración lastimera.
En Ciudad Juárez fue el reverso: la gente cantaba para él.
Sí. Juanga se sentaba y lloraba todo el tiempo en el concierto. Lloraba mucho y decía: no sé qué más hacer sino escuchar y recibir que ustedes me canten. Nosotros le cantábamos a él sus canciones. Él no podía cantar una sola sin tener ese coro extraordinario masivo de miles de personas… era una forma de acompañarlo.
hc