Entre todas las cosas positivas que se puedan decir de Mexicaltzingo, una es que fue el barrio en donde en donde han vivido varios jugadores del Campeonísimo Guadalajara, según destaca Gilberto El Coco Rodríguez, quien nació hace 75 años en este barrio en el que se siente querido y reconocido.
La cima de su trayectoria futbolística fueron los diecinueve años como portero en las Chivas Rayadas del Guadalajara. Rodríguez coincide con otros vecinos entrevistados en que en algún tiempo el barrio lo habitaban muchas familias de ganaderos.
“Muchos de los que aquí vivían tenían ranchos dedicados a la siembra de frijol en los alrededores de la ciudad. El rancho de los abuelos de Rodríguez estaba en el actual Colli. De las familias ganaderas que recuerda están las de los Vidrio, los Vaca, los Ochoa Rivera y los Calderón.
"Del barrio que conocí cuando niño recuerdo la tienda de abarrotes, de un chino. Me viene a la mente La Colonial que empezó con un cuartito, el Sears… El viejo mercado que estaba en Colón que era un nido de ratas. Ya después lo cambiaron por el que está ahorita. Para mí este barrio era más bonito antes. Se pintaban todas las casas, estaba arreglado, otro nivel… Con el tiempo la gente de dinero se fue y nomás quedaron las vecindades. Mi niñez fue pura felicidad… aquí en donde ahora está el Condominio Guadalajara era mi cancha de futbol. Ahí jugábamos todos los chiquillos. Había un equipo que se llamaba GAF (Anacleto González Flores) en el que mi papá jugaba cuando era soltero… sí, de la parroquia de Mexicaltzingo. Y ahí comencé a jugar. Ya de aquí me fui a Chivas.”
Gilberto Rodríguez, padre del Coco, ex jugador del equipo Atlas a quien le decían El chango, se murió sin ver campeón a su equipo. “Comenzó a jugar en el 43, pero se retiró porque en ese entonces los futbolistas no ganaban dinero, después se fue a Cocula”. En el barrio siempre hubo buenos futbolistas comenzando por los colegas del Campeonísimo Sabás Ponce, Chuco Ponce y Javier Valles. Uno del Pumas que se llamaba Raúl El Comeuñas Sánchez. También hubo otros muy apasionados de diversas profesiones que no se dedicaron al futbol profesional como Mario Arrona, Gilberto Arévalo Mata, Salvador Avelar, y Toño Lara. Para mí se nace futbolista, no se hace y aunque muchos lo intentaron, lo difícil no es llegar sino mantenerse”.
Rodríguez rememora: “Algunos de los apasionados que menciono fueron mis entrenadores. Yo tenía 17 cuando me fui a Chivas fue en el año de 1960. Debuté un partido en el López Mateos (Chivas-Atlas) cuando vino el mariscal Tito de Yugoslavia y de ahí ya… fui titular en el 63, año en el que fuimos campeones. Fui tres veces campeón de Chivas: tres de liga, tres de copa, tres campeonatos. De ahí jugué hasta 1979.”
Libros con sabor a torta ahogada
Tapatía, comerciante, ama de casa, madre, escritora, mujer. Estos, son los distintos rostros de Patricia Arceo, para quien “el arte es compromiso; casarse con él es seguirle. Invertirle mucho tiempo dinero y esfuerzo, así considero el arte como un marido. Estoy casada con el arte.”
Arceo, vecina de Mexicaltizngo comenzó a escribir cuando tenía entre 12 y 14 años de edad. Sus primeros acercamientos a la literatura tuvieron lugar por medio de su abuela y sus hermanos, algunos de ellos seminaristas que se convirtieron en sus mentores y quienes la indujeron a las lecturas de Nietzsche, Empédocles, Sor Juana Inés de la Cruz, Edgar Allan Poe, Whitman, entre otros. Siempre ha tenido gusto de la literatura. Hasta los 40 años de edad, decidió comenzar a escribir con disciplina y alternarlo con el tiempo que le dedica a su negocio familiar: Las tortas ahogadas La bicicleta, que con más de 50 años de tradición en la Perla Tapatía son el legado gastronómico que dice le permite enaltecer a Jalisco.
A la fecha ha producido dos publicaciones bajo el sello Casa de letras tituladas Al amor de mi herida y Un tostón filosofal son dos libros que se gestan tras la necesidad de comunicar la ruptura de las cadenas psicológicas de la mujer en los años 80. “Son letrillas tapatías, totalmente, con sabor a torta ahogada, tienen limón, tienen sal”. Para la escritora lo más importante es comunicar que “los seres humanos en ocasiones sufren mutilaciones y deben reconstruirse. La palabra es un sacramento de muy delicada administración”.
Equipales y carruajes
Jesús y Alejandro Avilés, dirigen Carruajes Montecristo, uno de los talleres que por muchos años estuvo afincado en el barrio de Mexicaltzingo y que con el tiempo se convirtió en el taller que más exporta carruajes antiguos a ciudades de Europa, Estados Unidos y otros países de América Latina.
Ellos representan la quinta generación, de una tradición de fabricar calandrias y transporte antiguo que recién ha sido incluida en el Inventario de Patrimonio Cultural Inmaterial (PCI) del Estado de Jalisco y que se acerca por muchas razones al oficio de restaurador. Su tatarabuelo José Rentería comenzó siendo cochero a principios de 1900. Después Juan, abuelo de Alejandro hacia la década de los sesentas en que las calandrias de Guadalajara dejaron de ser taxis y se reservaron al uso turístico, remodeló e imprimió a las calandrias un sello particular que puede reconocerse aún en los carruajes tirajes por caballos que aún circulan por el Centro Histórico de Guadalajara. “Desde un modelo Victoria, una Berlina, o un Cabriolet, con esta tradición hemos encontrado un reconocimiento y un mercado internacional”.
Rafael Sanchez Díaz, pertenece a la tercera generación, en su familia que fabrica equipales en tela y cuero de cerdo, por lo menos cincuenta equipales por semana. Así, dice, transcurre la vida en el barrio: “Un pasatiempo es decorarlos. Disfruto más el trabajo cuando el cliente me pide el color a su gusto”.
Con información de Alejandrina Rodríguez
SRN