Vivimos para celebrar a nuestros muertos; esperando su regreso del Mictlán

Vaso con agua para mitigar la sed de quienes retornan y para fortalecerles en su regreso; veladoras, velas y cirios cuya flama es esperanza y luz usada como guía para volver siempre.

En el cementerio hay rezos, oraciones y remembranzas. (Alejandro Evaristo)
Alejandro Evaristo
Pachuca /

Lo esencial es un camino de flores, pero no de cualquier especie. Tiene que ser cempasúchil, la de los pétalos que guardan el calor del sol y el aroma que a ellos, los que se adelantaron, satisface. Sus tonalidades van del amarillo al naranja y al rojo vivo y representan tanto el amanecer como el ocaso, no en ese orden, pero siempre con la misma intención.

La planta florea en otoño, justo cuando curiosamente otras empiezan a morir y se preparan para recibir el invierno. Por eso es la elegida, la responsable de guiarles hasta los hogares en donde año con año les esperamos con puertas y corazones abiertos, con mesas dispuestas y lágrimas suficientes para alimentar la esperanza del encuentro, el regreso a casa.

El cortometraje es fuerte. Creo haberlo visto hace días, quizá meses. El gélido viento recorre los valles y montañas solo vistas al estar vivos, no admiradas ni reconocidas, solo vistas. Al fondo se aprecia la monumental figura del guardián principal de nuestro pueblo y Don Goyo luce espectacular como siempre; como si también admirase todos esos caminos de sol y los viejos olores acurrucados al lado de la vereda que los trae de vuelta.

En medio del campo hay un ataúd trasladado ahí por dos hombres seguidos por una mujer enlutada, pero sin dolor. El contenido son flores de esas, las de esta época, las de todas las épocas como esta. Ella se resiste a la visión del alma desaparecida, pero llena de valor levanta la cubierta y no muestra sorpresa alguna en ese momento. Tampoco cuando una enorme figura de negro con el rostro cubierto le habla en un idioma incomprensible y establecen un diálogo sobre la visita.

Una cuestiona, la otra responde y entonces llegan al punto. ¿Por quién has venido?

El inicio del viaje

Los pasos de nuestros muertos, con su siempre presente sonrisa descarnada, avanzan decididos y seguros mientras allá, en la orilla de su regreso a la vida, les esperará fiel su perro esclavo, dormitando sin que lo vean junto a la cama de algún enfermo, al lado del corazón guerrero, a los pies de Xólotl, el nuestro Dios de la Transformación, la oscuridad y lo monstruoso.

La muerte ataviada en un cuerpo de hombre y cabeza de perro. Sí, es el hermano gemelo y antagonista del gran Quetzalcóatl, la serpiente emplumada de todo México, la vida, la luz y el conocimiento.

Xoloitzcuintle juega en el camino de flores y a ninguno le parece extraño o deforme porque es sagrado por guiarnos, tarde o temprano, en el camino al Mictlán y ayudarnos a superar las nueve pruebas: Itzcuintlán, atravesar un río torrencial; Tepectli Monamictlan, donde las montañas chocan entre sí; Iztepetl, el cerro de pedernales; Izteecayan, donde el viento sopla cuchillos; Paniecatacoyan, donde los cuerpos flotan como banderas; Timiminaloayan, el lugar de las flechas que cortan; Teocoyocualloa, donde animales salvajes desgarran los pechos para alimentarse de corazones; Izmictlan Apochcalolca, la niebla del camino que ciega, y Chicunamictlan, el lugar de descanso de las almas.

El poderoso guía guardián permanece echado y observa cómo el alma protegida (la tetonalli), luego de cuatro años invertidos, por fin es libre y lleva en sus manos ofrendas para Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl, el dios de las sombras y la dama de la muerte, quienes reciben y dan fin a penas y sufrimientos para regalarles el descanso eterno.

Y eso no es todo. Cuando no está ocupado en las tareas mencionadas, Xoloitzcuintle también se da el lujo de correr durante la noche con el sol y lucha junto a él para que la gran estrella pueda renacer otra vez cada mañana desde hace al menos 7 mil años.

Eso cuentan las leyendas de los que fuimos.

Ofrendas y altares

Vivimos estos días para celebrar a nuestros muertos. El camino de flores llega hasta la puerta y cruza hacia el altar. Las voces desde la cocina llegan acompañadas de aromas de café y atole. Se aprecian murmullos y sonrisas y recuerdos alrededor del sitio donde recogemos para ellos lo mejor de sus, nuestras vidas.

Hay un vaso con agua para mitigar la sed de quienes retornan y para fortalecerles en su regreso; hay veladoras, velas y cirios cuya flama es esperanza, una para cada uno de nuestros difuntos, y luz usada como guía para volver siempre, a uno u otro extremo de este viaje, pero siempre seguros.

También hay copal e incienso para purificar el lugar y ahuyentar a las malas ánimas y, si los vueltos son pequeños, hay flores de nube y alhelí para crear un ambiente de paz y ternura para quienes eran de mirada limpia y actitud traviesa.

No es todo. Con cempasúchil se forma un arco para simular la entrada o regreso del otro lado, el inframundo, y una cruz para asegurar que no hay un ritual pagano en esta celebración a la muerte y evitar conflictos con la Iglesia que asaltó nuestra tierra y destrozó nuestra cultura. Hay pan porque representa la fraternidad y calaveritas de azúcar para personalizar a quien recordamos, cuya fotografía también está ahí, justo al lado de los platillos que más disfrutaba porque los antojos, al parecer, no terminan en el más allá.

Se colocan también juguetes que representan al amado Xoloitzcuintle y un plato con sal para evitar que el cuerpo se corrompa. Todo está montado sobre un petate, artificio que hace las veces de mantel y sitio para descansar del viaje y disfrutar esta breve vuelta al amor, al respeto… al corazón de quienes amamos y nos amaron.

Porque es verdad: en su muerte están más vivos que nunca.

Desde el cementerio

Allá están las tumbas “pobres”, las que apenas sostienen una cruz entre cascajo y olvido. En ese improvisado altar hay una botella de tequila o quizá es mezcal; también un jarro con pulque y cigarrillos de hoja porque eres del campo, junto con un plato de frijoles negros y tortillas de comal de las azules porque son más ricas con su chilito verde.

Hay rezos, oraciones y remembranzas a propósito de los visitantes, para ellos y por nosotros.

En un día común hay silencio entre pasillos y mausoleos y criptas y tierra enriquecida por nutrientes y gusanos regordetes alimentados con cuerpos en descomposición.

Pero estos no son esos días y aquellas no son estas horas.

En el ambiente se pueden confundir notas musicales de géneros diversos y los más pequeños corren a la vista de los mayores. Juegan “escondidas” con otros como ellos sin conocerse, otros ayudan y acarrean agua, limpian lápidas, quitan piedras y burlan la nada extrema vigilancia de los adultos para compartir dulces de una y otra tumba.

Hombres y mujeres de distintas edades, apariencias, tamaños, formas y procedencias comparten labores, recuerdos y alimentos. Sonríen y no están solos.

Nada es tan cierto como la muerte, dicen. Quizá por ello algunos arrojan una flor o un rezo a las tumbas solitarias, porque no quieren mañana, cuando haya sido su turno de iniciar el viaje, regresar a encontrarse solitarios observando con tristeza cuánta soledad puede acumularse con el paso del tiempo.

Allá hay un apartado con rejas, candados y puertas sobre losetas de mármol y enormes racimos de flores para embellecer las estatuas, cuadros y adornos del lugar. Todo eso se quedó aquí.

Cuánta razón en las coplas y las voces: …se muere el rico y el jornalero/también se lleva al talabartero y al carpintero con más ventaja/ porque hasta él mismo se hace su caja/Viene la muerte echando rasero/ se lleva al joven/ también al viejo/ la muerte viene echando parejo/no se le escapa ni un pasajero…

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