La historia parece un cuento de hadas: un adolescente tímido y corpulento de un pequeño pueblo de México, el menor de 12 hermanos que creció en un hogar sin agua potable, debuta con los Dodgers de Los Ángeles a los 19 años.
Su brazo izquierdo parece regalado por el cielo, que también es la dirección en la que miraba —hacia el cielo, de forma única e inolvidable— en el vértice de cada lanzamiento. Y a los 20 años, en el glorioso verano de 1981, con ese majestuoso lanzamiento y su magnético carisma, la Fernandomanía cobró vida. Fernando Valenzuela, el zurdo barrigón y enigmático, tuvo una temporada inolvidable.
En su momento fue increíble, casi demasiado buena para ser verdad hoy en día. Sin embargo, no tenía nada de folclórica.
“Hizo verdaderas maravillas no solo para los Dodgers, sino para el beisbol en general —comentó Jaime Jarrín, locutor en español del equipo en el Salón de la Fama—. Porque era el centro de atención no solo de los latinos, sino también de los anglosajones”.
“La gente se dio cuenta de que era un lanzador extraordinario —agregó Jarrín, quien se jubiló en 2022 tras pasar 64 años en la cabina—. A la gente del centro de México, que era indiferente al beisbol, pues les gustaba el boxeo, Fernando les mostró ese toque mágico que hacía que la gente empezara a interesarse por el beisbol y viniera al estadio”.
Valenzuela, que murió a los 63 años el martes por la noche, ganó los premios Novato del Año y Cy Young de la Liga Nacional en 1981. Hasta el día de hoy, nadie más en las Grandes Ligas ha ganado esos galardones en la misma temporada.
El mánager Tommy Lasorda lo eligió como pitcher abridor del equipo en 1981 solo porque el veterano Jerry Reuss se lesionó esa primavera. Al final de la temporada, ni los Dodgers ni el paisaje del beisbol del sur de California volverían a ser los mismos.
Valenzuela lanzó una blanqueada contra Houston para empezar la temporada. Después de lanzar otro partido completo en su siguiente salida, contra San Francisco, logró tres blanqueadas consecutivas, luego otro partido completo y otra blanqueada más. En sus ocho primeras salidas de 1981, Valenzuela logró un 8-0 con un promedio de carreras limpias de 0.50.
“En aquella época no había internet, así que la única manera de ponerse en contacto con la comunidad era mediante llamadas telefónicas y cartas —recordó Jarrín—. Estaba inundado de llamadas. Todo el mundo me llamaba para hablar de Fernando”.
Inició la fiebre
La mecha estaba encendida entre los aficionados y los no aficionados. Los Dodgers habían dejado Brooklyn por Los Ángeles para la temporada de 1958. No tuvieron una acogida universal. Por muy populares y queridos que hayan llegado a ser los Dodgers, una de las desafortunadas realidades es que barrios y familias, en su mayoría hispanos, fueron desplazados en Chavez Ravine, que es donde el equipo construyó el Estadio de los Dodgers.
El propietario de los Dodgers en aquella época, Walter O’Malley, reconociendo la demografía de la zona, añadió una emisión de radio en español en 1959 —fue entonces cuando debutó Jarrín— y no pasó mucho tiempo antes de que O’Malley declarara públicamente que lo que el equipo necesitaba era una versión mexicana del as del equipo, Sandy Koufax. Poco sabía a quién descubriría el superespía Mike Brito dos décadas después en Etchohuaquila, México.
“Lo hizo parecer tan sencillo —dijo de Valenzuela Rick Monday, ex jardinero de los Dodgers que lleva 31 temporadas en la cabina de radio del equipo—. A veces decíamos: ‘¿Cómo este joven de una parte remota de México puede venir aquí y causar este tipo de impacto hasta el punto de tener un control total, incluidas sus emociones?’”.
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Sin ayuda de nadie, el chico tímido y tranquilo que se encontraba en el centro de la tormenta estaba tendiendo puentes entre culturas, mientras la numerosa población hispana de la zona se enorgullecía inmensamente de uno de los suyos.
José Mota tenía 14 años cuando conoció a Valenzuela, en 1980. Su padre, el famoso bateador emergente de los Dodgers Manny Mota, estaba terminando una carrera de 20 años y José ya tenía un plan para seguir su pasión.
“Cuando llegó fue como: ‘No solo es un jugador hispano. Es uno de los jugadores mexicanos que salieron de la nada’ —dijo José Mota, que jugó brevemente en las mayores como jugador de cuadro en San Diego y Kansas City, y que ahora está en su segunda temporada en la retransmisión en español de los Dodgers—. Así que ahí está la identificación con la mano de obra obrero, ¿verdad? Decimos: ‘Es uno de los nuestros. Vamos a verlo’”.
Durante la temporada de 1981, interrumpida por una huelga de dos meses en junio y julio, los Dodgers tuvieron un promedio de 42 mil 523 aficionados por partido, y esa cifra aumentó hasta 48 mil 430 durante cada una de las salidas de Valenzuela en casa. Hasta ese momento, era la asistencia más alta de la historia de los Dodgers.
“La asistencia latina explotó —recordó Mota—. Empezaron a verse colores diferentes. La gente empezó a llevar sus trajes mexicanos a los partidos. A veces, llamaban a la oficina de los Dodgers el día después de que lanzara y preguntaban: ‘¿Lanzará hoy?”.
El estadio se llenaba de aficionados con camisetas de Fernando y sombreros, ondeando la bandera mexicana. En la ciudad se preguntaba incesantemente a los propios Dodgers por un jugador; Monday pasaba por el supermercado a buscar algo y los acribillaban a preguntas sobre Fernando.
La Fernandomanía estaba en pleno apogeo en junio de 1981, cuando el presidente Ronald Reagan invitó a Valenzuela a un almuerzo de Estado con el presidente de México, José López Portillo. Valenzuela fue acompañado por Jarrín, quien para ese entonces se había convertido en el traductor, confidente y amigo del lanzador.
“Fue algo muy especial, una de mis mejores experiencias —compartió Jarrín—. Porque este chico, de 20 años, un poco regordete, pelo largo, sin hablar inglés, era el centro de atención del hombre más poderoso del país, el presidente Reagan. El vicepresidente Bush estaba allí, el fiscal general, el secretario de Defensa, y todos ellos esperaban a que este chico les firmara una pelota de beisbol. Fue increíble”.
Adiós a la leyenda
Valenzuela también ayudó a llamar la atención sobre el talento del beisbol en México. Antes de su debut en 1980, menos de 40 jugadores de México habían llegado a las grandes ligas. En abril, según MLB.com, esa cifra ascendía a 147.
Más cerca de casa, los Dodgers tienen encuestas internas que calculan que más de 40 por ciento de su actual base de aficionados es hispana.
Vin Scully, el veterano locutor del Salón de la Fama de los Dodgers, describió una vez la “Fernandomanía” como algo rayando en una “experiencia religiosa”. Stan Kasten, presidente y director ejecutivo de los Dodgers, dijo el martes por la noche que Valenzuela “pertenece al Monte Rushmore de los héroes de los Dodgers”.
Mota dijo algo parecido, de forma diferente: “Cuando dices número 34, eso es todo lo que tienes que decir”, dijo Mota, refiriéndose al número del uniforme de Valenzuela.
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Que Valenzuela muriera tres días antes de que los Dodgers iniciaran la Serie Mundial contra los Yankees de Nueva York, y en vísperas del 43 aniversario de su victoria en el tercer partido de las Series de 1981 contra los Yankees, es uno de esos hilos inexplicables que, de algún modo, siguen tejiendo las generaciones de aficionados. También refleja un agudo contraste entre las románticas hagiografías de ayer y las agudas verdades de hoy: mientras que los Dodgers planean utilizar una serie de lanzadores de relevo en el tercer o cuarto juego, en lugar de un titular tradicional, Valenzuela lanzó durante las nueve entradas de la victoria por 5-4 de los Dodgers en el tercer juego de 1981, lanzando 147 veces.
No fue un cuento de hadas. “Fue el mejor embajador que ha tenido México. Tenía mucho carisma para atraer a la gente”, dijo Jarrín.
“Los días que Fernando lanzaba —añadió—, la gente rezaba un rosario pidiendo a Dios que lo protegiera. Las mujeres en casa, esposas, familias. Y, sobre todo, los mexicanos”.
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