Hace 80 años, el presidente Lázaro Cárdenas abrió las puertas de México a miles de refugiados que huían de la guerra civil española, para salvar su vida y defender su libertad ante la persecución del franquismo y el terror del fascismo que avanzaba en Europa. Los españoles que vinieron, más de 25,000 —en dos momentos históricos—, rehicieron su vida y contribuyeron con su trabajo, genio y enseñanzas a enriquecer la cultura, las artes, la economía y las ciencias de nuestro país.
Muchos de ellos llegaron con la esperanza del pronto regreso a la Madre Patria, pero mientras ese momento se daba, la consigna de todos y cada uno fue ofrecer lo mejor que tenían al país que les dio todo y nunca les pidió nada a cambio. México también reconoce las enormes aportaciones que los españoles exiliados han hecho a la vida nacional.
“Nunca se podrá valorar con precisión su indudable aporte a la industrialización, y en general, a la modernización de las actividades productivas en México.
En cambio, sí sabemos que sin su participación sería imposible comprender la ciencia, la educación universitaria, la producción editorial, y los medios masivos de comunicación del siglo XX. Su obra se convirtió en un espejo en el que la cultura mexicana se vio a sí misma y encontró nuevos referentes”, dice un texto retomado de la exposición “El exilio español en la Ciudad de México. Legado cultural”, realizada en 2011 en el Museo de la Ciudad de México.
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Los refugiados ayudaron a crear la casa de España en México, hoy el Colegio de México, y el Fondo de Cultura Económica, entre otras instituciones, además de reforzar la plantilla de maestros de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y del Instituto Politécnico Nacional (IPN).
El exilio masivo de españoles a México inició el 13 de junio de 1939, antecedido por la llegada en 1937 de los 456 niños que huían de los estragos de la guerra civil, quienes fueron enviados a Morelia, Michoacán, para su protección. Estos niños españoles llegaron a Morelia por iniciativa de la esposa del presidente Cárdenas, Amalia Solórzano, con la idea de acogerlos un breve tiempo mientras terminaba la guerra, pero la derrota republicana impidió su regreso y se convirtieron en pioneros del exilio en México. Luego de los niños, miles de españoles más tuvieron que poner tierra y mar de por medio en busca de asilo.
Desde el primer momento, el presidente Lázaro Cárdenas del Río, auxiliado por sus representantes diplomáticos en Portugal, Francia, España y la Sociedad de Naciones apoyó a los exiliados españoles.
Para evitar conflictos con quienes no estaban a favor de este apoyo, se establecieron una serie de requisitos, el más importante, que México no invertiría dinero en su traslado e instalación. Dos organizaciones se ocuparon de esta ayuda: El Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles (SERE) y la Junta de Auxilio a los Republicanos Españoles (JARE).
Tras la caída de Madrid, Lázaro Cárdenas envió un telegrama a Luis Rodríguez, embajador de México en Francia, que decía: “Haga usted saber al gobierno francés que desde este momento, todos los españoles que se encuentren en Francia, están bajo la protección del pabellón mexicano”.
A partir de entonces inició una estrategia para trasladar a los refugiados desde los puertos de Marsella, Burdeos, Rotherdam y Casa Blanca rumbo a Nueva York, Estados Unidos, y luego a Veracruz, México.
Existe información de que fueron 26 los barcos que, entre 1939 y 1942, transportaron a más de 25,000 refugiados españoles apoyados también por sindicatos y organizaciones nacionales e internacionales. Entre ellos: Flandre, Sinaia, Ipanema, Mexique, Colonial, Quanza, Guinea y Nyassa.
El Dato.26 barcos
apoyaron el traslado, entre ellos: Champlain, Ipanema, Mexique, Quanza y Colonial
La travesía
Pero ¿cómo fue ese viaje? ¿Cómo era la vida en los barcos? Este ha sido tema de diversas publicaciones editadas durante décadas, de las cuales retomamos algunos pasajes para recordar la proeza de miles de personas que cruzaron el océano Atlántico.
Eran las cinco de la mañana en el Puerto de Marsella y parecía que era medio día por los cientos de mujeres, hombres, niños y ancianos congregados en el muelle principal.
El imponente vapor Sinaia se remecía en espera de que el capitán de la embarcación diera la orden de abordaje y 1,600 republicanos españoles iniciaran la travesía que les permitiría salvar su vida. “La brisa del Atlántico golpeaba sus caras, sus nostalgias y el coraje de sus ideales.
Se acababa mayo de 1939 y 1,600 españoles partían desde Francia hacia México a bordo del buque Sinaia huyendo de los horrores de la guerra, de la persecución del franquismo y de los campos de concentración franceses. Atrás dejaban los sueños rotos de un país mejor y en el horizonte se dibujaba la esperanza de rehacer su vida, en un lugar donde eran bien recibidos y compartían idioma”, relata en su diario de viaje el poeta Juan Rejano.
A la una y media de la tarde, con las pocas pertenencias que pudieron rescatar en su huida, y algunos con las alpargatas, camisa y pantalón que les fueron entregados por autoridades francesas, el Sinaia zarpó, mientras los exiliados se acomodaban como podían en el barco que sería su hogar y la extensión de su país durante casi 20 días de travesía de un continente a otro.
Cansados, hambrientos, tristes ante la inminente partida del país que los vio nacer y al cual no sabían si habrían de volver, se acomodaban a duras penas en los espacios del Sinaia.
De inmediato, Susana Gamboa, representante del gobierno mexicano, les dio la bienvenida y les informó de las múltiples actividades que tendrían durante el viaje. Estas incluían conferencias sobre temas de historia, geografía, economía, agricultura, costumbres, política y gastronomía en México, además de la organización de grupos de trabajadores diversos: obreros, mineros, campesinos, maestros e intelectuales, para que supieran cómo se integrarían a la vida laboral en México.
El Dato.25,000 refugiados
españoles llegaron a México en dos momentos del exilio
El periodiquito
Para tener un registro del acontecer en el barco, se creó el boletín “Sinaia, diario de la primera expedición de republicanos españoles a México”, el cual se convirtió en el medio de comunicación principal entre los pasajeros gracias a las secciones: “Lo que pasa a bordo”, con información del clima, efemérides y biografías de algunos de los viajeros, y “Lo que pasa en el mundo”, con noticias recibidas vía radiotelégrafo.
La gente tomaba el sol en cubierta, sin dejar de mirar al horizonte en busca del terruño donde dejaron recuerdos, familiares y, en muchos casos, a sus muertos. Poco a poco se organizaron grupos de trabajo para apoyar a la tripulación en la atención de los cientos de pasajeros.
A la hora de la comida, era tanta la cantidad de gente que las filas se hacían interminables, por lo que se hizo necesario organizar turnos para atender las necesidades de todos. La larga espera tenía su recompensa con el menú del día: Potage St. Germain, huevo duro y filete de arenque con ensalada de tomate y patata; garbanzos en salsa, y de postre, merengues.
Mientras que para la cena preparaban platillos como: buey asado, berenjenas en salsa y confituras. Chicos y grandes correteaban por todas partes para descubrir cada uno de los rincones del Sinaia. Algunos colocaban mantas para protegerse del sol, otros platicaban con nostalgia de lo que dejaron en su país y de su esperanza de vida al llegar a México, en donde muchos tenían familiares y amigos que los esperaban. Otros buscaban los baños y duchas para asearse y cambiar la indumentaria de los campos de concentración, por la ropa que lograron rescatar.
Por la tarde, el comedor se transformaba en sala de conferencias para informar de las ideas del Presidente Cárdenas sobre el trabajo, la agricultura, el petróleo, los trabajadores, los sindicatos, la Constitución Mexicana, la letra del Himno Nacional, todas a cargo de especialistas en la materia.
Durante las primeras horas, el vaivén de la embarcación causaba estragos en gran parte de los viajeros, por lo que las píldoras para el mareo tenían gran demanda y en el servicio médico no se daba abasto para repartirlas. Hay quienes opinaban erradicar la nostalgia por la patria perdida.
Pero como dice el dicho, “las penas con pan son menos”, y con música y diversión resultaban más llevaderas. Para ello la Agrupación Musical Española, dirigida por el maestro Oropesa, había preparado un amplio y variado repertorio musical para los 20 días de viaje, que incluyó música clásica, canciones españolas de todas las regiones, recitales de ópera y, desde luego, música para bailar y verbenas.
Para los pequeños viajeros se organizaban juegos de mesa, meriendas, entrega de golosinas y concursos de dibujo, así como actividades escolares para aprovechar el tiempo y mantenerlos quietos, sin corretear de un lado a otro.
El Dato.20
mujeres embarazadas viajaron en El Sinaia
Adaptados al vaivén
A los pocos días de viaje, después de pasar la Isla Madera y de enfilarse a Puerto Rico, con buen tiempo y buena mar, la cubierta del barco se había transformado en una “vecindad” llena de tendederos con ropa de mil colores, que cambiaron el aspecto.