*Texto escrito por el colectivo Restauradoras con Glitter
La conservación de los bienes culturales no es una de las mayores prioridades de los mexicanos, evidencia de esto son los miles de trabajos que se emprenden sobre estos en los que no se implica a una persona profesional de la restauración y, por ello, sufren daños serios.
Es como cuando un arquitecto sin la formación y la conciencia necesaria, decide poner enlucidos de cemento en un edificio histórico y causa enormes daños por humedad, cuando se colocan trabes de concreto en un edificio de adobe, cuando el santero raspa la pintura de una imagen o la cubre simplemente con “pintura de aceite”, o cuando nuestras egresadas y egresados de restauración solo tienen contratos semestrales, con sueldos bajos, sin prestaciones, y cuando la cultura es el primer área en sufrir recortes porque a todos los gobiernos, de un lado o del otro, les parece superflua.
Y, sin embargo, la mañana del 17 de agosto pasado, los medios y las redes sociales se plagaron de comentarios de personas que se desgarraban las vestiduras y emitían violentos comentarios descalificadores al movimiento que por años ha buscado la justicia para las mujeres que han sufrido violencia en México, por haber afectado uno muy relevante: el monumento a la Independencia en la Ciudad de México.
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Todo esto empezó hace mucho, pero el detonador fue la demanda por violación hecha por una adolescente de 17 años contra cuatro policías que, según ella indicó, la había violado, en lugar de llevarla a su casa, como ellos le ofrecieron, cómo le obligaron, después de que se filtraron sus datos, perdieron las evidencias, se le juzgó como mentirosa en medios, y de que los policías volvieran a sus labores: #nomecuidanmeviolan.
En la retahíla de descalificaciones a las personas que habían pintado el monumento y al movimiento que representaban se leía con mucha frecuencia el argumento de que eran otras mujeres las que estaban limpiando, que eran pésimas feministas porque de esta forma afectaban a otras mujeres y cientos de “estúpidas, no saben lo que están rayando”.
Nada más alejado de la realidad, quienes escribieron “nunca más tendrán la comodidad de nuestro silencio”, así como otras decenas de acusaciones y demandas sabían que es un monumento que se supone que celebra la independencia de México y los mexicanos.
Y es posible que la palabra “mexicanos” lleve toda la esencia del asunto (como pasó con Hermila Galindo), para las mexicanas las cosas son distintas.
En México entre 80% y el 90% de las personas profesionales de la restauración somos mujeres. Sabemos que somos mujeres privilegiadas que llegamos a la educación superior, somos en nuestra mayoría mestizas, blancas, heterosexuales y ejecutamos un trabajo muy especializado, pero aún así sabemos lo que es tener que elegir la ruta y la ropa que usaremos en función de que nos molesten lo menos posible, avisamos a nuestras amigas y familiares cuando llegamos y permanecemos despiertas hasta que recibimos la confirmación de que están bien, todas conocemos a alguien que ha sufrido acoso o violación, si no es que lo hemos sufrido nosotras mismas, y lamentamos los casos de desapariciones y feminicidios entre nuestras cercanas y colegas, como el reciente y doloroso caso de Raquel Padilla.
Alguien que desconoce la base epistemológica de la conservación-restauración no entenderá que esta es una disciplina antropológica y seguramente entenderá a los bienes culturales como una materia que debe estar lo más alejada posible de la sociedad, a través de una vitrina, así que cualquier otra interacción o manifestación que los involucre solo puede ser ejecutada por “salvajes”, “ignorantes”, y otros adjetivos similares que se emiten casi siempre desde una pretendida superioridad moral, y por su parte, también conceptualizará a las acciones de conservación y restauración como neutras, que no modifican la obra ni su significado.
En contraste, quienes conformamos Restauradoras con Glitter reaccionamos y nos conformamos como un colectivo porque este caso no podía hacer más evidente que los bienes culturales son más que materia, son parte de lo que somos, en un sentido social y en el momento presente.
Si bien traen mensajes del pasado, mantienen un diálogo con la sociedad actual. Esto representa un salto en el sentido teórico, no puede sino evidenciar que los bienes culturales permanecen vinculados a sus creadores iniciales, pero que la sociedad en torno sigue creándolos cuando los resignifica, es decir, deja expuestos los procesos sociocreativos.
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Por supuesto, con esto no sugerimos que pintar monumentos sea la forma correcta de actuar en cada ocasión, o que las manifestaciones y exigencias sociales se hagan en los bienes culturales; no, por supuesto que no, ese proceder haría que tales actos fuesen vacíos, pero no podemos dejar de llamar la atención sobre lo importante: la pintura la podemos quitar, para eso tenemos protocolos muy claros, pero lo que allí se manifestó apela a la necesaria atención que se debe poner al bienestar de quienes formamos este país, del cual 52% somos mujeres. Por ello pedimos que estas manifestaciones se documentaran, porque lo allí expresado es muy relevante.
Desde la conservación-restauración, nuestra forma de entender y proceder, implica analizar desde la lógica de la causa, el mecanismo y los efectos; así, la forma de prevenir estos efectos y otros nuevos, requiere de una urgente atención a las causas: la violencia contra las mujeres y la impunidad sistemática que sostiene la inseguridad en México.
Por ello pedimos que se mantuvieran hasta que hubiera mejoría notable en la administración de justicia, hasta que no se atienda y dé solución al problema de la violencia de género en nuestro país.
Como profesionales de la antropología y de la herencia cultural, conscientes de que nuestra voz ha tenido más eco que otras que se han manifestado desde antes, porque nuestra formación y especialización nos dotan de cierto privilegio en la sociedad, también estamos conscientes de que tenemos una responsabilidad muy grande que motiva, guía y limita nuestra labor.