Isaac Cherem luce contento, siempre sonríe, su mirada brillante, clarísima, rompe el hielo en la entrevista. Uno jamás podría imaginar que el guion de su opera prima, Leona, nació hace seis años del enojo, de la necesidad de destruir, de “soltar una bomba atómica” sobre el mundo que le tocó: el judío.
Ahora ya no sueña con devenir un Steven Spielberg, para hacer cine y ser millonario, empresario, como era la exigencia familiar y sociocultural, su filme involucró profundizar en su visión sobre la condición de la mujer en la sociedad y en qué significa para él ser hombre, por lo que ahora el joven director aspira a “desde sus trincheras en el cine y el judaísmo ser parte de esta revolución mundial de cambio”.
Cherem (Ciudad de México, 1992) tiene la edad de la novela Novia que te vea, de Rosa Nissan, que dos años más tarde de su publicación Guita Schyfter llevó a la pantalla, en la primera vez que se abordaba en el cine nacional a la comunidad judía como protagonista y su integración social con el resto del país.
Leona (2018) empezó como una simple historia de amor prohibido entre una joven judía y un no judío cuando Cherem tenía 23 años. Pero la colaboración pirandellesca con su protagonista, Naian González Norvind, convirtió el guion en un filme en el que el cineasta rompió tabúes y rituales en torno a la comunidad judía, pero poderosamente también hizo estallar la cultura machista, la sociedad patriarcal.
Tuvo éxito en salas comerciales, a pesar de las restricciones para la exhibición desde el inicio hace un año de la pandemia. A pesar de que Cherem tuvo que entregar copias sala por sala y rogó a Cinépolis que la exhibieran en los complejos de Interlomas y Bosques de las Lomas, donde vive parte de la comunidad judía. En Cineteca Nacional, del 1 de marzo al 14 de abril, vieron 3 mil 800 personas Leona, en la que actúan también Christian Vázquez, Margarita Sanz, y fotografiada por Diana Garay.
Productor y asistente de dirección del thriller policiaco El incidente (2014), Cherem suelta la risa cuando se le comenta que el tema de la opresión en la comunidad judía parece al final en realidad una cortina de humo, que se despeja para dar pie a una película del profundo feminismo de su protagonista.
La actuación como Ariela de González Norvind, con una treintena ya de películas desde 2011, entre ellas Nuevo Orden, le valió un reconocimiento en el Festival Internacional de Cine de Morelia de 2018, dos años antes, de hecho, que la filmación y estreno del filme de Michel Franco ganador de Venecia.
Cherem, que antes antes del guion de Leona hacía cortos de terror, de hecho subraya la influencia y coincidencias con Michel Franco: ambos son judíos, de la misma comunidad originaria de Siria y estudiaron en diferentes generaciones del Colegio Hebreo Maguen David, con los mismos profesores.
¿Qué te llevó a dedicarle tu opera prima a la comunidad judía? Sólo hay un antecedente hace casi 30 años, Novia que te vea, de Guita Schyfter.
Mis cortometrajes como estudiante habían sido de género de terror y de gore; sangre y asesinatos. Siempre pensé que mi primera película sería sobre estos temas. Pero estaba explorando mi voz y de pronto algo me hizo clic, no sólo eso, me enojó demasiado y se hizo muy evidente cuál era mi voz, al menos en ese momento y estaba muy seguro porque el estómago me efervecía. Yo hice algo rarísimo en la comunidad judía: mudarme de casa de mis papás a un departamento donde yo pagaba renta, con un amigo mío fotógrafo no judío que salía con una amiga mía judía, de la misma escuela, tipo de familia, entorno (de hecho es la directora de arte de Leona, Adelle Achar). Y estoy viendo esta relación y sus complicaciones, que en ese momento me parecían patéticas. Y al mismo tiempo veo que el que yo me esté mudando no tiene referencias en mi comunidad, en mi familia, en la gente cercana.
Y es como una sensación de incertidumbre gigantesca. Mis padres me decían que estaba dando pasos hacia atrás. Y todo ese revoltijo armó un tornado en mi interior que hoy puedo expresar y verbalizar y que en ese momento sólo era algo que no entendía que era enojo y que era querer escribir un guion sobre un amor prohibido, esa la primera idea, sobre esta mujer judía y este chavo no judío. Esto era lo que sentía, enojo, necesitaba gritar, en una afán también, a mis 22 o 23 años, de destruir a la comunidad judía o de decir ‘cómo le hago para tirarles una bomba atómica, cómo le puedo hacer para destruir esta opresión tan fuerte que yo tengo, y que hoy entiendo que yo soy el que tiene esta opresión.
¿Cómo fue que también Naian González Norvind, tu protagonista como Ariela, se volvió tu coguionista? Es algo muy raro eso, de Luigi Pirandello, casi.
Acaba de trabajar como asistente de dirección en El incidente, en la que Nailea Norvind, la mamá de Naian, es protagonista, y me llevé bien con ella y conocí a su familia, a Naian. Un día una amiga me dijo: “¿Por qué no contratas a Naian? Quedaría muy bien”. Y me dije: “Claro, es buena actriz y me gustaría trabajar con ella”. Naian estaba en República Dominicana filmando una película, pero viviendo en Nueva York. Le envié el guion, lo leyó y le gustó y me dijo que sí. Empezamos a vincularnos y fue tanta la colaboración verbal que, consciente de que le faltaba mucho al guion, le pregunté si quería que escribiéramos el guion juntos. Ella había querido ser escritora y dijo: “Hagámoslo”. Tiramos el guion original del amor prohibido a la basura y empezamos de cero, ella en Nueva York y yo en México, por Skype, todos los día, horas y horas durante un año hasta finalizarlo.
¿Cómo fue la recepción en la comunidad judía?
Le ha ido bien. En México, fue muy chistoso. De la misma manera que a mis amigos no les caigo bien en Twitter, les gustó la película, a algunos más que a otros. Pero las críticas más fuertes fueron de mis amigos, como de justo sintieron que fue una crítica injustificada o una inmadurez mía el tratar de criticar fuertemente a la comunidad de la que somos parte. Como que dicen por qué pones a todos los judíos en este saco, si habemos otros que somos distintos, que pensamos así, que hacemos cosas diferentes a estos personajes. Y, sí, es verdad, respeté esa opinión. Pero también esos amigos que piensan eso, eran amigos nuevos míos, eran amigos de esta transición a la adultez, no de mi infancia. Y siento que mi película es más sobre mi perspectiva de mi infancia y adolescencia, de mis tías, de mis abuelas, de mis tíos, de mis primos, de la gente con la que fui a la escuela, ellos sí, para mí están retratados en la película, para mí el retrato de la película es mi vida hasta antes de mudarme.
¿Sigue el enojo de cuando empezaste el guion?
Se ha complejizado mucho ese enojo, antes sólo era bomba, destruir. Pero el hecho de que Naian haya sido parte del guion ayudó muchísimo a poner otra perspectiva, Naian venía desde un lugar, desde el respeto a la comunidad, a tratar de entender pero también estar dispuesta a la crítica a cualquier sociedad. Desde ahí se empezó a complejizar ese sentimiento de puramente enojo, destrucción, a tratar de entender de dónde vienen estos personajes, por qué piensan así. Hoy tengo 29, esto lo empecé a escribir a los 23, seis años después me siento más desapegado del enojo al sentirme más libre, al decir: yo no tengo que casarme con una judía, yo no tengo que seguir ninguna regla, yo no tengo que seguir las reglas religiosos, ayunar en Kipur, yo no tengo que hacer nada. Ahora empiezo a entender después de años de psicoanálisis, de madurez, de crecimiento, que es a partir de ejercer mi voluntad que puedo empezar a respetar y a separarme y a simplemente observar, en el mejor de los casos observar, porque obviamente hay cosas que me siguen enojando. Al final de los casos me identifico profundamente con la sociedad en la que crecí y viví, pero de pronto hay cosas en las que quisiera que fuéramos mejores y no lo somos y seguimos con homofobia y misoginia, o con un patriarcado extremo, potente, fuertísimo.
¿Estás consciente de haber roto un tabú dentro del cine mexicano? En el internacional no es tan nuevo el tema, desde Woody Allen hasta Disobedience (2017), la película del chileno Sebastián Lelio que se filmó simultáneamente a la tuya, con Rachel Weisz y Rachel McAdams.
Desde mi trinchera. Somos una generación que estamos haciendo una revolución, y sí quiero sentirme parte de esta revolución, pero sé que desde aquí, desde lo que yo puedo hacer. Y en esta revolución mundial –que no sólo es judía, mexicana, latinoamericana–, lo que puedo hacer es desde aquí, desde el cine, que sé hacerlo, y desde el judaismo, que lo conozco, que es lo que yo pienso. Somos varios, cada quien desde su trinchera, pero cada quien con una cosmovisión similar de querer mover, modificar, de revolucionar, de diversificar las voces.
Tu película empieza con un baño ritual comunitario judío de boda y con uno personal de tu protagonista, que al final también es ritual. ¿Por qué?
Crecí con dos hermanas, pero, sobre todo, junto a mis hermanas. Mi papá siempre estaba trabajando y mi mamá, la mitad de mi infancia con nosotros, y la mitad trabajando. Yo era el más chico de los tres. A mis hermanas era a las que admiraba, a las que veía, a las que les copiaba. Entonces sucede que que existe este ritual en donde sólo van mujeres, en donde si se va a casar mi prima o alguien conocido, yo no puedo ir, pero mis hermanas están ahí. Es algo para mí interesantísimo y me imagino cómo es este ritual, que en las comunidades árabes le decimos Tebilat Kelim y las comunidades europeas le dicen Mikve. Entonces me dije que esta es una película es sobre la única de unas amigas que no se ha casado entonces veamos esa como ese es un punto bueno de inicio donde ella se vuelve la última, o la que no se ha casado, y en un lugar donde sólo hay mujeres, donde sólo están amigas, sólo ese grupo, y ella está pues ya diferenciándose por el simple hecho de no casarse y es vista con lástima. Ya con Naian, a ella se le ocurre que después de cortar con alguien, ella se toma un respiro y se mete a la tina y se come una manzana, como en un momento de tranquilidad, de reflexión. Nos replanteamos el guion y dije que esta escena sería la final, es un círculo perfecto.
¿Cómo te viste reflejando en Ariela/Leona? A lo largo de la película me pareció que el tema de la comunidad judía y sus tabués eran una cortina de humo, que ocultaba algo más profundo, la fuerza del personaje femenino, de ahí su nombre. ¿Por qué tanta fuerza a lo femenino?
Ja, ja, ja. Sí, claro. Pues fue inconsciente, yo creía la primera vez que estaba escribiendo sobre mi amiga que andaba con mi amigo. Pero, en realidad, desde ese momento de estar decepcionando a mis papás, mudándome a San Pedro de los Pinos, esta colonia que no conozco, de pronto empezar a conocer Coyoacán, me pasó lo mismo que en la película pasa a Ariela, yo no conocía Coyoacán, no comía cerdo, para mí era un tabú, empiezo a entender parte de mi enojo también: ¿Por qué me tuvieron aislado, enjaulado, en un lugar? Luego entendí que tiene que ver con el entendimiento y las posibilidades de mis papás del entorno, de cómo crecieron ellos.
“Creí que escribía sobre mi amiga, pero luego me doy cuenta que estoy escribiendo sobre mí y de esta transición a la adultez. Siempre me pareció natural escribir desde el punto de vista femenino, por haber crecido con mis hermanas. Y, de pronto, hay cosas que las mujeres viven distinto. Si los tres éramos iguales, los tres bailábamos los mismos bailes, jugábamos los mismos juegos, ¿por qué de pronto tengo que ser hombre? O sea, hubo un sufrimiento para mí, a los 13, 14, 15 años, tener que ser hombre, yo no sé cómo se hace eso. Mis primos, puros hombres, escuchan rock, tocan batería, juegan futbol, pelean a golpes. Una parte de mí intentó hacer eso, pero la otra me decía me duele, no me peguen, yo quiero bailar, cantar, hacer esas cosas que hasta mis tíos me dicen que soy maricón. De ahí viene mi perspectiva sobre lo femenino”.
Ariela es mujer, joven y artista en un mundo donde ser mujer y joven es un peligro, ya no digamos artista. ¿Por qué decidieron que fuera artista?
Pensé que estaba escribiendo sobre mi amiga, que es la directora de arte de Leona, y la idea era que se dedique a algo así, que pueda ser un brazo hacia el exterior de la comunidad, sobre todo porque entre las mujeres judías en México hay muchas artistas. Recuerdo que, en la escuela, cuando iba a las casas de mis amigos y sus mamás eran artistas, pintoras, que pintaba cuerpos desnudos, para mí era un shock. La abuela del productor, de Salomón, mi socio, es artista también. Y ese brazo artístico viene de no tener que preocuparse por lo económico porque para eso se preocupan los hombres, su esposo; entonces, ¿qué hacen las mujeres después de que ya criaron a sus hijos, de que ya están grandes? ¿Ahora a qué me dedico si no tengo qué hacer dinero porque esa es la responsabilidad de mi esposo? Pues viene ahí la expresión artística. Un poco por ahí venía la idea, y por la independencia que eso brinda. Naian y yo decíamos: hay que encontrarle una vocación que la pueda hacer independiente. Pensamos fotógrafa, escritora, y de pronto pensamos en el muralismo, que es tan mexicano, y era esa época donde yo estaba en la casa de Frida Kahlo por primera vez, entendiendo realmente la importancia de Diego Rivera en la cultura. Le quedó perfecto a Ariela. Esa fue una decisión de ambos.
También abordas el machismo de las mujeres en México, un tabú. La madre de Ariela, Estrella (interpretada por Carolina Politi) es más machista que cualquier hombre ahí.
–Sí, no es casualidad que los judíos de Siria se hayan sentido tan bien en México. México sí les abrió las puertas , fue el país que dijo sí vengan, les doy visa, pasaportes, entren. Pero no es casualidad que se hayan sentido tan identificados, son culturas similares en eso, en un machismo profundo, y se acoplaron, claro: “igual ustedes operan igual que nosotros, perfecto”. Cuando escribía solo el guion, para mí era la historia de esta mujer que quiere algo que igual no sabe qué es exactamente, pero es algo distinto a lo que esperan de ella. Todos estos personajes que la rodean, algunos cercanos como sus mama su abuela o tías y otros que son extraños pero que por el simple hecho de pertenecer a esa comunidad sienten que tiene la autoridad de decirle qué hacer o qué le conviene. Y eso era lo que mi amiga me dijo que pasó, yo ya sabía que así funcionaban las cosas, pero Adelle me dijo: “Es increíble la cantidad de personas que me marcan al celular para aconsejarme o para indicarme qué hacer sin conocerme. ¿Cómo te atreves a decirme qué es mejor para mí si no sabes quién soy, ni yo sé quién eres tú? ¿Por qué te tengo que escuchar?”. Entonces, para mí es eso: todas las personas que le dicen qué hacer por el hecho de estar rompiendo las expectativas como mujer, judía y mexicana.
No sólo la familia y la comunidad, también su novio no judío le quiere imponer condiciones.
Sí, eso era lo que naturalmente iba a vivir el personaje, una opresión de todos lados. Porque eso era lo que sucedía a mi alrededor, es lo que veo, es lo que escucho de mis amigas. Y creo que es esa cosa de haber crecido con mis hermanas y de haberme identificado con ellas y de decir: somos tres iguales y de pronto yo no sentir esa opresión. Y me pregunto por qué está sucediendo esto, por qué yo estoy en este lugar, si somos tres hermanos iguales, mismos papás, misma casa. ¿Por qué a mí se me permiten hasta acá, a mí sí me dicen: “Sí estudia cine”; y a mi hermana Karen: “Ya ¿cuándo te vas a casar? ¿Cuándo vas a traer un novio, cuándo, cuándo, cuándo? A tal grado que se fue huyendo a Australia para que incluso el huso horario fuera tan distinto como para que ni por teléfono le pudieran hacer la presión.
¿De qué manera repercutió en Leona que se exhibió antes Nuevo Orden, de Michel Franco, protagonizada también por Naian González Norvind?
–Definitivamente, Nuevo Orden fue una película muy vista, muy importante, premiada en Venecia. Pero Leona se hizo dos años antes. Definitivamente sí ayudó a Naian, más que a Leona, la gente la ubica, la conoció, el trailer se hizo viral. A mí sin duda su personaje de Marian me parece el más importante de la película, el más complejo. Es interesante, hay otro vínculo de Michel Franco para mí. No sólo es judío, de la misma comunidad judía que yo; también estudió en la misma escuela judía que yo, el Colegio Hebreo Maguen David, compartimos maestros en primaria de Historia o Inglés, aunque Michel Franco tiene unos 12 años más que yo. Que haya salido de ahí y que a mis maestros de Prepa, cuando les decía que quería estudiar cine, me contestaban: “Ah, como Michel Franco”, era muy importante para mí, conocer a alguien que había logrado hacer cine, viniendo del mismo lugar que yo, del mismo nido, de la misma comunidad, del mismo tipo de familia, y había logrado llegar a Cannes, para mí sí es una referencia importantísima.
bgpa