Hace más de dos décadas el protagonista de Fight Club y American History X, Edward Norton, se enamoró de una novela escrita por Jonathan Lethem que narraba la historia de un detective privado con el síndrome de Tourette, quien se descubre a sí mismo confrontando, sin buscarlo, a los grandes poderes de su ciudad al tratar de resolver un caso.
El proyecto se quedó en su mente y corazón, pero ahora también llega a la pantalla en una historia profundamente afortunada y bien adaptada en la cual él no solo dirige y protagoniza, sino que también cambió de tiempo para contarnos un poco de cómo y por qué las justicias socioeconómicas tienen todo que ver con la planeación de las ciudades.
“Todas las sociedades tienen el reto y el problema de no permitir que la gente tenga personas empoderadas que ellos no eligieron. En la democracia el ideal es que el poder está con nosotros y si lográramos que todos se cuidaran a sí mismos, cuidando los valores de nuestras tradiciones, como nuestra gran estación de trenes en Nueva York, que fue víctima del poder porque mucha gente no estaba consciente de que era algo que les podían quitar para construir un estado de porquería.
“Por eso me gusta el detective. El detective en estas cintas está haciendo las cosas para sobrevivir, pero cuando se empieza a dar cuenta que eso es lo que está pasando se pregunta, ‘¿cuánto más creen que vamos a aguantar? Me gusta eso”, dijo el actor.
Y sin duda, al lado de grandes de la actuación como Willem Dafoe, Alec Baldwin (cuyo personaje tiene rasgos tipo Trump, pero no de caricatura ni comedia) y la joven pero poderosa Gugu Mbatha-Raw logra una gran diferencia para poder no solo hacer que nos importe lo que les pasa a los personajes, sino que nos intrigue profundamente la historia.
Así lo explica Defoe: “En la historia surgen ciertas cuestiones que creo que es muy importante enfrentar, entonces y ahora. Esa es siempre una pregunta sobre las cosas sociopolíticas. Cuando haces algo tienes que ver cuáles son las consecuencias y hacer una calibración sobre si es para la mayoría, para mejorar, para un futuro y quién será beneficiado y dañado. Es complicado. Es una probada de eso”.
En tiempos donde tenemos un enorme debate sobre lo que es o no cinematografía, aquí hay una clara muestra de todo lo que debe tener una cinta. Y al preguntarle a Norton al respecto, él coincide que muchas veces el público es menospreciado en sus gustos.
“Muchas películas son comida rápida”, dijo Norton, reflexivo. “Se sienten bien y fácil al principio, pero luego no son muy nutritivas. Y creo que la gente no valora lo que la audiencia consigue y quiere de una película. Honestamente no creo que la gente sea tan poco sofisticada como, por algún motivo, la industria musical parece creer que lo son. Creo que si vemos a las cintas que llamamos clásicas, usualmente son algo opacas, no tan específicamente claras respecto a lo que te están tratando de decir. Pero te cautivan los personajes, las actuaciones y las ideas que son interesantes por sí mismas”.
Si bien, Huérfanos de Brooklyn, no es una cinta escandalosa, es, sin duda, que se ha llevado las buenas críticas tanto del público como especialistas en la materia. Y da gusto, porque no cualquiera logra cumplir un sueño de veinte años de esta manera.
“Las cosas pueden estar dando vueltas en tu cabeza, aunque no estés trabajando activamente en ellas. Hace veinte años leí el libro. El personaje se quedó en mi cabeza y después tocó adaptarlo. Así que me di cuenta de que podría hacer algo bastante arriesgado y usar ese personaje, pero mandarlo a una historia ligeramente diferente respecto a como las cosas se construyeron en Nueva York”, explicó el actor.
Así que después de todo esto, pues no había manera que otro director se sentara en la silla: “Mientras todo esto iba evolucionando llegó un punto en el que consideré que lo ideal fuera que yo lo dirigiera, lo conocía tan bien, que estaría mucho mejor que sentarme detrás de alguien y estar diciéndole: ‘No, no, no va por ahí’. Mejor lo hago yo”, concluyó.