A la izquierda de la puerta de entrada, de metal verde, hay un pequeño librero que llega a los hombros. El último estante es un techo que lo transforma en una casa de libros, cuyos pisos están a la vista. Recuerda las casas de los libros infantiles de Richard Scarry, habitadas de animalitos antropomorfos que hacían cosas.
Lo recorre un tubito de led que, imagino, de noche lo transforma en un pequeño edificio iluminado.
Hay varios habitantes. En una repisa alta está sentado un cuerpo de marioneta de madera. Sin cabeza. Sólo tiene cuerpo y piernas. Es una marioneta antigua, y en lugar de los brazos penden ganchitos de metal, que dejan suponer que ahí es donde deberían colgar articulaciones superiores ausentes.
Un par de repisas más abajo la marioneta de un clown cara blanca, siempre de madera.
Iazua Larios se asoma desde un arco detrás del librero, la entrada sin puerta a su estudio. Lleva una caja roja de cartón en las manos. Agarra la marioneta sin cabeza y se sienta en el sillón. Abre con cuidado la caja y se ven pedazos de madera, casi todos paralelepípedos bien cortados. Con una mano saca el pedazo más grande: una cabeza no terminada de tallar del tamaño de un puño, la coloca encima de la marioneta vieja y empieza a moverla. El cuerpo toma vida. No tiene brazos, pero parece autónomo.
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Iazua lo mueve, lo hace hablar con una voz chistosa. El público aplaude.
El 4 de mayo se estrenó en México Sundown, de Michel Franco, película en la que Iazua tiene un papel protagónico junto con Tim Roth y Charlotte Gainsbourg. Se filmó a principios de 2020, pocos días antes del inicio de la pandemia de covid-19 y sólo ahora llega a México.
En su carrera cinematográfica, que empezó en 2006 con el papel de Sky Flower en Apocalypto de Mel Gibson, Iazua Larios ha interpretado, entre otros personajes, a la Malinche, en la serie española Carlos Rey Emperador; a Diamantina, la esposa de un emigrante que se queda esperando a su marido en un pueblo de Oaxaca en Espiral, de Jorge Pérez Solano; a Tencha en El Atentado, de Jorge Fons, y a la indígena lakota Nscho-tschi en la trilogía alemana de vaqueros Winnetou, inspirada en las míticas historias de las novelas de Karl May.
En los últimos años, además de Sundown, ha actuado en proyectos de autor, como Ricochet, de Rodrigo Fiallega, y Tótem, de Lila Avilés.
Un antes y un después
En su casa de Tepoztlán, rodeada de jacarandas, pájaros y chicharras, afirma que la filmación de Sundown ha representado para ella un punto de inflexión importante en su carrera de actriz.
“Marca un antes y un después. Fue una experiencia cinematográfica de alto nivel. La forma cómo vivimos durante el rodaje, el lugar donde filmábamos y la forma de filmar también”.
En el caso de Sundown, lo primordial era el hecho artístico en sí, dando mucho espacio a la interacción entre actores, a la fotografía, a las necesidades el guión, que podía cambiar conforme avanzaba la filmación, en un diálogo constante alimentado por descubrimientos y hazañas repentinas que se daban en el trabajo de campo.
“Varias escenas de mi personaje, Berenice, no existían en el guion y se crearon para darle profundidad. Y eso se descubrió mientras filmábamos. En otras ocasiones, mientras estábamos rodando, entraban personajes no previstos, gente que estaba en el lugar del set y el director había decidido que entraran en escena sorprendiéndonos a mí y a Tim. Pienso que Michel estaba viendo qué era funcional para la escena y tomaba decisiones de juego, riesgosas, como meter gente que no estaba prevista, para darle un efecto de realidad a la escena”.
Uno de los aspectos más enriquecedores para ella fue trabajar con Tim Roth y Charlotte Gainsbourg.
“Trabajar con ellos me colocaba en una situación de alta tensión —lo dice soltando una carcajada y se ilumina—; alta tensión para bien. Sentía una exigencia favorable. Yo necesitaba ser muy concentrada y conectada con lo que estaba ocurriendo, sin distracciones. Y eso lo propicia también el director”.
¿Qué aprendiste de ellos?
Son personas muy sencillas, muy accesibles en su trato humano. Estuve fijándome cómo funcionaban para abordar las escenas. Le pregunté a Tim si había alguna forma de trabajo que él prefería y lo que me dijo fue: platicar.
Entonces pasaron muchas horas platicando. Sobre sus vidas, sobre cómo eran las cosas en general para cada uno, cómo era su situación familiar, sentimental, para entrar en confianza.
“Creo que lo logramos bastante bien. Yo terminé sintiéndome muy en confianza con él, es un gran colega y me parece que él también conmigo. Y eso se refleja en la película, donde tenemos un vínculo amoroso y creo que la confianza que conseguimos se nota en la pantalla”.
Durante una filmación se puede tener un set muy armónico en el que todo el mundo se quiere pero al final el resultado no es convincente a nivel artístico, o al revés, un set conflictivo que produce un resultado de gran valor. El set de Sundown para Iazua no fue conflictivo.
“Simplemente en algunas ocasiones se llegaba a una sensación emocional muy intensa. Los seres humanos estamos hechos de emociones positivas, negativas, de reacciones no necesariamente correctas. Cuando haces un trabajo de actuación eso es importante tenerlo contigo, no eliminarlo. Claro, siempre en favor de lo creativo, sin embarrar a los demás con tus asuntos personales. Pero si lo pones en juego dentro de la escena le da realidad y profundidad a los personajes y al momento, lo que te conecta mucho más con la audiencia. Lo que se busca es entrar de la mayor forma dentro de la humanidad. Y la humanidad es de todos los colores”.
Si hay una cosa que le molesta cuando se habla de su oficio es que se diga que actuar es mentir.
“Actuar no es mentir. A menos que tengas un personaje mentiroso. Entonces sí. No puedes dejar de ser tú mismo. Si lo puedes actuar es que hay algo dentro de ti que puedes explorar. Obviamente un vestuario y unas palabras que no son tuyas ayudan, y también la forma en cómo decides hacer cada personaje, y a qué comportamiento te invita a tener. Puedes cambiar de mirada, eso es lo que puedes hacer. Y cuando cambias la mirada cambia el comportamiento. Pero tu esencia está ahí. Nunca dejas de ser tú.
A pesar de sentirse cómoda trabajando en la industria, Iazua quisiera seguir haciendo películas de autor, originales, que no respondan siempre al mismo esquema de historia, porque hay fórmulas ya muy aburridas que se repiten una y otra vez.
“Me gustaría mucho hacer una buena comedia. Y una película de acción, que no tengan una estructura estereotipada”.
¿Como cuál?
Acabo de ver una serie hindu, Farzi, que me encantó. Me encantaría actuar en Bollywood, bailar y cantar en una película emocionante llena de colores.
Actriz natural
Después de filmar en español, alemán, italiano, inglés y lakota, Iazua está convencida que trabajar en otros idiomas le permite salir de las visiones del mundo a las que estamos acostumbrados por el lenguaje.
“Es el juego de la actuación. Te obliga a pensar en otros modos, todo lo que sea expandir y agregar formas de ver y de comportarse es para mí una de las cosas más gratificantes de actuar. Por eso me gusta actuar en otros idiomas. Es la entrada al entendimiento de otras culturas o formas de pensar. El lenguaje determina mucho la forma de razonar”.
¿Por qué escogiste ser actriz?
Nunca entendí que quería ser actriz. Más bien me ocurrió, un poco. Desde pequeña estaba en una compañía de teatro en Tampico donde hice Jesucristo Súper Estrella y luego seguí tomando clases de danza, teatro y música. Un día elegí estudiar actuación para cine, pero nunca me planteé ser actriz. Fue natural todo.
Iazua tenía cinco años cuando la compañía en la que estaban sus padres se fue de gira por México con el musical de Andrew Lloyd Webber.
“Recuerdo la escena de la crucifixión. Yo gritaba: “¡Crucifíquenlo! ¡Crucifíquenlo!” mientras le daban de latigazos a Jesucristo. Había un momento en el que Jesús y María Magdalena tenían una escena de cuidado, ella le decía: “Todo va a salir bien”. Los actores del coro teníamos velas detrás, estaba todo oscuro y cuando acababa la escena teníamos que apagar la vela (sopla). El escenario quedaba completamente oscuro y se escuchaba como corrían todos (tatatatata) para cambiarse para la siguiente escena, y yo siempre me quedaba paralizada ahí, porque ni veía nada, ni sabía para dónde moverme, pero era excitante el momento. Luego unos brazos me agarraban y me llevaban detrás del escenario. Era muy bonito. Muy emocionante”.
La actuación tiene para Iazua algo de catarsis: se pueden poner en juego muchos aspectos de lo humano.
“Tienes que poner en juego tu cuerpo, tu subjetividad, tu voz, toda la interpretación que haces sobre un personaje y sobre la situación en la que está. Y relacionarte con alguien desconocido que supuestamente conoces”.
Muy joven, Iazua se fue a estudiar cine en Barcelona junto con su amigo Amat Escalante. Él tenía que realizar el sonido de su primer cortometraje, Amarrados, que ya había filmado. Estudiaban en la misma escuela y le pidió ayuda con algunos efectos.
“Hice la voz del niño y algunas pisadas que hacían falta. Nos esperábamos hasta la madrugada a que todos se durmieran en el edificio en el que compartíamos piso. Entonces yo salía y caminaba por las escaleras y él me grababa con un micrófono. Hice los gemidos de una prostituta, yo en un cuarto y él en otro, porque quería lograr el efecto de alguien que está escuchando desde otro lugar (gime) y brincaba sobre la cama (tun tun tun) y él me grababa desde el otro cuarto (carcajada). Es en serio. Era muy chistoso. Fue una gran influencia Amat, veía mucho cine con él”.
Artes circenses
Amante del cine de Federico Fellini, una de las grandes pasiones de Iazua es el circo. Estar en una carpa le hace sentir intimidad y complicidad, es la promesa de una travesura espectacular. La desproporción de los objetos también le resulta muy atractiva: cosas gigantes, cosas pequeñas, las acrobacias, los vestuarios exagerados, coloridos.
“La cuestión visual del circo como que se apodera de mí, bastante. Desde niña, esta cosa de la carpa, las luces, la música en vivo, junto con la luz de guía, las palomitas, el escenario en círculo, la sorpresa del trrrra tá! (simula tocar el tambor), es algo que me captura. Lo que tiene el circo es que está completamente fuera de orden y te propone un espacio en el que todo es locura y magia, hecho espectáculo, donde puedes ser políticamente incorrecto, puedes pararte de cabeza y caminar sobre objetos gigantes, o colgarte en el aire, desafiar todas las normas. Y eso, convertido en espectáculo de colores y luces. Me fascina mucho”.
Acaba de filmar una película de horror con Rigoberto Castañeda y está escribiendo una obra basada en un cuento de terror cuyo personaje principal es un académico polaco que está construyendo como marioneta de madera.
“Podría mandarlo hacer, pero preferí hacerlo yo. Siempre he tenido una fascinación por las marionetas. Esta cosa inanimada que de repente toma vida. Ya he hecho antes este trabajo y me gusta aparecer y desaparecer. Es darle un protagonismo al objeto. Y a través de movimientos, ritmos, gestos, tome vida”.
Conseguir que lo importante sea el objeto, la marioneta y después convertirse también en narradora.
“Transmitir energía a través del objeto me gusta. Te hace moverte de lugar internamente, lograr que se modifique el foco de atención según las necesidades dramáticas, hacer que esa cosa inanimada que tome vida”.
El espectáculo termina y la titiritera vuelve a colocar la cabeza de su marioneta en la caja roja y el cuerpo en el estante del librero, junto a un letrero de papel que dice, en grande: TEATRO.
El títere sin cabeza, ahí sentado, vuelve a ser un objeto inerte.
hc