Si viéramos su monograma proyectado en el cielo por la noche, como en los cómics, sería una doble eme: MM. Tendría dos significados, su nombre artístico: Maura Monti. Pero también su personaje fílmico más icónico: La Mujer Murciélago. Una vigilante nocturna que lucha contra los malos –un científico loco y un monstruo marino– y cuya verdadera identidad es la de una excéntrica millonaria, Gloria.
Una heroína en bikini, antifaz, capa y guantes color azul rey a la que, en la bahía de Acapulco se le veía saltar en paracaídas, bucear, manejar motocicletas y autos deportivos y aplicaba llaves de lucha a los maloras. Detrás del antifaz de La Mujer Murciélago está la italiana Maura Fazi Pastorino.
En su adolescencia fue una asidua visitante a las siempre de moda playas de Portofino –una comunidad pesquera en el Mediterráneo– donde se codeaba con “nobleza parásita italiana”, dice, y lo más granado del jet set. “Por mi juventud encajaba en ese entorno”, comenta ahora, no sin un dejo de ironía, a sus 82 años.
Muchos años después, Maura consiguió la nacionalidad mexicana porque, desde que llegó a los 17 y se estableció en nuestro país en compañía de su madre –Anna Pastorino–, aquí se desarrolló profesionalmente, encontró su verdadera voz y alcanzó logros que nunca imaginó. También aquí nacieron sus dos hijos –Gilberto y Mauro– fruto del matrimonio con el prestigioso y poderoso productor, guionista y director cinematográfico Gilberto Gascón de Anda.
Para esta nota Maura Fazi acepta que se le entreviste en su casa, en Cocoyoc, Morelos. Pide que la conversación no gire sólo en torno a La Mujer Murciélago –cinta recientemente restaurada y exhibida en las salas de Cinépolis y que en la actualidad se considera una película clásica del género fantástico y de aventuras–. Tampoco quiere hablar de las otras 34 películas que filmó entre 1965 y 1971.
“He hecho cosas mucho más importantes que estas películas intrascendentes”, dice.
Luego de ese frenesí de rodajes y lujos –estrenó 13 películas en 1968–, un periodo que ella misma describe como “sólo un divertimento de juventud” que apenas abarcó siete años de una larga vida, descubriría sus verdaderas pasiones.
Un día se quitó el antifaz y se encontró a sí misma al explorar las aulas de Filosofía y Letras de la UNAM, el periodismo televisivo junto a Ricardo Rocha. Se fue al sur a crear un centro cultural y escuela para escritores chiapanecos en San Cristóbal de las Casas, que levantó de cero –junto al escritor José Antonio Reyes Matamoros– mientras el movimiento zapatista nacía y corría con fuerza en Chiapas. Se convertiría en escritora y pintora.
Dejó de pelear contra villanos de ficción para luchar –sin armas– contra la miseria y marginación de los indígenas en Chiapas. Vivió la rebelión zapatista en las calles y plazas de San Cristóbal. Su vida estuvo en peligro cuando cayeron bombas con las que el ejército mexicano intentó apagar la revuelta indígena.
No fue un proceso rápido y sencillo. Con la madurez, al paso de los años, encontró su propia voz y la hizo sonar fuerte. Guardó lo que había sido su vida en cajas y partió en busca de sí misma. Pero vayamos por partes.
Una modelo enfundada en leotardo y mallas negras
Cuando su familia llegó a México, Maura ya había estudiado en una finishing school para señoritas –una escuela privada especializada en etiqueta para saber cómo comportarse en la alta sociedad– en Royal Tunbridge Wells, Inglaterra, y durante su estancia en Venezuela incursionó en algunos desfiles de moda.
Por su bello rostro con ojos verdes, dominio de varios idiomas y refinamiento en sus modales de inmediato atraía la atención de quienes la rodeaban. Gracias a su estatura –1.70 metros– y buena figura, en síntesis, la italiana se incorporó al programa de televisión Gimnasia en su hogar que cotidianamente transmitía Telesistema Mexicano. Así, mientras el profesor Federico Vellanoweth marcaba el ritmo de los ejercicios –un, dos, tres, cuatro, un, dos, tres cuatro–, Maura, enfundada en un leotardo y mallas negras, mostraba ante las cámaras cómo había que hacerlos.
Desde que empezó su carrera como modelo en las pasarelas de aquí y allá, sintió la suave textura de la ropa fina, las joyas y las pieles más caras. De esta etapa, recuerda una anécdota de película, pero es real. Al modelar para la casa Vogue, el productor de ese desfile, satisfecho con el resultado, decidió comprar un entero de la lotería. Lo partió y repartió entre el grupo de modelos. Maura recibió –no recuerda con exactitud– si uno o dos cachitos del billete completo.
El caso es que, al día siguiente, cuando estaba frente las cámaras de la televisión en los ejercicios marcados vio que al fondo del foro le hacían señas. Como pudo salió de cuadro para contestar una llamada:
–Maura, ¡que nos sacamos el premio gordo! –le dijo otra de las modelos del desfile de Vogue.
En ese momento no entendió muy bien lo que estaba pasando, pero nunca olvidó el número 35955. Aunque no tenía el billete completo, su premio consistió en un “dineral” que su madre cobró con discreción, ella era todavía menor de edad.
Es curioso que este tipo de suerte nunca la abandonaría en los innumerables viajes anuales que, ya como mujer adulta, realizaría a Las Vegas, hasta que llegó el punto en que los juegos de azar y compras por comprar la hartaron y dejó de ir.
El frenesí de películas de bikinis y aventuras
Para su nombre artístico eligió Maura Monti. Para ella el cine fue algo casual, nunca lo buscó. Después de un par de pequeñas intervenciones que pasaron sin pena ni gloria, obtuvo su primer papel importante: la María Magdalena en El proceso de Cristo, de 1965, dirigida por Julio Bracho. De ahí, las películas le cayeron en cascada. De tal modo que para 1968, llegó a estrenar unas 13 cintas.
Mucho antes de la época del cine de ficheras, Maura Monti participó en sexicomedias pícaras pero blancas en las que chistoretes o situaciones chuscas daban pie a que luciera su espectacular figura en trajes entallados con grandes escotes y bikinis mínimos. Era un cine ahora considerado kitch o camp.
Eran títulos como SOS Operación biniki, Blue Demon: destructor de espías, El planeta de las mujeres invasoras o Modisto de señoras.
Entre todas destaca La Mujer Murciélago, sobre una heroína cuyo peculiar atuendo incluía un bikini, guantes, capa y antifaz color azul rey, dirigida por René Cardona y producida por Guillermo Calderón. Aunque la película se inspira en la Batichica, el famoso personaje de Barbara Gordon de DC Comics que gozaba de gran popularidad por la serie Batman de la ABC en los sesenta.
La cinta nos presenta a un personaje femenino que es una mujer en toda forma y para nada asexuada, como la de la historieta. Paradójicamente la cinta llegó a las pantallas apenas unos meses antes del estallido del movimiento estudiantil que concluyó con la fatídica masacre del 2 de octubre.
La película se rodó un año antes, cuando recibió una Diosa de Plata por su interpretación en Su excelencia, de Mario Moreno Cantinflas y quien, en la vida real, se convertiría en su padrino de bodas con Gascón de Anda. Desde que llegó a México dice Maura: “me convertí en la niña consentida a la que todos cuidaban. Nunca se me faltó al respeto”.
En medio de un frenesí fílmico, la primera batichica del cine mexicano se enteró de la efervescencia estudiantil, a través de su madre que trabajaba como traductora oficial de la delegación italiana que participaría en los Juegos Olímpicos del ‘68. Cuando la periodista Oriana Fallaci resultó herida durante el aciago mitin de Tlatelolco, Anna Pastorini tuvo que buscar al médico Giorgio Galli para que operara a Fallaci en el Hospital Francés, al que fue trasladada cuando descubrieron que había sobrevivido a los tres balazos que recibió en la espalda.
Ese médico le inyectó después penicilina a la actriz, quien también estuvo a punto de morir, pero de un gripón que amenazaba con convertirse en pulmonía fulminante.
A La Mujer Murciélago le siguieron once películas; sin embargo, Maura Fazi empezaba a sentirse vacía: “era como estar encerrada en un capelo que, aunque hermoso, sentía que me ahogaba”. Poco a poco se desencantó de la farándula y esas fracturas dieron paso a una incipiente preocupación e interés por las enormes desigualdades sociales que atravesaba México.
Maura se quitó el antifaz y encaró la vida real
Maura Monti filmó su última película en 1971. Invasión siniestra, de terror y ciencia ficción de bajo presupuesto, dirigida por Juan Ibáñez y Jack Hill y en la que Maura compartió créditos con Boris Karloff, Enrique Guzmán y Christa Linder, entre otras figuras. Abandonó su carrera como actriz, debido a que se estaba popularizando un nuevo género: el cine de ficheras y albures que dejaba muchas ganancias a sus productores.
Y dijo: “basta, mejor me retiro”. Una cosa era lucir su escultural figura en tramas que justificaran el uso de bikinis y ropa ajustada en medio de situaciones chuscas y otra, muy distinta, participar en un cine que le parecía de corte vulgar, que presentaba una imagen de las mujeres que, para Maura y otras, consideraban denigrante: objetos sexuales de cantinas y burdeles.
“No me dolió tomar esa decisión, ya que el cine me había dado lo mejor: la oportunidad de convivir con personalidades interesantísimas. Sin embargo, al estar rodeada de gente bonita, estaba alejada de cualquier sensibilidad social y humana, equivalía a seguir encerrada en una burbuja irreal”.
La italomexicana dedicó, entonces, sus días a su marido Gilberto y a sus dos hijos, en medio de un lujo que muy pronto se convirtió en algo monótono. Vivía en una mansión en el Pedregal, en el sur de la Ciudad de México, en la que terminaba aburrida como un ostión. Esa vida burguesa de entonces –reuniones y fiestas, viajes a Las Vegas, tratamientos de belleza aquí y allá aderezados con la compra de más y más objetos de lujo inútil—se le volvió insoportable.
A Maura Fazi, sin el disfraz de Monti, “sentía que algo me seguía haciendo falta”. Nadie entendía la raíz de su gran problema: “me sentía insatisfecha, a pesar de tener todo lo que pudiera desear. Perdí el sentido de la vida. Me sentía vacía. Sumida en la vacuidad”.
De manera inesperada apareció luz en el camino. Estudió Letras Hispánicas en la UNAM. Ahí descubrió su gran pasión por la lectura y, por si fuera poco, al convivir con personas de distintos estratos sociales en una universidad pública descubrió que existían otros mundos diferentes al de los confines de su mansión.
Incursionó en el periodismo televisivo durante un poco más de una década. Entre 1978 y 1989 elaboró entrevistas y reportajes para el programa de Televisa En vivo, conducido por Ricardo Rocha, quien le enseñó a escribir los guiones para piezas periodísticas de mayor alcance que incluyeron reportajes sobre Frida Kahlo y entrevistas a personalidades como María Félix.
Poco a poco el terreno se iba preparando para recibir a una nueva semilla y Maura estaba cada vez más preparada para romper ese letargo.
Bombas del ejército caían en el patio de su casa
En el Pedregal de San Ángel, Maura Fazi y Gilberto Garzón vivieron al lado del guionista, director y productor José María Fernández Unsaín y de su esposa, la actriz Jaqueline Andere. “Esa cercanía”, acota Maura, “permitió que mis hijos Gilberto y Mauro, y Chantal, la hija de ellos, crecieran juntos. Además, nos llevábamos muy bien y como parejas hicimos muchos viajes juntos”.
Con más tiempo libre para pensar en ella misma, Maura se empezó a sentir más inquieta. Así que pudo inscribirse en la Sogem, la escuela de escritores de la Sociedad General de Escritores de México que presidía en ese tiempo el propio Fernández Unsaín.
“Ahí sí que se me abrieron los ojos y descubrí que tenía pasión por la escritura y su enseñanza y me entró el deseo, enorme, de abrir mi propia escuela”.
Y un día decidió explorar posibilidades. Como había conocido los Altos de Chiapas a través de la obra de Rosario Castellanos, tomó un avión y se estableció en San Cristóbal de las Casas. “De golpe pasé de los lujos de la burguesía a lo más lacerante de la miseria en la que vivían los indígenas de la región. Las páginas de Rosario tomaron la forma concreta al ver a una indígena parir en medio del lodazal de una plaza, acompañada sólo por su gran dignidad”.
“[Cada día] me sacudía más y más constatar la serie de injusticias que sufrían los indígenas. Ya no podía permanecer indiferente ante lo que veía, me dolía muchísimo su situación”. Llegó el momento en que, en una banca, a la mitad de un parque, “comencé a reflexionar sobre lo que había sido mi vida”. Un vecino, sentado a su lado, la sacó de sus cavilaciones cuando le preguntó:
–¿Y tú, cómo chingaos viniste a dar aquí?
–Ni yo misma lo sé, pero me voy a quedar aquí.
Maura no tardó en encontrar su propio camino y en toparse con el escritor y promotor cultural José Antonio Reyes Matamoros, quien se convertiría en compañero de vida. Con él cofundaría el Centro Cultural Jaime Sabines: Los Amorosos, también conocido como la Escuela de Escritores de San Cristóbal de las Casas, que contó con la bendición del propio poeta chiapaneco.
Reyes Matamoros traía su propia historia: después de haber participado en la guerrilla, hizo a un lado las armas y llegó a San Cristóbal para convertirse en un gran educador y maestro cuya labor se ganó el respeto y admiración por haber formado a muchos de los actuales escritores y artistas que destacan en Chiapas. Por su escuela pasaron 16 generaciones de escritores. Más aún, dado a su particular forma de ser, no dudaba en internarse en lo más profundo de la selva para convivir con los grupos originarios más marginados y conocer a profundidad y de viva voz.
En San Cristóbal, el primero de enero de 1994, estalló un levantamiento armado encabezado por el Ejército de Liberación Nacional (EZLN). Esa rebelión indígena –que exigía justicia, la devolución de las tierras que históricamente les habían sido expropiadas y otras reivindicaciones a las que tenían derecho– duró 12 días que tuvieron gran resonancia internacional. Días que las propias vidas de Maura y José Antonio llegaron a estar en peligro directo: en el patio de su casa cayeron algunas de las bombas con las que el ejército pretendió acabar con el movimiento.
También fueron testigos de los helicópteros que aterrizaron para llevarse los cadáveres de muchos de los combatientes alzados. Esa revuelta se convirtió para Maura en una metáfora de una revolución interior que le permitió descubrir que “necesitaba de muy pocos recursos materiales para vivir y ser feliz”.
En la escuela, dirigida por Reyes Matamoros –hasta su prematura muerte, el 24 de septiembre de 2010, con apenas 50 años– sucedió un verdadero milagro: por primera vez en San Cristóbal compartieron aulas mestizos e indígenas, algo que, se pensaba, nunca sucedería. Además de la enseñanza de diversos procesos de creación artística, en la escuela se escribieron y tradujeron a diversos idiomas –incluido el italiano, por supuesto– decenas de comunicados y documentos zapatistas, como los Acuerdos de San Andrés. Y la intervención de José Antonio fue crucial para que esto sucediera.
Algunos alumnos acudían con el rostro cubierto por pasamontañas para conservar el anonimato, Maura dice que se consideraban a sí mismos “seres nocturnos”. En uno de sus textos más emblemáticos, el Subcomandante Marcos, vocero del EZLN expresó: “Nosotros nacimos de la noche. En ella vivimos. Moriremos en ella. Pero la luz será mañana para los más, para todos aquellos que hoy lloran en la noche, para quienes se niega el día, para quienes es regalo la muerte…”.
Esas palabras pueden convertirse en una especie de justicia poética que aluden al antifaz de La Mujer Murciélago, cuyas aventuras en el celuloide pasaron a tener vida terrenal. Sin embargo, Maura enterró su pasado. Decidió ocultar a sus alumnos que había sido actriz de películas. Suponía “que si les revelaba ese secreto, perdería seriedad ante ellos”. Pero sus alumnos lo descubrieron al comparar sus voces.
Un 'revival' inesperado: de “churro” a película de culto feminista
En otro punto del país, Tepoztlán, Morelos, la documentalista Viviana García Besné –actual propietaria de los derechos de las películas que produjo su tío-abuelo Guillermo Calderón– fundó el archivo fílmico Permanencia Voluntaria con el propósito de preservar y restaurar películas que representan una época del cine mexicano de carácter popular, como las de lucha libre interpretadas por El Santo. Una época cinematográfica poco estudiada y valorada.
Sin embargo, de todas las películas que produjo su tío, La Mujer Murciélago fue la primera que Viviana vio siendo niña. Nunca ha podido desprenderse del impacto que le provocó el personaje de Maura Monti. Su admiración fue tal que, de manera paralela al archivo, García Besné fundó El Baticine, un pequeño espacio alternativo dedicado a la difusión fílmica y cuyo nombre fue un abierto homenaje a la primera mujer murciélago mexicana.
Sin que ninguno de los participantes de La Mujer Murciélago se lo propusiera, con el paso del tiempo la película ha empezado a ser revalorada y vista como la expresión de un “prefeminismo”, que en su momento rompió con los roles de género al presentar a una heroína cubierta con antifaz y a la que se le veía saltar en paracaídas, bucear, manejar autos deportivos y motocicletas, disparar pistolas, aplicar llaves de lucha a los maloras, explica María de la Cruz Castro Ricalde, especialista en temas de género.
“Era un personaje que si bien luce su cuerpo en un bikini espectacular [en un color que recuerda al de 'Blue Demon'], ya no se le presenta de manera pasiva para el disfrute de la mirada masculina. Provocó reacciones inesperadas en públicos que no estaban previstos, como las mujeres jóvenes que se identificaron y encontraron en la ‘Mujer Murciélago’ un imaginario que rebasaba las posibilidades asignadas a las mujeres”.
Lo cierto es que los empeños de García Besné rindieron sus primeros frutos: luego de ser restaurada en formato 4K, los derechos de distribución para su lanzamiento en blue-ray fueron adquiridos por la compañía británica Powerhouse Films Ltd, cuya parte importante de su catálogo está dedicada a la difusión del cine fantástico y de horror, géneros en los que cine mexicano ha encontrado nicho, ahora con revisiones de carácter feminista.
En estos días La Mujer Murciélago forma parte del ciclo MXRestaurado que se proyecta en las pantallas de Cinépolis. Una magnífica oportunidad para ver a todo color esta película de culto con la que Maura Monti/Maura Fazi ya se ha reconciliado.
GSC/AMP