• Yo también sobreviví a Parchís. Una generación de cincuentones baila en Atizapán

Un grupo de fans creció pero nunca dejó de cantar las de Parchís, la banda de cinco niños españoles que marcó a generaciones. Cada año recuerdan esa infancia que sobrevivieron.

Ciudad de México /

Hace tiempo supe que un grupo de fans de Parchís se reunía cada año en Atizapán, Estado de México, para recordar al grupo español que desapareció hace cuarenta años. Pero cuando me enteré de que N era parte de ese grupo, aproveché el golpe de suerte y le pedí que me invitara a la fiesta de este año.

A principios de octubre recibí un mensaje suyo para recordarme que la fiesta sería el 26. Siempre me ha interesado cómo algunas cosas, que a unos pueden parecer triviales o insignificantes, a otros les dan sentido y suceden contra viento y marea, a pesar del tiempo, la distancia, el olvido, en medio de tanta violencia, polarización y un montón de noticias malas. Me fascina que formemos tribus extrañas y que encontremos formas de comunicarnos por medio de rituales, ropa y señas de identidad.

El grupo se formó en 1979 y estaba integrado por cinco jóvenes artistas | Especial

Y no se me podía ocurrir nada más excéntrico y perdido en el tiempo que un grupo de mexicanos cincuentones, vestidos con los colores de las “fichas”, reunidos una noche de octubre para celebrar a ese quinteto tan querido en sus días de infancia. Así fue mi encuentro con los fans del ‘Club Parchís por Siempre’.

La fórmula de cinco fichas de colores

En el universo musical de los grandes grupos de finales de los setenta y principios de los ochenta –en la constelación de Queen, Pink Floyd, Prince, Charly García o Juan Gabriel– Parchís , el grupo de niños españoles que cantaban canciones felices, me parecía una mota de polvo flotando en el mediocre aire de la televisión mexicana. Pero al saber que esa mota perdida en el espacio tenía todavía seguidores, me prometí adentrarme en su historia sin prejuicios elitistas.

Así, me enteré de que Parchís nació en 1979 luego de que la industria musical española descubriera que demográficamente había más niños que nunca, a los que había que entretener. Discos Belter, una disquera de música tradicional, decidió que era hora de armar un grupo de niños guapos que supieran bailar, cantar, que tuvieran una imagen positiva y alegre. Al principio eran dos niños y dos niñas, las cuatro fichas de colores del tablero de Parchís, y le agregaron un quinto niño, el dado, que en realidad se convirtió en una ficha blanca.

Grabaron un primer disco, Las 25 super canciones de los peques, que incluye la canción que los llevó a la fama, “La canción de Parchís”, así como algunas rarezas más incluidas en el álbum: una versión de “Me gustas mucho”, de Juan Gabriel, y otra de “La de la mochila azul”, de Pedrito Fernández.

La productora española decidió incursionar en el mercado de la música infantil con esta banda, tomando el nombre del conocido juego de mesa | Especial

El grupo tuvo su momento de inflexión cuando aparecieron en el programa de televisión Aplauso y el público local pudo ver a los niños, con su vestuario único de colores sólidos, sus coreografías y letras contagiosas. 

La apuesta por Parchís sacó a la disquera de su mediocridad financiera. Belter comenzó a invertir seriamente en más promoción, incluyendo una película, La guerra de los niños, regalos y pagos directos a los conductores de los programas de espectáculos para que sacaran al aire a los niños.

Argentina fue el primer lugar donde Parchís gustó fuera de España. Y luego, claro, México. Su internacionalización fue concurrente con la aparición de otras bandas infantiles y juveniles: Menudo, en Puerto Rico, o Los Chamos en Venezuela. En México, la respuesta directa fue Timbiriche, también nombrado a partir de un juego de mesa.

Constantino Tino Fernandez, Yolanda Ventura, Gemma Prat, David Muñoz y Óscar Ferrer, que luego fue sustituido por Frank Díaz, estuvieron expuestos a los mismos problemas de todas las estrellas infantiles: una fama repentina que los marcará de por vida, soledad y abuso. Pasaron de ser un éxito a ser un fenómeno social.

Aunque el grupo se disolvió hace más de cuatro décadas, muchos de sus fans en México se reúnen cada año para rememorar aquella época | Especial

La infancia perdida que aborda un documental

El grupo se disolvió luego de que recibieron una oferta para lanzarlos al mercado estadounidense. Durante un año serían sometidos a una dura disciplina de aprendizaje del inglés, clases de canto y baile. 

Había dos condiciones: el grupo se debía mantener intacto y era necesario abandonar a Belter. Pero Tino, el líder, que se estaba haciendo un adolescente guapo, los traicionó y decidió continuar en la disquera para lanzar su carrera como solista, una especie de Luis Miguel pero con pelo negro que finalmente fracasó.

Los integrantes se dispersaron y, a diferencia de Paulina Rubio o Thalía de Timbiriche, ninguno tuvo una carrera relevante. En 2018 el grupo se reunió de nuevo en Barcelona para la realización de un documental de cine, Parchís. En 2019 viajaron a Guadalajara para la presentación de la película en el Festival Internacional de Cine.

El documental traza los orígenes y el crecimiento del grupo. Trata temas complejos, como el despertar sexual de los niños entrando a la adolescencia; habla de cómo la disquera sobreexplotó a los niños, que a veces no tenían ni un día de descanso y los sometían a giras donde se dormían apenas tres horas diarias. Aborda también cómo sus padres se desentienden de ellos por meses, deslumbrados por la fama y las luces del escenario.

El grupo español logró traspasar sus fronteras de origen, uno de los países en los que obtuvo mayor éxito fue México | Cortesía

El acuerdo con la disquera era leonino. Se quedaban con 70% de las ganancias y se repartían el 30% restante entre las cinco familias. Ese porcentaje era más de lo que los padres, de extracción humilde, hubieran ganado. Pero cuando el grupo desapareció, dejó a todos sumidos en la reflexión de quién se benefició de una infancia perdida.

Conforme la cinta avanza se hacen preguntas más grandes, en particular, ¿qué le pasa a una identidad que ha sido definida por una fama y un éxito tan tempranos? ¿Puede uno dejar de ser ese chico y convertirse en una persona adulta? En el fondo, el documental trata de cómo sobrevivimos a nuestra infancia.

La fiesta del ‘Club Parchís Por Siempre’

N me recogió en la colonia Juárez la tarde del sábado 26 de octubre para llevarme a la fiesta. Cruzamos hacia el norponiente de la ciudad y luego nos incorporamos al Periférico. Pasamos las Torres de Satélite y, veinte minutos más tarde, tomamos un camino que nos llevó hasta el Club de Golf Hacienda.

Viendo el mapa, leía los nombres de los desarrollos: Arboledas, Lomas de Atizapán, Valle Dorado, lugares incógnitos para mí, sobre los cuales no me podía hacer ninguna imagen. Me sorprendieron las amplias extensiones urbanas de clase media, casas solas, con un pequeño jardín y un auto en la puerta. Llegamos a las 14:30 horas.

Parchís cuenta con seguidores en todo el mundo, algunas de las cuentas de fans superan los 3 mil seguidores | Especial

N me había sugerido vestir de alguno de los colores de Parchís. Un amigo me había prestado una camisa verde, como Gemma. N iba con un jersey rojo, como Tino. Nos bajamos del auto y tocamos el timbre enfrente de una propiedad con una barda grande.

Mientras esperábamos en la puerta, llegó una señora con su hija, también vestidas de colores. N le marcó por teléfono a Abraham, el organizador de la fiesta. Entramos a una propiedad de unos 400 metros cuadrados. La casa estaba al centro del terreno, una construcción de dos pisos, con un vago aire francés por los balaustres de piedra en los balcones.

El salón principal de la planta baja no tenía muebles; más bien parecía adaptado como un consultorio, con su mostrador de recepción como único adorno. Una escalera en medio de este espacio descendía hasta el sótano, de donde salían canciones de Parchís. El sótano debió haber sido el salón de fiestas de la casa, amplio y de techos altos. Tenía un pequeño escenario iluminado con luces de colores, cinco mesas con manteles rojo, verde, azul, amarillo y sillas cubiertas con tela blanca y moños con el color del mantel.

De las paredes colgaban reproducciones en plástico de fotos y carteles de Parchís. Había un pastel de tres pisos decorado con medallones con las fotos de los integrantes. Un tablón donde iban poniendo las cazuelas con los guisados que prepararon para la fiesta. Yo le había preguntado a N qué llevábamos. Nos habíamos parado en una tienda de conveniencia a comprar refrescos para la comunidad y un cartón de cervezas para nosotros, que pusimos debajo del mantel donde nos sentamos.

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Abraham, el organizador, es un tipo fortachón y afable, vestido con una camisa negra, pantalones y tenis blancos, de unos cincuenta años. Estaba entusiasmado por la presencia de un reportero. Le pregunté qué íbamos a ver esa tarde: “Vamos a tener la parchifiesta de aniversario del ‘Club Parchís Por Siempre’... de Anny Gysel Amezcua, una mujer creó nuestro club, pero que ya falleció. Y en honor a ella seguimos con esto”.

Me presentaron a Lisbeth, vestida de amarillo, que se sabía todas las coreografías y lideraba los bailes. Ella me contó que vio por primera vez a Parchís en el Pavillón Azteca –una carpa frente al Estadio Azteca– a principios de los ochenta. 

“Pues disfrutamos mucho ese momento y ya de ahí ya me enganché, ya no lo solté”, dijo. (Por cierto, esa presentación está consignada en el documental, de acuerdo con Juan Oristrell, el tutor de los niños en sus giras por el extranjero, el aforo era de 6 mil 500 personas, pero los organizadores metieron a diez mil ese día. Llovía sudor desde el techo de la carpa).

A pesar de que desapareció el grupo, Lisbeth siempre guardó en su memoria las coreografías que aprendió repitiendo las imágenes de sus conciertos en la videocasetera. Lisbeth está casada y su esposo y su hija la acompañan a los eventos.

Los fans de Parchís y el mago

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Después de comer, Abraham se puso detrás de una computadora conectada a los altavoces. Subió el volumen y comenzó la fiesta. Él era el centro de todo. Manipulaba el audio, apretaba el botón de la máquina de humo, anunciaba el programa de la tarde por el micrófono y bailaba al frente del escenario cuando la música estallaba.

La gente se paró a bailar con las canciones “Hola amigos”, “En la armada” o “Parchís y el mago”. Lisbeth y Abraham se pusieron al frente. Lisbeth y otras señoras más tenían entre sus manos unas fichas redondas –del tamaño de una pizza–, con las caras ilustradas de Parchís. Las movían de derecha a izquierda y viceversa, marchaban, se daban una vuelta o brinquito, inundando el cuarto de una felicidad que sólo puedo comparar con las canciones de Navidad, sin conflicto pero llenas de esperanza.

De repente, se escuchó un sonido agudo y vibrante de una guitarra eléctrica. Comenzó una nueva canción:

Paso día y noche, corriendo por ti
En mi moto doy mil vueltas a tu casa
Buscando ser feliz

Era “Súbete a mi moto”, la más famosa de Menudo. “Las menudas” de la fiesta, que son un grupo afín, tomaron el centro del escenario para liderar las coreografías. Clara, también arriba de los cuarenta, abrió un poco las piernas, abrió los brazos, cerró los puños, cruzó los brazos y con una pierna frente a la otra movió brazos y puños, iniciando la secuencia de baile de la canción, que habla del amor veloz de un chico por una chica.

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Más tarde Clara me dijo que un día Abraham la invitó a la fiesta, pero no perdió su identidad menuda, sino que la trajo entera. Le pareció un ambiente sano y le gustó. Ella pertenece al grupo ‘Menudo/MDO Fans International’, cuya página de Facebook tiene 248 mil seguidores.

Como Parchís grabó más de 10 álbumes, había mucha música para bailar, hasta que Abraham paró por un momento, la gente tomó asiento y él volvió a poner “Parchís y el mago” como un preludio a la entrada del mago Adrián, para quien pidió un aplauso. El mago era un hombre de casi 40 años, alto, y a diferencia de otros magos, no tenía saco, venía en camiseta y chaleco, con los brazos fornidos al aire.

Inmediatamente comenzó a hacer chistes y a interactuar con el público, de una manera tan efectiva que cinco minutos después tenía al salón de fiestas entero embobado y riendo, como si fueran unos niños. Preguntó:

–¿Qué es lo que todo mago necesita en su vestimenta?
–El sombrero –dijo alguien
–La varita –dijo alguien más.
–Esa no me la quito ni para dormir –reviró el mago, provocando una risa general e introduciendo un tono más pícaro a la tarde.

Hubo trucos con pañuelos, de cigarros encendidos, adivinación de cartas y revelaciones: el mago pidió a los asistentes que pusieran en una copa un papelito con un secreto personal sobre el grupo Parchís, revelaciones como “mientras ensayo una coreografía de Parchís a veces escucho reggaeton”. El mago adivinó el contenido del último papelito. “Vi a Tino desnudo”. Aplausos. Sonó de nuevo “Parchís y el mago”.

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Todos le preguntan si esto no es una obsesión

Cuando Parchís se disolvió Abraham tenía 14 años. Vivía en una vecindad en Ciudad Nezahualcóyotl, era el quinto de una familia de siete hijos y su mamá era viuda. Desde chico había tenido que trabajar juntando cartón y botellas de vidrio para vender. Con el poco dinero que podía ahorrar, se compraba discos de Parchís, aunque no podía escucharlos, porque no tenía tocadiscos, ni televisión. Durante años, la única manera de escuchar a su grupo favorito era en la radio.

Aunque su familia eran Testigos de Jehová, que sólo celebra fiestas basadas en preceptos bíblicos, las reuniones de Parchís comenzaron cuando tenía 16 años, ya había comprado un reproductor de música y acababa de entrar a trabajar en una fábrica de ropa. Allí había más niños, más chicos que él. Al llegar el sábado en la tarde, cuando terminaban la jornada laboral, los invitaba a su casa a bailar:

“Yo ponía mis canciones de Parchís”, dijo Abraham. “Entonces los niños pasaban, veían y se asomaban. Y de repente me dijeron: ‘¿por qué no sacas una bocina?’ Sí, la saqué. Yo tenía una luz de estrobo que hice en la secundaria y la empecé a poner. Y así la fiesta de los sábados se volvió una tradición”.

A principios de 2002 Abraham fue a una conferencia de prensa en una cantina de Copilco, donde se anunció una posible reunión de Parchís. Conoció a Lisbeth, la coreógrafa de las fiestas, y vio por primera vez a Tino, Yolanda, Frank y David. “Allí fue donde se inició una gran amistad entre Frank, la ficha azul, y yo”, dijo Abraham. “Pero ese día no nos pudimos despedir porque tomó mucho tequila y se lo llevaron”.

Por esas fechas comenzó a celebrar su cumpleaños, que cae a inicios de diciembre, en la casa de su amigo Eliseo, con música y bailes de Parchís, rodeado de otros fans. 

En 2019 los integrantes de Parchís arribaron a México para comenzar una gira que contó con otros iconos de la década de los ochenta. (Edgar Negrete)

“Y hay algo muy curioso. A mucha gente, de los fans, les daba pena que vieran que les gustaba Parchís. Pues yo por eso me agarré mucho de Liz, que se sabe todos los bailes y que nos hacía parar de la silla”.

Algunos miembros de Parchís regresaron a México en 2008, al programa Muévete de Televisa. Abraham reconectó con Frank. Fue la misma época en que se enchufó a Facebook y comenzó a hacer amigos por todo el mundo, que le daban un ‘like’ a las fotos y videos que subía de sus fiestas temáticas.

Facebook posibilitó que los miembros de Parchís siguieran en contacto con su base, que se hiciera una campaña de recolección de fondos para el documental de 2019; y que Abraham quedara al frente del ‘Club Parchís por Siempre’, creado por Anny Gysel Amezcua, la chica cuya memoria se guarda en cada fiesta de Atizapán luego de que muriera de cáncer. En el velorio, por cierto, se cantaron dos canciones de Parchís.

El próximo 6 de diciembre algunos miembros de Parchís se presentarán en un concierto llamado ‘Déjá Vu Retro Show’, que incluye a otros cantantes de los ochenta y noventa. Abraham me ofreció conseguirme una entrevista con Frank o Tino.

“Todo mundo me pregunta ¿es una obsesión?”, concluyó Abraham. “No, que no es obsesión, yo les digo, es mi gusto. Porque ahora, aparte de que los admiro, son mis amigos y los quiero mucho”.

GSC/LHM 




  • Guillermo Osorno
  • Guillermo Osorno es escritor y periodista. Es autor del libro Tengo que morir todas las noches. Hoy conduce el programa Por si las moscas que se transmite en Canal 22.

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